lunes, 18 de junio de 2012

Volver

Casi un año sin arar este huerto con mis palabras tentativas. Esto es sí que es volver. Más de un año. ¿Con la frente marchita, como decía el tango? No. No nos marchitemos tan rápido. Volver con la frente algo más arrugada, tal vez, porque cobija a más gentes y lugares, porque en ella moran más ideas y complejidades, porque vagan nuevos recuerdos. Pero esta frente ampliada es la hamaca donde se mece el futuro, por incierto, jodido y tenebroso que sea; donde dormitaban esperanzas que se desperezan ahora. Sacudámonos el polvo del camino. Volvamos al tajo, con el bocata en papel de albal y una gorra para el sol. Cavemos más surcos. Sembremos de nuevo esta tierra, que ya pasó su necesario barbecho. Crucemos juntos el paraíso o el infierno, o las dos cosas juntas. 

El kamosisa vive ahora en Valencia, en esta capital de lo ignífugo y de lo efímero. Me gusta esta filosofía tan mediterránea de la desaparición y reaparición constante, cíclica; al fin y al cabo, esta urbe se manda a sí misma al crematorio cada año y con el aroma de sus cenizas sazona la carne que volverá a vibrar, que nos temblará en las manos de nuevo. Valencia como metáfora de la crisis, del despilfarro vital, del consumo y del exceso de sí misma; pero también, Valencia como solución, como re-ciclaje. Ahí está la receta. Quememos, crememos, crepitemos, y empecemos de nuevo a construir la siguiente falla... que inexorablemente volverá a arder.

El kamosisa volvió a la soltería. Esa pensión, más confortable con el tiempo, en la que ya tiene habitación reservada. Que siempre le acoge con los brazos (o las piernas) abiertas y con nuevos huéspedes transitorios con los que compartir mesa, mantel y partidas de tute. 


El kamosisa fue ayer a un concierto de Springsteen, el Boss. De golpe, rodeado por el rugido mesetario del Bernabéu, recuperó esa rabia esperanzada y naíf, no melancólica ni lánguida, que tenía antes de empezar a perder cosas. Algo volvió a ser como solía ser todo cuando todo estaba por ser. Qué antídoto contra nosotros mismos. Gracias, dulce primate.