jueves, 20 de diciembre de 2007

Electricistas

Desde el colegio mayor la nieve unificaba un urbanismo proceloso. Mi facultad se veía al fondo, rectangular. En las habitaciones pequeñas había una intimidad no apta para el estudio. El colegio mayor, antaño libertario y rojo y conspirador, tenía ahora un agobio de porro post-adolescente y medio pijo.

Pero me llevaba bien con tres tipos: los tres, futuros politólogos. Y entre ellos, Agustín. Canario, alto, espigado, rebelde niño prodigio inadaptado. Se fumaba a las chicas: las convertía en ceniza y, una vez consumidas, las aplastaba contra el cenicero. Admiraba el verbo crítico de Agustín. Y también sus pantalones militares. Y que cada dos por tres me acusase de "liberal" o "derechista".

Aquella noche no salíamos por Huertas o por Malasaña. Refugiados en un botellón interno de cuarto de estudiante, hablamos de noches, de Madrid, de nuestros incipientes estudios. Los tres politólogos, y yo, futuro periodista.

Quedamos Agustín y yo. Solos en la habitación, deslizando palabras al ritmo tibio del hachís, dibujando círculos verbales sobre el lugar al que queríamos llegar: el centro de nuestro hipotálamo, el espacio secreto donde todo se guarda como en una caja negra y al que sólo se puede acceder ayudado por las drogas o la madrugada. Como sucedía en Arrebato, la película de Iván Zulueta.

Me preguntó, como el que que encañona a un judío, si me sentía atraído por chicos, si había tenido experiencias con ellos. Y me dejé abatir.

Con calma canaria, con control de la situación, Agustín me fue explicando sus incursiones homosexuales, su creciente interés por los chicos, en base a justificaciones bio-psicográficas que me inspiraban una compasión no exenta de curiosidad (murió su padre cuando tenía 15 años, y tal vez buscaba la figura paterna, fue hijo único...etc). Ambos estábamos leyendo a escondidas, a la vez, "No se lo digas a nadie", de Jaime Baily.

Eran las cinco de la madrugada cuando Agustín me preguntó si me podía besar. Nunca más me han vuelto a hacer esa pregunta. Estuvimos besándonos hasta tarde, con una entrega que yo viví como un proyecto -el primero de mi vida, tal vez- y él como una confirmación.

Las noches nos persiguieron. Nos besamos en su habitación, en la mía, en los baños de los bares de Huertas, en un portal de Chueca, en la mítica discoteca Xenon, o en Stars, o en Aliens (todas ya desaparecidas en el frenesí anfetamínico de los 90, tan lejano!). Nos drogamos, nos manifestamos, bailamos hasta la saciedad "Electricistas", de Fangoria, fuimos a exposiciones, discutimos sobre cuadros de Pérez-Villalta (la imagen de arriba), sobre libros de Jean Genet o la película Cuernos de Espuma, que nos enseñó el placer de la autodestrucción durante unas semanas.

Admiraba a Agustín. Lo quería. Se mudó a un piso de la calle Libertad, dormíamos juntos, sin dormir, cambiando el mundo, sin cambiarlo.

Cuando me dejó sufrí una amputación. Otro jarrón hecho añicos por el niño prodigio. No supe nada más de él, y sigo sin saberlo, diez años después.

Pero he leído un poema de Eduardo Haro-Ibars esta mañana y, del tarro de las esencias que creía oculto ha salido aquel manto de nieve de postal navideña que se veía desde el colegio mayor, y aquella noche, y las que siguieron. Hasta hoy.


El muchacho eléctrico

Para Eugenio, Jaime y Fernando, en
un albor de inventos sonoros.


ciertas formas de bar caliente diorama
siempre avanzamos en círculos polifonía estrecha
Madrid se estremece como un animalito
es agua Asesinado el Muchacho Eléctrico en cualquier parte
sólo queda lo gris lo submarino
infinitos gaseosos en torno al Bar Humano
bola contra bola de metal asesino
las glándulas generan
recuerdos como aquellos labios muertos Lotte Lenya
sonríe desde su viejo cliché
una estatua otra estatua y mil estatuas
o sombras o recuerdos luces y pulsaciones
de un astro en la ventana
y hay cuerpos muy calientes lo recuerdas
sin matriz así la mano blanda
se retuercen los pocos que están ahí copulan
mueren los ciegos en sus garitas transparentes
entrañas arrancadas y olor a niebla matinal sin sangre
bocas abiertas a las puertas de un solo
que no calienta más que mármoles
sus piernas milagro de leche y un libro abierto recuerda
él ya murió se lo dijimos es la cámara de torturas un lugar sombrío
junto al monte de Venus -verdad del rinoceronte
junglas de terciopelo- no no recuerdas nada
pero existe una línea directa tendrás pecho y vientre
crepúsculos de muchacho eléctrico una bandada de ojos oh qué lejos
nubes vendidas al mejor postor en los escaparates ciudadanos
es todo igual
y siempre habrá cerveza en tus cabellos


[De Pérdidas Blancas (1978)]

miércoles, 19 de diciembre de 2007

Bio-de-grafía

¿Quiénes somos? ¿Somos seres abstractos, ciudadanos ontológicos, éticos, iguales? ¿O somos, por el contrario, personas contingentes, aquí y ahora, con nombre y apellidos, con casa, barrio, clase social, sexo, edad y cultura totalmente condicionantes?

No es plan de joder abriendo este melón filosófico tan eterno. Pero me tiendo a decantar por la segunda opción.

Porque yo no me puedo pensar quitando de enmedio el haber nacido en una urbanización pija de Málaga, haber tenido una infancia feliz pijo-progre, haber pasado una adolescencia de vértigo con mi identidad sexual castrada, haber huido a Madrid a encontrarme conmigo a través de mis encuentros con otros y de haberme quedado, literalmente, pobre, sin recursos económicos -debido al divorcio de mis padres-, con un futuro académico y profesional más que incierto.

No, no voy a decir jamás que me merezco lo que tengo. Nadie se merece lo que tiene. Además, la palabra mérito nos remite siempre al código del poder: el mérito es el sistema de premios y recompensas que los poderosos de turno deciden en función de un determinado interés. En unas circunstancias el mérito es ganar dinero y ser rico; en otras, ser buen estudiante, o sumiso a la ley y al orden, o tener fe, o estar bueno, o estar en el ejército.

El único mérito en el que creo es en el de la ruptura con ese entorno condicionante del que hablaba al principio. Si la política se basa en la acción, el único acto de libertad posible es salirse del guión, hacer lo inesperado y no hacer lo que se espera de uno. Eso es política. Eso es libertad.

Pero por supuesto, habría que encontrar otra palabra que sustituyese a mérito, que es una palabra de derechas. Qué curioso: siempre hablan del mérito quienes nacen en buenas familias y lo tienen -casi- todo resuelto. El mérito es ahí un dispositivo de justificación de sus propios privilegios: convencernos a los demás de que ocupan ese espacio justamente. Con el mérito limpian su culo bien alimentado. Pero la mierda sigue ahí.

El mérito está en el campo semántico del iusnaturalismo. Del orden natural de las cosas. Por ahí no paso.

Según esa ideología fascista, la homosexualidad, el aborto, el follar con quien uno quiera, la justicia social, la intervención del Estado es antinatural; por contra, la pobreza y la desigualdad , pisarle el cuello al diferente, depredar, ser machista, la propiedad privada...etc son naturales. Porque se corresponden con lo que ocurre en la naturaleza. Y otra mierda.

Esa es la esencia del liberalismo negativo.

Yo estoy en contra de la naturaleza como ética. Lo natural no no es lo bueno. El progreso es separarse de la naturaleza, ser sociales, pensar, decidir, conquistar. Todo lo que hacemos (poder), todo lo que queremos (voluntad), todo lo que podemos (libertad) está dentro de una determinada cultura y una determinada sociedad.

Los derechos se conquistan en sociedad, pero no la preceden. Las aspiraciones son posibles en una determinada cultura y un determinado sistema de opciones, no fuera. Nada es universal, nada es natural. Todo es fruto de decisiones humanas, de discusiones, de negociaciones. El humanismo, el considerar que todos tenemos una misma esencia, es una determinada ideología renacentista surgida contra el teocentrismo medieval, y ahí tenía su sentido como estrategia discursiva.

Pero en nombre del humanismo, del establecimiento férreo de los límites y características de lo humano como categoría universal, se han cometido las mayores atrocidades y genocidios de la historia. Humanista es el cristianismo, que niega derechos, oprime y persigue. Humanista es el PP. Humanista fue el comunismo y el fascismo. Humanista es la dictadura de las multinacionales en la que vivimos ahora, y al que le hemos dado el nombre de "sociedad abierta"·, "democracia liberal" y demás eufemismos.

Supongo que un blog es un espejo. Y por tanto, escribir un blog, un acto de narcisismo. Pero es un espejo cóncavo, roto y deformante: nos devuelve una imagen en permanente reelaboración. Un blog es una estrategia, una resistencia, un incordio semántico. Post-narcisismo. Construimos nuestro yo en colaboración, de manera cooperativa. No somos nuestros dueños: nuestra identidad está abierta, expuesta. Terminemos con el mito burgués del individuo hecho a sí mismo, constructor de su porvenir, dueño y señor de sus propiedades. Vivimos con los demás, en los demás. Sin "otros", no hay "nosotros".

Las biografías ya no son herméticas y lineales, con una sola interpretación, como las vidas de los antiguos Santos. Las biografías son ahora bio-degradables: se reciclan, se ciclan, se deconstruyen, se roban pedazos de bio a otro y te la injertas en la tuya, te pones prótesis, te demultiplicas, divides, restas o sumas. Te inviertes. Tenemos una "identidad nómada", que diría Deleuze. Modular, incompleta, haciéndose, hiperlinkeada, en red, policontextural.

Yo no escribo este texto, es este texto el que me escribe a mí.

domingo, 16 de diciembre de 2007

Sermón dominical

Hoy el tema tiene carga política. Vaya si la tiene. Si ya te he asustado nada más empezar a leer, puedes cerrar inmediatamente. Este blog es biodegradable, autodestruible, no consume energía, no ocupa espacio, no emite CO2 a la atmósfera. Puedes pasar de él ya y ahorrarte este pequeño grito, surgido más desde las entrañas que desde la cabeza.

Hoy no toca pensar, sino gritar. Hoy cambio la sutileza suavona con la que suelo escribir, el costumbrismo posmoderno, por la pluma punzante, por el aguijón de víbora tan necesario que a veces se me atrofia en el día a día. Además es domingo, y los domingos tienen algo de mesiánico, redentor, revelador, comunitarista, deprimente.

Estoy leyendo “Ética marica”, de Paco Vidarte. A veces solemos decir de un texto que tiene la virtud de dar forma a nuestros pensamientos. Basura. Si no lo conseguiste expresar antes, es que no se te ocurrió. En este sentido soy de Wittgestein, constructivista al máximo (aunque esa es otra batalla). Pero este libro-panfleto tiene la grandeza de poner palabras a sentimientos. Un sentimiento de agobio, de hibernación incómoda, de inercia asquerosa que uno nota pero no es capaz de identificar, de aburguesamiento fácil. Este libro nos dice: Fuera todo eso. Se acabó. Siempre alerta: como Adorno y toda esta gente de Frankfurt: siempre negando, siempre sospechando y siempre jodiendo. No me adaptaré a nada, si todo no se adapta a mí, ¿estamos de acuerdo? No pienso claudicar. Nunca lo he hecho.

He aquí algunas reflexiones salidas de mi “pluma”.

El marica, como yo lo soy, es un sujeto político de pies a cabeza. Nacemos maricas en una sociedad heterosexual. He ahí un conflicto. Un conflicto de los gordos, y para toda la vida. El obrero puede convertirse en burgués. El inmigrante, en nacional. Los palestinos terminarán teniendo Estado.

Todo conflicto es superable: menos el nuestro. Nacemos maricas. Moriremos maricas. Y el mundo seguirá siendo heterosexista y homófono si no hacemos nada por cambiarlo entre maricas y heteros enrollados e inteligentes.

Mientras todos se casan y tienen hijos, y además la familia es considerada una ética social en sí misma, yo estoy comiendo pollas y culos, enamorándome del obrero de enfrente de mi casa que encima se caga en mis muertos, del facha de la facultad que vota al PP o de mi mejor amigo, que me mira con conmiseración y empatía. ¿Hay mayor conflicto que ése? Sobre nuestro amor y nuestro deseo siempre hay una máquina castradora, silenciadora. Un aparato ideológico y cultural dispuesto a caer sobre ti con mil millones de misiles que no sabes ni de dónde vienen. Porque vienen de todas partes.

No pensemos, por Dios, o por Fredy Mercury, que el conflicto se ha mitigado con un par de leyes. Ni de coña. Seríamos tontos del bote si nos creyésemos esto. El matrimonio está muy bien. Pero la homofobia, la burla, el escarnio, la exclusión, la ley del silencio, palpita a diario en las familias, gimnasios, comisarías, colegios, herriko-tabernas, sedes bancarias, diputaciones provinciales y barrios de España.

El matrimonio no resuelve nada, porque en realidad, no es nuestra película. Es una norma heterosexual, creada por heterosexuales, para heterosexuales, y que además, ya no está de moda ni entre ellos. Era lógico que tuviésemos acceso a ello. Pero yo no me voy a casar. Llevo años abjurando del matrimonio, la familia y todo lo que eso significa. No haré uso de ese derecho, por más que lo reclame, exija y patalee.

¿Matrimonio? ¿Familia? Veamos. Yo no tengo familia. Y lo peor que me pudo pasar es tenerla. Me explico. Tengo un padre cojonudo, una madre con la que a veces me peleo, pero a la que quiero, un hermano distante. Mientras estuvimos unidos, fuimos infelices. Cuando cada uno tiró para su lado, sonreímos. Los quiero a todos, pero por separado. La falacia de la “familia unida” nos hizo perder mucho tiempo, muchas energías y derramar muchas lágrimas.

A mi mejor amiga, su pareja la maltrató. Toma familia.

Suma y sigue. Pero me paro. Volvamos a los derechos.

Porque, veamos, me puedo casar, pero en mi trabajo se siguen haciendo comentarios machistas-homófobos. Me puedo casar, pero ser maricón es un problema para mis familiares segundos (primos paletos y demás). Me puedo casar, pero se nos sigue exigiendo discreción, buenos modales, un comportamiento “normalizado”. El que inventó la palabra “discreción” se debería llevar un gallifante, dio con la clave el hijo de puta. Es como: sé maricón, pero no lo parezcas. Que te follen bien, pero no tengas pluma, sé normal, no incordies, no desestabilices, no incomodes. Y lo dice alguien que no suele tener pluma. Ya veis.

Bien, hemos conseguido el matrimonio. Un subidón. ¿Y ahora qué? ¿Nos sentiremos más españoles por ello? Me permitiré una breve reflexión sobre el sentimiento de un homosexual del siglo XXI en la España del siglo XXI.

España, gran patria. A veces madre, siempre madrasta. Cantaba Ana Belén. ¿A veces madre? ¿Qué ha hecho este país con los homosexuales durante siglos? Perseguirlos, encarcelarlos, llevarlos a manicomios, fusilarlos, expulsarlos, exiliarlos, despreciarlos, insultarlos; a lo sumo, tratarnos como monos de feria, como entretenimiento marifolclórico en la Feria de Abril. No, no me siento español. No de esa España, desde luego. Cuando veo a estos maripeperos fachas y patriotas siento una honda sensación de traición. ¿Españolista yo? ¿Qué motivos tengo para sentirme orgullo de este país? ¿Sus siglos de desprecio y humillaciones? España ha sido un puto potro de tortura para todo el que se saliese de la “norma”. Homosexuales, catalanes, vascos, andaluces –también-, herejes, moros, judíos, mujeres, negros, republicanos. Todos hemos sido la escoria de España, como le gritaba a los protestantes el Conde Duque de Olivares en los Países Bajos. Que le follen a esa España. Yo estoy algo orgulloso de Zapatero, sí –sin pasarse. Podría estarlo de la España futura, aún por construir: plural, diversa, laica, respetuosa. Pero no sé si nos dejarán construirla. Antes saldrá en tromba el PP –como ya hace-, una parte residual pero poderosa del PSOE (partido en el que milito, con todas las contradicciones que me son posibles), los BBVA’s, Botines, Caja Madrids, las Telefónicas, las Iglesias, a defender el tarro de las esencias hispánicas. Horror.

No, a mí el matrimonio no me dice nada. No es un derecho. Era una exigencia. Pero no es una “política” que nos sirva de mucho a los gays. Escuchad: mientras nos casamos o no, el mayor problema que sufrimos los homosexuales sigue avanzando. Se llama VIH, Sida o como lo queráis llamar. Silenciosa, implacablemente. Avanza, devora vidas, siega esperanzas. Y ante eso, nadie dice nada. A lo sumo, alguna campañita institucional de prevención, dentro de lo políticamente correcto, de lo amable, de lo bienintencionado. Un lacito rojo una vez al año. Y ya está.

Tengo muchos más amigos seropositivos que amigos maricas casados. Vamos, en una proporción de 15 a 1. Y vale, no se están muriendo, viven bien, las pastillitas han mejorado el tema. Pero cada vez que te acuestas con alguien, cada vez que besas, follas o lames, tienes el pánico inconfesable de que ese bicho mortífero ande por ahí, descarriado, buscando una espora, una pequeña heridita, una grieta de tu organismo por la que colarse y joderte la vida. O jodérsela tú a alguien, caso de que el bicho habite en ti.

Y luego llega el silencio. El doble armario. Con uno ya teníamos bastante. Dos, ¿para qué? ¿Por qué aguantar tantas mordazas, tantas cárceles?

Si queremos ser más felices, por favor, no copiemos un modo de vida que no es el nuestro. El matrimonio, para los casamenteros. Necesitamos una ética propia. Luchar por ella. Si nos estamos muriendo de Sida y de silencio, actuemos ahí. Si la homofobia nos corroe, si la Religión nos persigue, defendámonos, saquémosla de los colegios, movámonos, tomemos conciencia, de clase, de situación, luchemos, enfrentémenos, pateleemos un poco, que ya está bien.

Tratarán de comprar nuestro inmovilismo con anuncios, con mercado, en la creencia de que el "mercado-todo-lo-puede".

Si creemos que por poder comprar, consumir, tener un buen poder adquisitivo todo el mundo lo tiene, es que hemos perdido nuestro ser político, nuestro vínculo solidario con quienes hemos compartido el duro viaje por los márgenes del mundo.

Fuera de la disco de moda, del anabolizante y el músculo, hay precariedad laboral -y mucha dentro del mundo gay. Hay inmigrantes jodidos, mujeres maltratadas, prostituidas, infectadas, transexuales a las que se les niega un trabajo o se considera enfermas mentales. El mundo que hay fuera del Corte Inglés o de Chueca –barrio antaño de acogida pero que le hemos limpiado gratis a Gallardón- es a veces duro, grotesco, injusto, triste. Si nos olvidamos de que existe, no valemos para nada. Recuperemos antiguas solidaridades, creemos nuevos vínculos, hablemos de lo prohibido, construyamos un mundo mejor con parámetros nuevos y propios.

Y aquí termina este sermón dominical.

viernes, 14 de diciembre de 2007

Móntalos tú mismo

Una de las grandes épicas que le quedan a la post-modernidad es tener que transportar, desembalar y montar tú mismo los muebles de Ikea.

He pasado dos días heroicos peleándome con unas sillas que, en apariencia, eran sencillas.

La mesa me ha quedado bien, al igual que la lámpara de tubo, a medias entre un bambú tropical luminoso, un tubérculo eléctrico gigante, o un gusiluz (¿os acordáis?) que surgiese del suelo.

Pero las sillas se resistían a quedar como debían. Si no montaba el palo transversal donde no era, me equivocaba de tornillo. Y si no, ponía la tapa de plástico al revés. Dos me han salido bien, y las otras dos, regular. Sufriré cuando tenga que sentar a alguien en las dos segundas. Las reservaré para mis mejores enemigos.

Aún me queda la mesilla de noche. Importante, porque es donde pongo los tapones para los oídos, los somníferos, los vasos de colacao que me tomo antes de dormirme y el último libro que me esté leyendo.

Cuando termine de montarla, me sentiré como Robinson Crusoe en su isla de desierta: un experto en pequeñas y perversas estructuras de aluminio, pvc y madera lacada.

Ayer quedé con un chico de Internet. Para tomar una copa, no penséis mal. Tiene una musculatura formidable y es bastante guapo (e inteligente, para más INRI). Cuando doy con gente así, sólo me queda confiarme a la fuerza anabólica de mis comentarios. El verbo, frente al bíceps. Me preguntaba si había quedado con muchos chicos por Internet y cómo resultaba.

Esto fue lo que le contesté: Una página de contactos es como el catálogo de Ikea. Todo accesible. Todo instantáneo. Todo a la carta. Buscas por colores, tamaños, utilidad. Si de algo no queda, esperas un poco. El stock es impresionante.

Tal vez, le hice sentir como una cómoda Bjursk o la estantería Vlims. No era esa mi intención. Y traté de arreglarlo:

Claro que a veces encuentras muebles cojonudos, de los que se quedan en casa para siempre.

Redecora tu vida. (This Mortal Coil: You and your Sister).

jueves, 13 de diciembre de 2007

Química no encontrada

Hoy, sección de almíbar prenavideño.

Me he levantado con unas ganas irrefrenables de volverme idiota por completo: oséase, de enamorarme. Sí, que suena anticuado, ñoño, ingenuo, naíf.

¿En qué consiste esta terrible contradicción entre unos deseos desmesurados de amar, desparramar esa sustancia llamada norepinefrina por todo mi hemisferio izquierdo, hasta llegar al cuore, de sufrir esas dulce locura transitoria que te hace volar como-el-águila-que-vuela-en-libertad y la total incapacidad para que me ocurra?

¿Es mi cabeza la que quiere enamorarse, y mi gélido corazón el que lo impide? ¿Es esto el mundo al revés?

¿Es el pulso de la insatisfacción vital, del descontento ante lo real, lo que nos empuja a buscar el refugio en otra persona, mitificada, ficcionada, elevada a factótum, convertida en icono, depositaria de una fantasía múltiple y psicótica?

No tengo ganas de leer a Lacan, ni a Jung, para hallar la explicación.

Sólo de sentir el cielo en una habitación...

miércoles, 5 de diciembre de 2007

El cielo sobre mí

"Es maravilloso, vivir sólo en espíritu, y día a día, eternamente, dar fe de lo espiritual en las personas. Pero a veces me harto de mi existencia espiritual eterna. Entonces quisiera dejar de flotar eternamente por las alturas, quisiera notar que tengo peso, que se anulara la ausencia de fronteras, y ligarme a la Tierra.

A cada paso, y a cada ráfaga de viento, me gustaría poder decir:
"¡Ahora, ahora, y ahora!"
Y ya no decir más "desde siempre" o "eternamente".
Sentarme en la silla libre en una partida de cartas. Que me saluden... aunque sea con un pequeño movimiento de cabeza.
Siempre que hemos participado en algo, ha sido fingiendo. Hemos fingido que en una velada de lucha, nos dislocaban la cadera... Hemos fingido que pescábamos en compañía... Hemos fingido que nos sentábamos en la mesa, y bebíamos y comíamos...Que nos servían cordero asado y vino en las tiendas del desierto...sólo lo fingíamos.
No es que quiera tener un hijo, ni plantar un árbol. Pero que agradable debe ser, volver a casa después de un día pesado, y dar de comer al gato, como hace Philip Marlowe. Tener fiebre, mancharse los dedos de negro al leer el periódico, entusiasmarse no sólo por cosas espirituales, sino por las comidas, por el contorno de una nuca, por una oreja.
Mentir. Como un bellaco. Notar que el esqueleto se mueve contigo al caminar.
Suponer las cosas, por fin, en lugar de saberlo todo. Poder decir: "¡Ah! ¡Oh!" y "¡Ay!", en lugar de "sí" y "amén".
Y por una vez, entusiasmarse también con el mal. Atraer hacia sí -de los transeúntes- todos los demonios de la Tierra. Y por fin, lanzarse a cazar en el mundo.
Desmelenarse.
O por fin saber qué se siente, cuando te quitas los zapatos bajo la mesa, y descalzo, mueves los dedos. Así...
Estar solos.
Dejar que todo ocurra."


"El Cielo sobre Berlín", de Win Wenders.

lunes, 3 de diciembre de 2007

Dead or Alive

Estoy con taimuchos de fiebre (de fever).

El gripazo me lo pegó J. en Madrid, que estuvo con taimuchos en la misma cama que yo porque no había más espacio en su casa (su primo y el novio de su primo dormían al lado, recordándonos a J y a mí que alguna vez tuvimos esa tierna edad de veinte años y también fuimos novios...)

Ahora somos viejos amigos que se pegan gripes. Es lo justo.

Por eso viene bien este vídeo de Death or Alive (vivo o muerto, por si hay alguien de Burgos). Vivo o muerto seguiré dando vueltas, al ritmo de estos antecesores de Locomía en la escalera de la evolución -gracias, Megakarlos.