lunes, 30 de marzo de 2009

Mudanza

Instalado en la existencia nómada desde que nací, el fin de semana volví a Málaga a por las cosas que me quedaban. En una furgoneta de Expertcar, con R conduciendo, atravesando La Mancha bajo la irregular lluvia marziana (de marzo, waters of march), mudándonos cada uno de un sitio. La cama que compré en mi pequeña calle malagueña de los secretos, el colchón en en el que soñé con ovejas eléctricas, con las que ahora convivo en el corazón eléctrico de Madrid. Parecen días lejanos y no hace ni un año.

Qué vida tan alegre, tan descargada de futuro llevé en Málaga, en el apartamento de los pequeños días, de la tiendecita de comercio justo y la de chocolates justo debajo, las tardes en el ultramarino y los sábados por la noche en el bar de los modernos, en la calle paralela. La Semana Santa más popular abrumando la acera. Los ligues, los amigos, las músicas. No me daba cuenta, e iban sedimentando una etapa, dejando su arqueología persistente. Volver a tocar, oler, ver los muebles, los CDs, los libros que permanecían en cajas, portar cosas de un sitio a otro es como llevar un pedazo del pasado al presente. La existencia física de esos materiales en mi vida activa circuitos neuronales en los que se almacena información y algo más. Son el hilo de cristal que me comunica conmigo mismo.

LA casa de los kamosisas es portátil.

Y ellos, volvieron:



I was born with the wrong sign
In the wrong house
With the wrong ascendancy
I took the wrong road
That led to the wrong tendencies
I was in the wrong place at the wrong time
For the wrong reason and the wrong rhyme
On the wrong day of the wrong week
I used the wrong method with the wrong technique...

viernes, 13 de marzo de 2009

200

Esta es mi entrada -o post- número 200, una cifra que redondea una costumbre que dura ya dos años y medio. Me pregunto cómo afectará el devenir a todo lo publicado en la red. ¿Nos sobrevivirá nuestro propio personaje? ¿Vivirá el kamosisa más que yo?

La lluvia ha caído intensamente durante este invierno, alimentando una primavera fecunda, feraz y feroz, que me ha provocado la primera reacción alérgica de mi vida. Llevo desde el lunes con la garganta y la nariz inmersas en una incesante producción de líquidos viscosos que me defienden de la agresión floral de la naturaleza que me circunda. Los antihistamínicos son como las medidas anticíclicas aplicadas a la economía en crisis (en esta crisis Ere que Ere), y han entrado en mi dieta como un golpe de anestesia sedante. Mejor no sentir.

Por eso vengo hoy aquí. Los blogs son inmunes a la primavera y a los cambios estacionales, como las leyendas.

Hoy he recordado la leyenda artúrica, el momento en el que el joven y desconocido Arturo se convierte en Rey al extraer, de manera inesperada, la espada de Excalibur de la roca. A veces, quien no esperamos, resulta ser el elegido. Bonita morajela y preciosa historia medieval.

viernes, 6 de marzo de 2009

La vida de la chispa

Ayer, antes de ayer, mañana, la semana que viene. Hace 15 años. Y dentro de otros 15.

En noches sin referencias, más o menos oscuras, insomnes, largas, no necesariamente tristes, más bien reflexivas, acudo al Youtube de la misma manera que, cuando era adolescente, me iba de puntillas a la cocina de casa, para no despertar a mi madre, eterna vigilante de mis días, y sigilosamente abría la nevera, la gran caja de sorpresas cotidiana, esperando encontrar allí la botella de Coca-cola.

Un buche, un desafío a la autoridad. Un trago, una esperanza difusa. Y volvía a la cama aún con menos sueño, pero con más sueños y con el placer extrañamente victorioso de haber robado el fuego una vez más. El tránsito de la infancia a la adolescencia está lleno de esos pequeños actos de rebeldía espontánea, inmotivada; insumisiones cotidianas en las que uno empieza a trastocar el amplio mundo a su alrededor, y a ser consciente de sus poderes y sus límites. Luego volvía y me hacía el dormido, sin poder dormir, pero entraba en contacto con mi propio misterio: me ponía a escuchar mi lenta y absurda respiración. Y, con el mantra de mi insomnio, empezaba a pensar con intensidad los otros. En C o en M, ¿qué estarían haciendo en esos mismos instantes? ¿Robando Coca-Cola en casa? ¿Durmiendo? ¿Pensando en mí? La distancia que había desde mi casa al Cole era el perímetro que el mundo tenía para mí, el trayecto que me alejaba y acercaba a mis amigos. Ellos empezaron a serlo todo: sus cuerpos en formación -como si compitiéramos en crecimiento- eran el mapa del género humano; la sonrisa y el olor del compañero de clase o de pupitre, su presencia menuda, pero absoluta, era un reto a tu propio cuerpo, un ataque a la línea de flotación de tu identidad.

Cuando uno es la autoridad de su propia casa y el capataz de su vida, esa adrenalina del desafío, la joie de vivre, no deja deja extamente de existir. En realidad, se atenúa, se camufla, se presenta bajo nuevas fórmulas que, a veces, pasan desapercibidas. La identidad se conforma a los 13, 14, 15 años. Uno es siempre, pasen los años que pasen, ese ser amorfo, imperfecto, en tránsito, inacabado y proyectado al infinito de esas noches en vela; uno es el adolescente que se escapa a la cocina con paso tembloroso y excitado, sólo que lo vestimos con ropa buena, le damos un discurso, un relato y una serie de factores materiales (trabajo, sueldo, casa, circunstancias...).

Pero permanece.

Y a veces me voy al Youtube a buscar a aquel kamosisa.