viernes, 28 de septiembre de 2012

Soltarse la melena

Aguanté unos dos meses con la esperanza de que lo peor era lo de enmedio y que al final quedaría bien. Alguien sensato de mi familia, o de mis amigos, además del espejo al que no quería creer, debió de serme franco: "Picha, mejor que te vayas a la peluquería. Y rápido." Debía dar un poco de miedo... El kamosisa era ahora un adolescente asilvestrado, transformado en un híbrido estético entre los chunguitos y el cantante de Boney M. Pero eso sí, con una camiseta negra de Metallica. Muy en la línea del estilo algo macarra y flamenco-marginal del heavy metal andaluz tipo Triana. ¿Fumaría porros, se drogaría, robaría radiocasette de los coches? Debían preguntarse las pijas de El Candado cuando me veían con mi mochila y mis walkman volviendo del Colegio Público.

No, no quería parecerme a Antonio Flores, o a los de Triana, por mucho que los admirase, sino a los chicos guapos de Seattle, como Eddie Vedder, Kurt Cobain, o al nuevo David Gahan, reconvertido jesucristo heroinómano. Eso sí que eran melenas sedosas, de anuncio, con glamour, de las que gustaban a las tías (y a los tíos).

Pero el sueño de dejarme el pelo largo volvía a estrellarse contra mi genética: un pelo demasiado duro, crespo y rizado. Una fregona áspera. Un perfil excesivamente meridional como para parecerme a mis ídolos de la MTV. Por qué me habrán parido tan malaguita, tan serrano, tan torero. O tan chunguito. O tan chicho.

Pero, pelillos a la mar, queda la rebeldía, queda la melena interior y queda el viento de la vida y las injusticias para sacudirla de vez en cuando.

Tal vez, a ellos, a los que sigan vivos, ya nos le quede melena. Pero a todos nos queda la música. La suya.

Keep on rocking in the free world: