jueves, 28 de agosto de 2008

Y por fin... la vimos

No es que sea yo un fan's (así, en plural, como diría la "Agrado") de Madonna. Pero la ambición rubia vale su precio en oro sobre el escenario. Oro, como el que lucía en los anillos y collares del vestuario de los bailarines, la mayoría negros, a la moda R&B, estilo Harlem de ahora.

R y yo nos habíamos empapado muy bien de los preliminares, toda vez que el diario pijo-casual Nice matin (La mañana de Niza, vaya a ser que alguien crea que Nice es "bonito") llevaba días anunciando, con reportajes y cotilleos, la llegada de "La Madone" a la "Côte d'Azur".

Acertaron en dos nombres: Elton John -marido incluido- y Bono -no confundir con el presidente del Congreso- acudieron a la llamada del Sticky and Sweet tour (tour pegajoso y dulce) y saludaron al personal cual divas destronadas, en los minutos de antes del delirio.

Y nosotros, en la pelouse, es decir, en el campo, rodeados de niçoices más siesos que la mar. Porque no le veo yo el sentido a pagar 60 euros -o más-, soportar las bullas, los empujones, los calores, los sudores, y luego quedarte quieto como un pasmarote mientras la rubia canta "Like a prayer", "Vogue" o alguno de sus últimos raps.

Desde luego, R y yo no dejamos de botar (con b), aunque le jodiéramos el concierto a los franchutes lánguidos que teníamos delante.

De Madonna podemos decir que está casi irreconocible. El rubio artificial, la cara algo deformada por las operaciones que la han dejado leporina, junto a sus brazos musculosos en los que se marcan poderosas venas, te hace dudar si estás frente a la Ciccone o a Martina Navratilova.


lunes, 25 de agosto de 2008

Verano a la Côte d'Azzur

Escribo estas líneas desde Niza, antes de que llegue el último día de nuestra estancia en la Costa Azul, que remataremos con el concierto de Madonna. Ha sido un viaje azul, muy azul. Esta costa casi sin playas, rocosa, ostentosa, que conjuga impresionantes villas privadas con horribles edificios mirando al mar, es un buen punto de fuga de la realidad que nos espera en España.

Cada ciudad tiene aquí un Casino; un Grand Hotel estilo bèlle epòque, o varios; cochazos deportivos correteando por las calles; un puerto deportivo y un promènade con lujosas tiendas de moda. Por las noches, suele haber fuegos artificiales. Conducimos un descapotable que hemos disfrutado a tope. Hemos conocido calas, pequeños pueblos costeros y ciudades famosas: Mónaco, Sanremo, Menton, Antibes, Eze, Cannes, y por fin, Niza. En la elegante Cannes, me he hecho una foto en el paseo de la fama, que prometo publicar, con mis manos sobre la losa donde puso las suyas Win Wenders, que ganó aquí la Palma de Oro con "París, Texas", en 1984.

R y yo hacemos una buena pareja de viaje (y de muchas otras cosas...): nos olvidamos de que, a los días azules, seguirán días grises, negros, amarillos o rojos. Nos olvidamos, pero no nos perdemos ni un matiz del azul de las mañanas, de las tardes, del mar, del verano.

Mañana veremos a la cometa americana en un gran estadio de fútbol.

jueves, 14 de agosto de 2008

Un Atolón

Un atolón es un anillo formado por arrecifes de coral, en cuyo interior hay una laguna, creada por el hundimiento de una isla volcánica. Es, por así decirlo, una isla inversa: brazos de arena coralina de escasa altura, donde brotan cocoteros y palmeras, que envuelven y protegen un mar interior de aguas cristalinas y peces multicolores. 

En oposición a su imagen angelical e inofensiva, los atolones son los archipiélagos más peligrosos para la vida humana: navegación difícil por la proliferación de arrecifes, escasez de alimentos y de agua, abundancia de peces venenosos, tiburones y el capricho tempestuoso del Océano. 

Es la metáfora perfecta de la verdadera Utopía: un lugar casi inaccesible que protege un interior lleno de vida propia dentro de la inmensidad del Pacífico. Una isla al revés, hecha de plantas marinas calcificadas y pretéritas, que ofrece una visión irreal de magnífica fragilidad, pero que constituye el muro separador más sofisticado del universo. 

Y quién dice que, en lugar de irnos a una isla desierta, no queramos refugiarnos en el vientre oceánico de un Atolón. 

martes, 12 de agosto de 2008

En el país del viento

He venido, como cada verano desde hace tres años, a la costa de Cádiz, a Vejer. Me acompañan en la expedición R., Nacho y su mujer, Sara. La casa que ocupamos -alquilada-, parece adentrarse, como una galería, en la ladera de la montaña por la que se extiende el pueblo, mientras que hacia el exterior se descuelga, en diversas alturas, con una fachada encalada en un blanco intensísimo. Así, el pueblo va formando en el aire una magnífica e irregular volumetría de figuras blancas que peinan el viento constante de Vejer.

Me alucina, como cada año, comprobar que el sol y el viento son los absolutos protagonistas de esta costa. El domingo, R y yo nos quedamos en la playa del Palmar, todo el día, hasta ver cómo el sol era engullido por el límite del océano. Al desaparecer la circunferencia del astro en el agua, durante los minutos mágicos que son la antesala de la noche, se mantienen, sobre las ondulaciones marinas, los rescoldos del naufragio solar, como islotes de fuego. El mar es, hacia la noche, un edredón de tornasoles, naranjas y violetas. Hay pocos espectáculos más bellos que esta silenciosa claudicación del día. R. y yo casi no dijimos nada hasta coger el coche y volver al pueblo.

Pero el viento, sigue. Noche, día, en la playa, en la plaza del pueblo. El viento es aquí la frontera móvil que crea este pequeño país: conecta calles, atraviesa las tierras del interior, planea sobre la arena rizando la mansedumbre de la orilla, empuja el plástico de las velas de los windsurfistas, languidece en las laderas de las montañas, para remontar en los riscos y golpear a la naturaleza, con la persistencia y la precisión de un escultor cósmico. El viento aquí azota, acaricia, golpea, sacude o, sencillamente, palpa todo cuanto tiene a su alrededor. Y nosotros, aquí, formamos parte de ese alrededor inconsciente.

Mañana nos volvemos a Málaga. Espero que tengáis buen verano.

viernes, 1 de agosto de 2008

Emoticono

Desde que uso el messenger, me han fascinado esas especies de caricaturas animadas que son los "emoticonos". Iconos emotivos. Signos del sentimiento. En definitiva, un lenguaje propio. Yo creo que son una síntesis de laboratorio entre los teletubbies y las caritas acid que empezaron a llenar camisetas y cuadernos a mediados de los 90.

Era evidente que el chateo, a medio camino entre el habla y la literatura, entre lo epistolar y lo telegráfico, necesitaba ampliar sus posibilidades de expresión. Y estos muñecos animados me han servido para crear, espontáneamente, contrastes imprevistos, subrayar un sentimiento, ironizar, puntuar y, en definitiva, perder muchísimo el tiempo infantilizándome a tope. Tienen, como no podía ser de otra forma tratándose de signos, su propia gramática.

Una de las cosas que más me llaman la atención es la diversa cantidad de emoticonos que proliferan cada día, que parece responder a un catálogo inagotable de matices expresivos.

Por cierto, que recordar las caritas acid, me ha llevado a recordar la música de aquel momento, "acid jazz", que me ha llevado a recordar las delicias psicotrópicas del "op art" (optical art, que tan de moda puso la modelo y actriz Twiggi en los años 60 y 70, a la sazón, una de las fundadoras de la anorexia como estética vital). Y ello, a su vez, me ha hecho recordar la retro-futirista mise en scène de los tecno-germanos Kraftwerk.

Para muestra, un botón: