lunes, 15 de febrero de 2010

Otros tiempos

Antes de que el bottox y la cirugía hicieran estragos en su rostro, deteniendo el paso del tiempo pero congelando su expresividad en un momificado gesto de edad indefinida entre los 50 y los 120 años (cada vez hay más mujeres cuya década de nacimiento empieza a ser indiscernible debido a estos apaños químicos), Shirley Bassey pudo ser la cantante más coqueta, y tal vez más impactante de Europa. Basta verla (y oírla) en esta actuación en el Albert Music Hall.

Claro que eran tiempos dorados para la imaginación teñida de charm, décadas atravesadas por el glamour sobrevenido después de la Guerra Fría, cuando la Europa reconstruida de la Post-guerra se entretenía creando a sus propios demonios y superhéroes: irónicos espías, agentes dobles distantes o sarcásticos, asesinos con palco en la Scala de Milán, infiltrados del MI6, la CIA, la KGB o la STASI que amaban en varios idiomas, asaltaban, disparaban, huían o perseguían y nos salvaban a todos del peligro comunista, y eso sí, sin despeinarse, con un gin-tonic en la mano y vistiendo un impoluto traje gris marengo de cuellos almidonados. Como dice mi amigo X sobre el James Bond que encarnara Sean Connery, ya no quedan hombres con pistola y pitillera de plata, y que además conduzcan un Aston Martin.

En ese imaginario cinematográfico y literario cuya cartografía oscila entre la Côte d'Azur y más allá del telón de acero, entre Londres y Venecia, plagado de Ripleys, Leamas y Bonds, donde no faltan envenenamientos en copas de Veuve Clicquot y besos apasionados en el Orient Express, donde abundan artefactos mortíferos camuflados en maletines o elegantes zapatos de charol, y cuyas historias no resisten la tentación de incluir algún un accidentado paseo en yate, la voz de Bassey suena tan apropiada como una brisa en Santorini.

lunes, 8 de febrero de 2010

Invicto

Invictus

Más allá de la noche que me envuelve,
negra como un pozo abominable,
yo agradezco al dios que fuere
mi alma invencible.

Caído en las garras de las circunstancias,
ni he gemido ni he gritado.
Bajo los golpes del azar
mi cabeza está ensangrentada, pero no me he postrado.

Más allá de este lugar de cólera y de lágrimas
sólo se vislumbra el horror de la sombra.
Pero incluso la amenaza de los años
me encuentra y me encontrará sin miedo.

Lo que importa no es cuán estrecha es la puerta,
ni cuántos con cuántos castigos nos aguarde.
Yo soy el patrón de mi destino,
Yo soy el capitán de mi alma.


William Ernst Henley (1849-1903)