martes, 14 de diciembre de 2010

Aventuras y desventuras de Cosmética González, la travesti caníbal. Parte III

Cosmética taconeó por la Gran Vía, altiva, espléndida, melena al viento de la noche cual solemne bandera de una república centenaria, emanando Chanel N.5 que inflamaba el aire y embriagaba a hombres y taxistas, medias de Moschino y minifalda negra Versace comprada en Via Montenapoleon de Milán, rematada con un par de Manolo Blanick de charol brillantes que hacían refulgir sus pasos en su camino hacia su Oz particular (¡leones, tigres y panteras!). La acompañaba aquel portento ibérico que acababa de conocer en el Stars, y se dirigían al ático de ella en plena Castellana. Cosmética ignoraba el nombre del macho, y no quería preguntárselo. No le gustaba saber la identidad de sus víctimas. Prefería cosificarlas, reducirlas a objetos comestibles, sin pasado y, por supuesto, sin futuro. Mejor disfrutar del olor de la rosa, sin saber su nombre, el nombre de la rosa. Los nombres crean vínculos, y ella no quería tener ninguno con sus alimentos. ¿Acaso alguien sabía el nombre de la vaca en cuestión cuando se comía un filete de ternera, aunque sea de Kobe? Para ella, hombre era un animal más, pero ella no pertenecía a la especie humana, como dijimos, sino a una superior e inferior al mismo tiempo. Era una uberwoman, la Zaratustra del transgénero, una Prometeo hecha con hormonas, operaciones, silicona y despojos de sí misma.

Llegaron a la puerta de su edificio...

- Bonita casa...

- Aún no has visto nada, rey.

- Uuuuuh, miedo me das.

- Mmmmm, los hombres os ponéis muy sabrosos cuando tenéis miedo.

- Puede ser...

- Ahora, tienes que esperarme aquí un segundo.

- De acuerdo, princesa.

Cosmética dejó a su presa en la puerta, y entró en el gran portal de mármol del edificio de la Castellana. La entrada era ultramoderna y elegante, con un toque de minimalismo hi-tech japonés, no faltando dos enormes kentias que daban la bienvenida a un hall gris y zen. A esas horas no había portero, pero las cámaras de seguridad seguían funcionando y grabando todo cuando atravesaba el hall en dirección a los ascensores. Por seguridad, había que desactivarlas. Se sentó frente al ordenador del portero ausente, y entró en su sesión (había hackeado la clave hace tiempo). No le fue difícil apagar las cámaras, pues ya lo había hecho más de una vez. En cualquier caso, no podía quedar constancia de que ella había subido a su casa acompañada de aquel señor. Era improbable que la investigación subsiguiente a su desaparición del sujeto pusiese a la Policía tras la pista de Cosmética, pero en cualquier caso había que curarse en salud y destruir toda prueba que pudiera incriminarla. Quería seguir devorando mucho tiempo en libertad (pantera en libertad, como cantaba por aquellos tiempos Mónica Naranjo). Cuando terminó, salió a la calle con su mejor sonrisa:

- Ya puedes venir.

Ambos subieron en el ascensor. Primera planta. Él tenía una expresión de felicidad medio ausente. Ella se fijó en su paquete, que empezaba a abultar más de la cuenta. Troisième etage. ¿Estaría ya empalmado, pensando en cómo se iba a follar a aquel travelo portentoso? Quinto piano. Ella rió en su interior. Normalmente, los tipos que se acuestan con travelos no quieren follárselas, sino ser follados por éstos. Homosexuales pasivos encubiertos, o heteros dudosos con disfunción eréctil. A juzgar por el abultamiento del vaquero del macho, éste pertenecería al primer grupo. Penthouse... Pero ella no se lo iba a follar. El sexo con humanos hacía tiempo que carecía de sentido para ella.

- Hemos llegado.

Y entraron en el maravilloso ático de nunca jamás... Sonó su equipo Bang Oluffsen, con un CD de Lalo Rodríguez con su éxito de salsa Devórame otra vez. Y ambos se adentraron en aquella última planta del Paseo de la Castellana, donde el destino les aguardaba con su espiral de muerte, caos y putrefacción.