viernes, 27 de julio de 2007

En (Bryan) Ferry al Peñón del Cuervo

Anoche no sabía qué ponerme. Tenía un concierto de Bryan Ferry en la playa del Peñón del Cuervo, y dudaba entre el traje de corte nazi con la cruz gamada y la gomina a un lado, el traje de New Romantic tipo Spandau Ballet, o unas bermudas y unas chanclas. Decantado por los sempiternos vaqueros, fui con la gata y compañía al encuentro del dandy, que presuponíamos clasicón, romanticón, sesentón... Bryan Ferry es todo eso, sí. Pero hay que decir en su favor que encaja los años dentro de un impecable formato de elegancia que él mismo creó y que parece irresistible al paso del tiempo. No lo neguemos: la música suena limpia, cuidada, robusta. El tipo en cuestión es un buen producto de márketing, un comodín de la cultura pop capaz de traspasar a varias generaciones, sin alardes pero con dignidiad, en la equidistancia perfecta entre lo clásico y lo moderno, acomodándose a todo tipo de oídos musicales gracias a un estilo pulcro, pegadizo y melódico.

Ferry es versátil. Vale por igual para un concierto en un teatro del West-End londinense, para rellenar con éxito un hueco en un festival de verano o para recalar decentemente en una de esas colecciones imposibles de música ochentera que anuncian a las 4 de la madrugada en el Teletienda.

En el Peñón ayer me encontré a mi padre y su pareja. A mi madre y su pareja. Supongo que, antes juntos, después por separado, esa voz sin aristas diseñó un amor inviable, pero civilizado. Pero lo que más me llamó la atención fue la cantidad de treintañeros interesantes -algunos de ellos gays- que había en el concierto, como si traspasado el umbral de los 30 se quisieran reconciliar con las generaciones anteriores. Como estoy avistando la treintena y mi lista de novios se fragua a base de adquisiciones exóticas de todo punto inamoldables a mí, ése es ahora mi público objetivo. Creciditos, ma non troppo, interesantes sin ser pedantes, guapos sin ser escándalos carnales, maduros sin ser pelmas. More than this. Por su puesto, no se dio el caso de entablar contacto con ninguno... There is nothing...

Pero creo que, sin duda, lo mejor de Ferry es su traje. Yo firmo lucir chaqueta, camisa blanca y corbata negra como él cuando tenga, como él, 62 -si llegamos. Bryan pasa automáticamente a engrosar la lista de maduros que me gustan, en la que el único participante hasta la fecha era Dominique de Villepin, al que le perdono hasta ser de la UMP francesa.

Por ahora, slave to love, me conformaría con alguna cosa más sencillita.


miércoles, 25 de julio de 2007

Nuevos retos

Nuevos retos. Nuevos vértigos. A veces los mañanas llegan. Y vemos los ojalás por el espejo retrovisor. Son adelantamientos rápidos en vías inseguras y siempre tememos salirnos de la carretera. Pero la velocidad es un imperativo vital cuando llega.

Tengo muchas ganas de hacer y deshacer con la gata en nuestros nuevos cometidos, con más posibilidades para desplegar nuestros proyectos. Tengo la sensación de que somos unos buenos gitanos en un mercadillo ambulante, de que le vendemos la moto al más pintado y de que si trabajásemos de comerciales en una multinacional nos forraríamos. Pero también creo que el producto -que en parte somos nosotros mismos- es bueno. Y creo en él. Para empezar, la gata ya quiere comprarme ropa, porque la inauguración, el canapé, la copa de después, la sonrisa amable, la cercanía, el buen trato, la diplomacia de provincias van en nuestras nónima.



Hoy Beba se merece un abrazo muy fuerte (te queremos).

martes, 24 de julio de 2007

Kamosiseando en Caños de meca

Dicen que segundas partes nunca fueron buenas. Pero a veces esto no es verdad. Si Caños de Meca fuese una película invertiría con tanto rigor este dicho que me haría hacer cola una y otra vez, y ver la misma película infitamente, como me pasaba en la adolescencia, como le pasaba a la protagonista de La Rosa Púrpura del Cairo, de Woody Allen. Cuando una ficción te embauca, te abre los poros, te llena el iris de imágenes capaces de anestesiar tu continuo choque contra la realidad, esa ficción termina por convertirse en una necesidad. El placer irreal que te subyuga se transforma en una soga que asfixia tu capacidad para enfrentarte de nuevo con la verdad.

Con la verdad de una Málaga peinada de edificios y ladrillos que estrangulan el horizonte. Con la verdad de estas playas que son un almacenamiento masivo de descansos, un relax prèt-a-porter para mesetarios medios y guiris despistados, una mesocracia de hamaca y desastre ecológico.

Y allí me fui: infraclase turista.

Hostal y bocata. Toalla amarilla. Protección 8. Arrecife. Cormorán. Acantilado. Caño. Musgo. Pinar. Marea. Sandalia. Marruecos.

Duna.
Toro.
Luna.

Gazpacho. Caballo. Trafalgar. Faro. Luciérnaga. Adiós. Sombrilla. Patera.

Y como en todos estos casos, hubo un sirenito que salió de las rocas para descubrirme el nexo de todo aquello con la tierra, con Cádiz, con el mar, con mi propio sistema nervioso.

miércoles, 18 de julio de 2007

Compras eufóricas del yo

¿Os habéis dado cuenta de que el consumo mayoritario de estos tiempos post-industriales, es decir, el consumo hedonista, corporal, aquel destinado a hacer de nosotros seres únicos, eternamente jóvenes y atractivos, se basa en productos líquidos?

Esta mañana, en el Carrefour, me he dado cuenta de que vivimos en el siglo cosmético. Todo son botes con sustancia líquida o viscosa: tarros y barras de cremas, ungüentos mágicos, tonificantes, rejuvenecedores, placeneteros, exfoliantes, lubrificantes, para el sol, para la noche, para el día, olorosos, inodoros, coloros e incoloros.

Lo más profundo es la piel, que diría Gillez Deleuze. Somos nuestra piel, nuestro puñetero envoltorio. De Freud a esta parte, el centro de gravedad permanente de la identidad ha subido de los abismos del subconsciente hacia la epidermis. Somos lo que parecemos.

Cada líquido, cada elixir, con su función, con su eficacia: desde la crema de afeitar hasta la mascarilla de aloe, pasando por cremas hidratantes para manos, pies y cara, ojos y orejas, porque cada piel es distinta, cada poro necesita su calmante, cada boca requiere un sabor desinfectante envasado en menta o fresa ácida. Y por supuesto, a las cremas de la belleza, siguen las del placer: lubricantes hidrosolubes para dejarnos resbalar hacia cuerpos ajenos, perfectamente tersos e hidratados. Hasta el aceite de la ensalada es balsámico... y de Módena.

Queremos que nuestra piel enmascare bien unos años que sólo nos corroen por dentro. He ahí el truco. Morir sin una arruga, sin una mancha. Morir sin parecer que morimos. Envejecer con buen aspecto.

Algún día esta estrategia epicúrea del capitalismo ahondará en nuestro organismo: aparecerán cremas para los tejidos internos, para las membranas y los tegumentos que no vemos. Lorèal sacará su colección "Tu esófago, eternamente terso" o "Nueva gama leche de coco para ideal para médula espinal".

El androide del futuro no es un replicante lleno de cables y tuercas, de chips de silicio y baterías de litio. Es un conjunto adiposo de glándulas bien nutridas, hidratadas, coloreadas y fragantes.

Y para terminar, esta maravillosa canción en ese maravilloso concierto...

martes, 17 de julio de 2007

Miedo a escribir, disforia del yo

¿Por qué escribimos?

Porque tenemos miedo al vacío, a los fantasmas que habitan el vacío. A los recuerdos que son fantasmas. A los espíritus malignos que viven en los recuerdos. A los otros que están en nosotros. A nosotros, que no estamos en ninguna parte y en todas, a la vez. Tenemos miedo a estar solos con nosotros mismos, ver nuestra realidad desesperada, desnuda, solitaria, y por eso nos desdoblamos a través del lenguaje: podemos ser otra cosa. Anestesiamos nuestra identidad: adormecemos el yo con palabras que nos dicen. Nosotros somos el objeto del lenguaje: somos dichos.

Pero, ¿por qué tememos al yo? Porque no lo conocemos. Porque, en contra de lo que siempre pensamos, es múltiple (somos una multitud) y esa pluralidad sólo habla cuando lo sacamos de la jaula de la "normalidad", cuando no tememos que hablen y pugnen voces opuestas y enemigas que parten de la misma identidad nómada e inconclusa. Es en la enfermedad mental donde nos revelamos, donde nuestra identidad se reivindica y se despliega. Sólo los enfermos mentales son libres, son ellos mismos, porque desertaron de la enajenación total que es un hombre sometido a las reglas sociales.

La "normalidad" es una cárcel, un método de control directamente prensado en nuestro cerebro a través de una cultura social internalizada. Hoy día las ideologías de control no recurrirán a las armas, sino al concepto de normalidad. Rajoy ya lo ha hecho. Él lidera el partido de los "normales".

La disforia del yo es la solución. El sillón en el que reposa nuestro yo puede ser un trono o una silla eléctrica. Y a veces, sólo podemos experimentar esa disforia en la monstruosidad de la escritura, que nos permite transitar por infiernos poderosos y múltiples, por el subsuelo terrible de la verdad, de la cual el "Self" no es sino una máscara fabricada fuera de nosotros mismos.


domingo, 15 de julio de 2007

Vivan las barbas

Han tenido mala prensa: desde Belcebú, hasta Barbazul, pasando por las de tu vecino, la barba siempre ha sido una reivindicación mitológica de la masculinidad dominante en varias modalidades.

La barba, o era de época, ilustrada, retocada y cursi, o era silvestre y aguerrida, una afirmación del yo patriarcal entre la mayéutica socrática y la divinidad militar de Júpiter, Salomón o Ulises.

Pueblos enteros se han ocultado tras sus barbas: tirios y troyanos, cartagineses, ladinos, fenicios...

Agamenón tuvo una barba dorada.

Las barbas eran, a partes iguales, el poder, la experiencia, la sabiduría, la fuerza.

Lenin se diseñó una barba de komitern de la misma manera que planificó una URSS. Anguita redescubriría esta barba intervenida un siglo después para joder a un PSOE que había perdido las barbas.

La cultura consumista de la eterna juventud ha hecho que las barbas sufran una de sus peores crisis. Gillette -lo mejor para el hombre- y otras grandes firmas han impuesto al hombre pulcro, suave y tecnológico, dejando la barba como signo de senectud: para el Druida, el Gnomo, Papa Noel y el abuelo de Heidi.

En este contexto, las barbas han sido manifestaciones bohemias, misántropas, malditas y libres. Barba proverbial lleva Zizek. Barba cívica y diletante lleva Savater.

Yo creo que, maltratadas por el cine -hay que irse a Paris, Texas, para encontrar una barba protagonizando una película-, dan el salto a la cultura de masas de la mano del deporte: todos nos acordamos de la barba de Vlade Divac; luego han estado Gasol y compañía frente a los Beckamp (¿se escribe así?) y demás. Yo creo que el consumidor de deporte televisivo ve en la barba espíritu de lucha y una vuelta al gladiador romano.

Yo he tenido un finde barbudo.

Mi capitán tiene una barba joven y sensual, bien trazada y mejor adherida a una piel morena ya casi de camuflaje. Ha habido desavenencias militares que no conviene airear aquí. No sé si alguna maniobra logrará solventar esta crisis o retiro definitivamente las tropas.

Y hoy, cine con caótico E, con su barba traviesa, seductora y primeriza. Es una barba que acaba de salir del armario y vive exultante su libertad. Al parecer, estuvo siempre reprimida en E, siempre sin asomar la punta temiendo espantar a unas chicas buscadas por obligación socio cultural.

Y en la película, Alberto San Juan exhibiendo una barba poderosa, navarra, casi montañera...

Espero no terminar votando a Rajoy sólo por su barbuda oposición a todo.

Pero sí, me ponen las barbas. ¿Me pongo una?

viernes, 13 de julio de 2007

Ayyyyy ... Amor de hombre...

que está llegando y ya te vas...

Entre lo trans y lo kitch, entre lo camp y lo vamp me he desayunado esta mañana este vídeo: se demuestra que necesito mi ración matutina de estética flatulenta, de la misma manera que necesitamos una cantidad fija de grasa al día que quemar. Lo viscoso de la música y las imágenes nos sirve para engrasar la mente de la misma manera que la mantequilla inyecta carburante en la sangre. Lo eliminaremos mediante toxinas. La proteína intelectual requiere un porcentaje de materia grasa saturada.

Lo que me inquieta, una vez más, es el contenido, la ideología tras la rima. "Amor de hombre" alberga toda una lírica del género performativo, según la teoría de Judith Butler: ser hombre o ser mujer es una cuestión de fondo de armario y cultura pop. Poco más. Conceptos relativos y culturales producidos por una ideología de la dominación patriarcal y falocéntrica.

Pero algo falla: el genitivo "de". Decir "amor de hombre" juega en nuestra mente con una extraña ambigüedad. Aquella que hace indistinguible el sujeto del objeto directo. ¿Es el hombre el que ama o es el amado? ¿Qué es lo que desencadena la canción, el amar al hombre o el hombre amante? ¿Dónde está la differance derridiana que hace que exista un "amor de hombre" frente a un "amor de mujer"?

¿El amor es diferente si se proyecta sobre un hombre?

¿O es un amor diferente si lo proyecta un hombre?

Y en cualquiera de las dos hipótesis: ¿dónde está el sujeto -el quién- o el objeto directo -el a quién-? ¿Es un hombre, es una mujer? Yo puedo decir: tengo amor de hombre, como el que tiene hambre de hombre, es decir, de virilidad, de falo, de padre... Lacan está detrás de esta interpretación de la-can-ción de Mocendades. El objeto directo queda vacante, pero me define como homosexual.

La otra lectura es: soy objeto del "amor de hombre". Con lo que el homosexual es el otro. Yo sólo soy amado. Es decir: "yo no soy gay pero mi novio sí".

Luego, por los dos lados, se trata de una canción de liberación gay. Sólo hay que ver el vestido hinchado de Amaya, cual virgen de Murillo.

Y en cualquier caso, esta canción no me afecta amí, interino aséptico como estoy en el a-amor (ausencia del mismo, frente al des-amor, oposición al amor).


martes, 10 de julio de 2007

La voz humana...


"…Porque tú me hablas.

Hace ya cinco años que vivo de ti,

que tú eres mi único aire respirable,

que paso mi tiempo esperándote,

creyéndote muerto si te retrasas,

muriéndome al creerte muerto,

resucitando cuando por fin llegas,

muriendo de miedo de que te vayas.

Ahora tengo aire porque me hablas.

Mi sueño no es tan estúpido.

Si cortas la comunicación, cortas el tubo…"


Fragmento de "La voz humana", de Jean Cocteau.

Leído por el kamosisa ayer lunes, por la tarde, sin saber que Almodóvar se inspiró en esta obra para Mujeres al borde.

lunes, 9 de julio de 2007

Formulario para besar

En este observatorio del vacío,
En esta red de apoyo al desamor,
En este ministerio del adiós
Se archivan las caricias sin destino.

En esta institución del desamparo
Los médicos auscultan el despecho,
Cupido es funcionario por derecho
Y Romeo es secretario de Estado.

Rellena tu formulario sin casillas
Y entra en nuestra base de datos
de corazones borrachos de astillas

No hay notarios para este relato
que llaman amor, que es sólo cenizas.
Sólo quedan los labios del pecado.

Escrito por el kamosisa en durante un comité de evaluación de un proyecto por la inclusión social. Así está el kamosisa de insumiso y de excluido a veces.

Caótico E.

Si la casa de los kamosisas es oscura, tenue y alargada, con inclinación por el gusto art-deco con detalles chinescos, estética tardo-franquista y resabios de vanguardia, amplios sofás de skai rojo y algún almohadón de terciopelo, sillas plegables de plástico para el verano en la terraza y acaso algunas cómodas de bambú, si la casa es esa antinomia entre lo clásico y lo antiguo, la cama del kamosisa es un tanto extraña e inclasificable.

Por ella, tal vez hayan pasado demasiados cuerpos. Pero muy poquitos sueños. Algunos embriones de cariño fueron rápidamente abortados. Otros cigotos de esperanza se cayeron por el lado derecho -o el izquierdo. Las células madre de remotas pasiones amorosas fueron enviadas a algún centro de investigación de Bernat Soria. También hubo cadáveres a los que sajé con la precisión del experto bisturí fantasioso.

Esa es la pequeña biografía de la cama del kamosisa: confusa, inconclusa, y aún vacante. Es una biografía por la que pasaste tú ayer, caótico E., intrigante E. Huidizo E. Nada te podría pedir. Y nada ofrecerte, tal vez. Pero el kamosisa sintió cierta desazón dominical en el adiós. Un adiós que no supo tan bien como el beso.

Porque esta cama portátil que me acompaña es una cama a la que a veces le duelen las sábanas de tanto desgarrarse por las mañanas.

sábado, 7 de julio de 2007

jueves, 5 de julio de 2007

Hoy voy a ir a una fiesta, pensé. Una macro-fiesta. Me voy a poner guapo, si es que puedo serlo. Voy a pasar horas frente al espejo del cuarto de baño. No soy River Phoenix en Mi Idaho Privado, pero quién sabe lo que puedo encontrar entre carreteras perdidas, en esta ciudad de hojalata oxidada que a veces es Madrid. Quiero bailar en la oscuridad, pensé, como Bruce, conocer gente bajo el tumb-tumb y los rayos láser, fumar y beber, que la ciudad caiga mis pies, que la noche de vueltas alrededor de mi cabeza, que el amanecer me haga monarca. Hoy quiero caminar por la acera por la que te conoceré. Salir al sol tibio hambriento, contigo, meternos en un 7-11 y comprar algo.

Te conocí en el orgullo, en un caos de Vázquez de Mella una noche de masas. Acababas de llegar a España, aunque ese acento porteño no era pronunciado porque tú viniste de un barrio de Buenos Aires, y no de Palermo. No vas al psicólogo ni viajas a Miami. El tatuaje en tu hombro derecho, la fuerza de tus brazos en carne viva, lo tostado de tu piel, la contundencia de tus facciones, la franqueza de tu mirada era la de Marlon Brando en Un tranvía llamado deseo.

A veces, los débiles somo héroes.




Y aquí ya reconvertido en un Modern Kamosisa...