Hoy el tema tiene carga política. Vaya si la tiene. Si ya te he asustado nada más empezar a leer, puedes cerrar inmediatamente. Este blog es biodegradable, autodestruible, no consume energía, no ocupa espacio, no emite CO2 a la atmósfera. Puedes pasar de él ya y ahorrarte este pequeño grito, surgido más desde las entrañas que desde la cabeza.
Hoy no toca pensar, sino gritar. Hoy cambio la sutileza suavona con la que suelo escribir, el costumbrismo posmoderno, por la pluma punzante, por el aguijón de víbora tan necesario que a veces se me atrofia en el día a día. Además es domingo, y los domingos tienen algo de mesiánico, redentor, revelador, comunitarista, deprimente.
Estoy leyendo “Ética marica”, de Paco Vidarte. A veces solemos decir de un texto que tiene la virtud de dar forma a nuestros pensamientos. Basura. Si no lo conseguiste expresar antes, es que no se te ocurrió. En este sentido soy de Wittgestein, constructivista al máximo (aunque esa es otra batalla). Pero este libro-panfleto tiene la grandeza de poner palabras a sentimientos. Un sentimiento de agobio, de hibernación incómoda, de inercia asquerosa que uno nota pero no es capaz de identificar, de aburguesamiento fácil. Este libro nos dice: Fuera todo eso. Se acabó. Siempre alerta: como Adorno y toda esta gente de Frankfurt: siempre negando, siempre sospechando y siempre jodiendo. No me adaptaré a nada, si todo no se adapta a mí, ¿estamos de acuerdo? No pienso claudicar. Nunca lo he hecho.
He aquí algunas reflexiones salidas de mi “pluma”.
El marica, como yo lo soy, es un sujeto político de pies a cabeza. Nacemos maricas en una sociedad heterosexual. He ahí un conflicto. Un conflicto de los gordos, y para toda la vida. El obrero puede convertirse en burgués. El inmigrante, en nacional. Los palestinos terminarán teniendo Estado.
Todo conflicto es superable: menos el nuestro. Nacemos maricas. Moriremos maricas. Y el mundo seguirá siendo heterosexista y homófono si no hacemos nada por cambiarlo entre maricas y heteros enrollados e inteligentes.
Mientras todos se casan y tienen hijos, y además la familia es considerada una ética social en sí misma, yo estoy comiendo pollas y culos, enamorándome del obrero de enfrente de mi casa que encima se caga en mis muertos, del facha de la facultad que vota al PP o de mi mejor amigo, que me mira con conmiseración y empatía. ¿Hay mayor conflicto que ése? Sobre nuestro amor y nuestro deseo siempre hay una máquina castradora, silenciadora. Un aparato ideológico y cultural dispuesto a caer sobre ti con mil millones de misiles que no sabes ni de dónde vienen. Porque vienen de todas partes.
No pensemos, por Dios, o por Fredy Mercury, que el conflicto se ha mitigado con un par de leyes. Ni de coña. Seríamos tontos del bote si nos creyésemos esto. El matrimonio está muy bien. Pero la homofobia, la burla, el escarnio, la exclusión, la ley del silencio, palpita a diario en las familias, gimnasios, comisarías, colegios, herriko-tabernas, sedes bancarias, diputaciones provinciales y barrios de España.
El matrimonio no resuelve nada, porque en realidad, no es nuestra película. Es una norma heterosexual, creada por heterosexuales, para heterosexuales, y que además, ya no está de moda ni entre ellos. Era lógico que tuviésemos acceso a ello. Pero yo no me voy a casar. Llevo años abjurando del matrimonio, la familia y todo lo que eso significa. No haré uso de ese derecho, por más que lo reclame, exija y patalee.
¿Matrimonio? ¿Familia? Veamos. Yo no tengo familia. Y lo peor que me pudo pasar es tenerla. Me explico. Tengo un padre cojonudo, una madre con la que a veces me peleo, pero a la que quiero, un hermano distante. Mientras estuvimos unidos, fuimos infelices. Cuando cada uno tiró para su lado, sonreímos. Los quiero a todos, pero por separado. La falacia de la “familia unida” nos hizo perder mucho tiempo, muchas energías y derramar muchas lágrimas.
A mi mejor amiga, su pareja la maltrató. Toma familia.
Suma y sigue. Pero me paro. Volvamos a los derechos.
Porque, veamos, me puedo casar, pero en mi trabajo se siguen haciendo comentarios machistas-homófobos. Me puedo casar, pero ser maricón es un problema para mis familiares segundos (primos paletos y demás). Me puedo casar, pero se nos sigue exigiendo discreción, buenos modales, un comportamiento “normalizado”. El que inventó la palabra “discreción” se debería llevar un gallifante, dio con la clave el hijo de puta. Es como: sé maricón, pero no lo parezcas. Que te follen bien, pero no tengas pluma, sé normal, no incordies, no desestabilices, no incomodes. Y lo dice alguien que no suele tener pluma. Ya veis.
Bien, hemos conseguido el matrimonio. Un subidón. ¿Y ahora qué? ¿Nos sentiremos más españoles por ello? Me permitiré una breve reflexión sobre el sentimiento de un homosexual del siglo XXI en la España del siglo XXI.
España, gran patria. A veces madre, siempre madrasta. Cantaba Ana Belén. ¿A veces madre? ¿Qué ha hecho este país con los homosexuales durante siglos? Perseguirlos, encarcelarlos, llevarlos a manicomios, fusilarlos, expulsarlos, exiliarlos, despreciarlos, insultarlos; a lo sumo, tratarnos como monos de feria, como entretenimiento marifolclórico en la Feria de Abril. No, no me siento español. No de esa España, desde luego. Cuando veo a estos maripeperos fachas y patriotas siento una honda sensación de traición. ¿Españolista yo? ¿Qué motivos tengo para sentirme orgullo de este país? ¿Sus siglos de desprecio y humillaciones? España ha sido un puto potro de tortura para todo el que se saliese de la “norma”. Homosexuales, catalanes, vascos, andaluces –también-, herejes, moros, judíos, mujeres, negros, republicanos. Todos hemos sido la escoria de España, como le gritaba a los protestantes el Conde Duque de Olivares en los Países Bajos. Que le follen a esa España. Yo estoy algo orgulloso de Zapatero, sí –sin pasarse. Podría estarlo de la España futura, aún por construir: plural, diversa, laica, respetuosa. Pero no sé si nos dejarán construirla. Antes saldrá en tromba el PP –como ya hace-, una parte residual pero poderosa del PSOE (partido en el que milito, con todas las contradicciones que me son posibles), los BBVA’s, Botines, Caja Madrids, las Telefónicas, las Iglesias, a defender el tarro de las esencias hispánicas. Horror.
No, a mí el matrimonio no me dice nada. No es un derecho. Era una exigencia. Pero no es una “política” que nos sirva de mucho a los gays. Escuchad: mientras nos casamos o no, el mayor problema que sufrimos los homosexuales sigue avanzando. Se llama VIH, Sida o como lo queráis llamar. Silenciosa, implacablemente. Avanza, devora vidas, siega esperanzas. Y ante eso, nadie dice nada. A lo sumo, alguna campañita institucional de prevención, dentro de lo políticamente correcto, de lo amable, de lo bienintencionado. Un lacito rojo una vez al año. Y ya está.
Tengo muchos más amigos seropositivos que amigos maricas casados. Vamos, en una proporción de 15 a 1. Y vale, no se están muriendo, viven bien, las pastillitas han mejorado el tema. Pero cada vez que te acuestas con alguien, cada vez que besas, follas o lames, tienes el pánico inconfesable de que ese bicho mortífero ande por ahí, descarriado, buscando una espora, una pequeña heridita, una grieta de tu organismo por la que colarse y joderte la vida. O jodérsela tú a alguien, caso de que el bicho habite en ti.
Y luego llega el silencio. El doble armario. Con uno ya teníamos bastante. Dos, ¿para qué? ¿Por qué aguantar tantas mordazas, tantas cárceles?
Si queremos ser más felices, por favor, no copiemos un modo de vida que no es el nuestro. El matrimonio, para los casamenteros. Necesitamos una ética propia. Luchar por ella. Si nos estamos muriendo de Sida y de silencio, actuemos ahí. Si la homofobia nos corroe, si la Religión nos persigue, defendámonos, saquémosla de los colegios, movámonos, tomemos conciencia, de clase, de situación, luchemos, enfrentémenos, pateleemos un poco, que ya está bien.
Tratarán de comprar nuestro inmovilismo con anuncios, con mercado, en la creencia de que el "mercado-todo-lo-puede".
Si creemos que por poder comprar, consumir, tener un buen poder adquisitivo todo el mundo lo tiene, es que hemos perdido nuestro ser político, nuestro vínculo solidario con quienes hemos compartido el duro viaje por los márgenes del mundo.
Fuera de la disco de moda, del anabolizante y el músculo, hay precariedad laboral -y mucha dentro del mundo gay. Hay inmigrantes jodidos, mujeres maltratadas, prostituidas, infectadas, transexuales a las que se les niega un trabajo o se considera enfermas mentales. El mundo que hay fuera del Corte Inglés o de Chueca –barrio antaño de acogida pero que le hemos limpiado gratis a Gallardón- es a veces duro, grotesco, injusto, triste. Si nos olvidamos de que existe, no valemos para nada. Recuperemos antiguas solidaridades, creemos nuevos vínculos, hablemos de lo prohibido, construyamos un mundo mejor con parámetros nuevos y propios.
Y aquí termina este sermón dominical.