viernes, 30 de noviembre de 2007

No pienses en Madrid

Esta semana he estado en Madrid, en el curso de Comunicación Política y Electoral de una importante universidad americana.

Uno de los ponentes era George Lakoff, el célebre lingüista cognitivo que en su libro "No pienses en un elefante" afirma que las ideas son marcos que se reactivan cuando tratamos de negarlos.

Es decir, si me empeño en decirme "no pienses en Madrid", en realidad estoy pensando aún más en Madrid, y si el verdadero objetivo es no pensar en Madrid, lo que debería hacer es cambiar de marco. Por ejemplo: "Piensa en Barcelona".

El lenguaje no es neutro, sino que alberga ideas, conceptos, valores éticos e ideológicos.

En mi lenguaje Madrid son mis amigos.

Cada uno de ellos representa un campo semántico. Con ese vocabulario construyo la sintaxis de mi pasado.

J. me albergó.

J. por ejemplo es: ternura, recuerdos, cariño, lealtad, perdón, café, piano, humor.

Con A. cené en un japonés de Chamberí.

A. es: compromiso, inteligencia, sinceridad, generosidad.

Con Syal acabé en el Gris, escuchando a The Cure y B-Movie mientras hablábamos de por qué nos gusta la pintura Rothko o Pollock. De por qué vamos hacia los 30 años con la soledad de los adolescentes y el cinismo de los solteros empedernidos.

Syal es: amistad, debate, seducción, cultura, pop.

Ellos son mi marco cognitivo. Ellos son Madrid.

viernes, 23 de noviembre de 2007

Robótico

Un día. Otro. Producir. Sol. Lluvia. Trabajar. Dormir. Escribir. Enviar. Enviar. Recibir. Enviar. Estímulo. Respuesta. La vida es un mixed-up sin final, como los que hacía The Cure.

Robótico. Magnético. Sinérgico. Homeodinámico.

Más. Y más.

Sin final.

La alienación era esto.

Pasar de los 25 años era esto.

Nos fundimos en pantallas LCD, viajamos por bits, deseamos. Es incluso mejor que la vida real.

Y esta noche saldré a sacudirme del cuerpo este otoño a 200 kilómetros por hora.

miércoles, 21 de noviembre de 2007

No surrender

Ayer estaba yo en una entrega de premios a jóvenes empresarios. Los más importantes de la provincia. Como espectador, como institución o como gorrón de canapés. Nunca se sabe. Y ya sentados en las sillas, la mirada azul, tan lejana, tan cercana, de M., se clavó en mí, recordándome que hace 25 años que nos conocemos (desde preescolar) y unos 8 que no nos veíamos.

Era una de las finalistas. Estaba nerviosa. Pero el reencuentro fue emocionante.

María siempre fue una niña inteligente, inquieta, especial. Ausente a la incomprensión de otros niños y niñas. Comprensiva ante la ausencia de los demás. La mía, por ejemplo. Siempre nos entendimos. No hizo falta solidificar los lazos.

Estudió periodismo. Tuvo serios contratiempos familiares. Los superó. Montó una pequeña empresa de comunicación. Funcionó regular. Trabajó en una ONG y allí conoció a una chica más joven aún que ella. Se conocieron ayudando a los demás y decidieron ayudarse a sí mismas.

Hace tres años, M y su nueva amiga soñaban proyectos en el pequeño salón de un apartamento. Hoy dirigen una empresa de viajes con 50 trabajadoras, implantada en varios países y con 25o sedes franquiciadas.

Ofrecen viajes para mujeres discapacitadas, para el colectivo LGTB, tienen todo el material adaptado a cualquier discapacidad, hacen planes internos de conciliación y van a montar una guardería propia para sus trabajadores.

Quedaron en segundo lugar.

Luego, en el canapé, hablamos, interesados en quiénes somos ahora y cómo nos va. Veo lo que ha conseguido, y pienso en aquella niña de preescolar, brillante, pero silenciosa.

Se alegra, también, de mi trayectoria. Es una joven empresaria de izquierdas, comprometida. Entiende las políticas sociales de Zapatero mejor que muchos políticos que me rodean. Estamos en sitios diferentes, pero miramos hacia el mismo lado. Siento una punzada generacional: ¿Somos así? Me gustaría pensarlo.

Luego, en casa, agotado. A pesar de todo estoy algo triste. No termino de encontrarme: la soledad, el robo, el otoño. Llueve. Tengo una reunión a las 5:30. Ni remotas ganas de ir.

Me meto en la ducha, pongo a Bruce Springsteen, el carroza que mi padre me enseñó a adorar. Dejo que el agua corretee por mi cuerpo y que las palabras de El Jefe se escurran por mi tórax:

We made a promise we swore we'd always remember
No retreat no surrender
Like soldiers in the winter's night with a vow to defend
No retreat no surrender

Y conseguí que la tarde siguiera, sin rendición.

lunes, 19 de noviembre de 2007

Volver, para dar el golpe

No he estado omiso por desidia. Sino por exceso. Vuelvo. Borré un comentario anterior porque alguien relacionado con mi pasado merodeaba por aquí dejando sus huellas resentidas. Volver tarde, para volver habiendo olvidado.

Han sido semanas trepidantes: sufrí un robo (físico y real, en mi casa); sufrí un hurto emocional momentáneo (se llevaron un cacho de mi corazón a Madrid, sin posibilidad de devolución) y he vivido un sobresalto profesional. Mi jefa se va a otro sitio. Etapa nueva para todos. Aunque seamos los mismos y yo siga donde estoy, se me impone adaptarme.

Escribía Syal que los gays, frisando los treinta, sufrimos una metamorfosis. Pasamos de ser unos inocentes niñatos enamoradizos a unos pijos (el que pueda, claro), egoístas, materialistas y promiscuos. De tierno capullo, a mariposa. O a capullo integral, según se mire. Tiene razón: es una transformación estadísticamente comprobada.

Pero a mí me han bastado un par de semanas movidas para que se me tambalee ese proyecto de capullo integral.

Tengo la certeza de que aún existe ese delincuente suelto con el que cometer el atraco perfecto. Ahora sé que la rutina no está en mi calendario. Ni si quiera mi calendario están en el calendario. Al menos para mí. No tengo fecha aún para dar "el golpe". Pero sé que lo daré un día de estos.

Igual que un capullo integral dio su golpe en mi casa.

¿Quién dijo invulnerabilidad? ¡Quiá!