sábado, 21 de abril de 2007

Sábado lluvioso

He perdido, progresivamente, las ganas de salir por la noche. Imagino que será una cuestión, más que nada, laboral, de horarios, de ritmos de trabajo, de agotamiento físico. También creo que el sexo y la seducción se retiran cada vez más de la noche para agazaparse en los chats, en el ciberespacio y en las redes de amigos. Antes las barras -de bar- tenían un código: la mirada que celaba alguna promesa, pero ahora son más bien un catálogo de ausencias, o al menos lo son para mí. La noche me resulta cara y de garrafón. Pero eso nos salimos del circuito y nos montamos el botellón virtual de los contactos por internet, que son ubicuos, atemporales y a la carta.

Hoy llueve de forma dispersa, leve y como sin ganas. Es un día sin ganas. Pero yo tengo que trabajar, tenga o no ganas. Estaría bien que volviese el sol mañana, ir al Balneario, leer a Vila-Matas, dejar que la tarde se extinguiese entre los eucaliptos de la playa y el sol pausado y perezoso que se pone por Marbella. Y estaría bien terminar la noche con algún "alma del averno".

Bueno, os dejo con el vídeo de mi canción favorita de El Último de la Fila... Y tu ropa al sol.

miércoles, 11 de abril de 2007

Semana, ¿Santa?

Entre ramos, resurrecciones y calvarios ha desfilado una docena, veintena o treintena de cristos y vírgenes de todo pelaje por las calles de Málaga. Hay para todos los gustos (y disgustos). Unos cristos son ricos; otros, pobres. También hay vírgenes bastante horteras, vestidas como unos faralaes imposibles y unos atrezzos del barroco andaluz más recargado.

Uno no termina de entender para qué arreglarse tanto si te vas a quedar, nunca mejor dicho, a dos velas.

A mí es que lo que de la virginidad, en los tiempos que corren, mundializados, interconectados en red y rizoma, deconstruidos y diseminados, glocalizados y nómadas, me ha sonado siempre a ñoñez tipo sí pero no, poco a poco, y méteme sólo la puntita, cariño. Vamos, que el modelo nacionalcatólico de mujer, virgencita-pero-mona, recatada-pero-coqueta, que podíamos ver en las películas del franquismo y que aún hoy pervive en las sedes del PP me ha parecido siempre una calientapollas de primera categoría.

La virginidad es, por tanto, siguiendo a Zizek que sigue a Lacan, la barrera de contención-pulsión del deseo prohibido: la generación de una libido por omisión. La Semana Santa no es la escenificación del pecado, sino de la incitación al mismo. Nada hay más apetitoso que un buen Cristo en sus buenos 33 tacos, melenita y barba tipo John Lennon, con el torso lacerado y fibroso, sudando y tapándose las vergüenzas tan sólo con un paño en la cintura como si estuviese en una sauna gay.

Y qué me dicen de las vírgenes... Fijaos si serán símbolo del deseo que los musulmanes imaginan el paraíso llenas de ellas...

He intentado explicar esta teoría en las cofradías de los Estudiantes, la Pollinica y Jesús el Rico, pero ni puto caso. Ellos sabrán. Luego uno se va a la Nogalera, a Torremolinos, al ambiente homosexual más cerrado y oscuro, y está lleno de fornidos costaleros recién desfilados buscando otro tipo de cirios.

Al final, la Semana Santa es el campo semántico breve y perfecto donde se repiten hasta la náusea conceptos como emoción, incienso, azahar, fe, Málaga, pasión, madrugá, que ocultan una inmensa burocracia del deseo y del placer.

Añoro los años de fresca y alegre deshinibición de la década de los 80. En las playas de Cullera y Torremolinos, el niño que fui corría por la orilla imitando este mítico spot de Fa, sintiendo el frescor en mi piel y todo eso. Supongo que aquello era síntoma de que algo no funcionaba según los parámetros normativos. Pero que funciona pefectamente según otros parámetros performativos. Recordemos tiempos con Fa soft.



PD: Esta Semana santa he pecado, no todo lo que hubiese querido, por motivos de agenda y espacio, pero he incurrido en pecado... Merece un post-erior. Lo habrá.

miércoles, 4 de abril de 2007

París, Texas

Siempre que me preguntan (o, en soledad, me pregunto) cuáles son mis diez pelis favoritas, hay una que siempre aparece: París, Texas, dirigida por Win Wenders y con guión de Sam Shephard. Tiene mérito si tenemos en cuenta que mis gustos son erráticos, y que mi decálogo varía y fluctúa más que el precio de la vivienda de VPO en Marbella siendo concejala del ramo, pongamos por caso, Marisol Yegua (su cara tiene más de yegua que de yagüe). Las mismas películas cambian de posición. Otras que había visto hacía tiempo, suben a la lista, o desaparecen de este ránking mental. Uno que es así de friky.

París, Texas resiste. El desierto largo e inconcluso que atraviesa la película como un coche destartalado es una metáfora demasiado fuerte, demasiado sólida como para desaparecer. En él está la soledad y el amor, el desamparo y la amistad, la familia, el deseo, el recuerdo, el sueño, la esperanza… Todos, personajes que se resumen en uno: Travis. Éste hombre adusto, tímido y flaco, sencillamente, aparece un día en el desierto de Texas. Perdido. Recordando. Buscando. Y decide empezar la búsqueda por el principio: buscar a su hijo, y reencontrarse con la madre (por cierto, la mejor Natasha Kinsky vista jamás).

Travis somos todos. Supongo que hay una parte en él del adolescente que fui, del joven que se fue a Madrid, y ahora, del que volvió a Málaga. La vida, al cabo, podría ser un desierto filmado por Wenders, fotografiado por Robby Müller, musicalizado con riffs a la guitarra de Cooder y con los lacónicos, pero intrigantes, diálogos de Sam Shephard. La vida siempre es más prosaica que el cine, pero en la comparación salimos ganando.

Pero volviendo a nuestro personaje, Travis es, además –o tal vez-, un Ulises moderno que viaja torpemente hacia su Ítaca: la felicidad inasible y fugitiva que siempre anida en el recuerdo como un fogonazo del pasado. París, Texas no es una Odisea, sino una road movie tranquila, de largos atardeceres con cielos rojo-sangre, de música suave y penetrante (guitarra de Ry Cooder, que cogieron para la careta de Documentos TV, ¿recuerdan?).

Ítaca, como bien diría Kavafis, está en nosotros. Porque es a sí mismo a quien se busca Travis por el desierto tejano. París, ciudad explosiva, que simboliza la luz de Occidente, la belleza, la civilización, era un lugar imaginario del desierto de Texas donde él y su mujer concibieron a su hijo. A la postre, es el sitio donde está la felicidad, ubicado en un lugar inalcanzable del desierto de cada uno.