viernes, 9 de diciembre de 2016

Insomnia

Uno de mis primeros recuerdos de infancia es una noche de insomnio. Sin pegar ojo. Una hora tras otra. El niño no entendía por qué no se dormía: la oscuridad lo engullía con su desfile de monstruos, miedos deformados hasta el infinito que le enseñaban su peor rostro. 

Luego ha habido muchas noches insomnes. Algunas por motivos felices, otras por preocupaciones inminentes y muchas, sin motivo conocido. Simplemente porque el absurdo de vivir a veces se despierta por la noche e incordia a sus anchas por el laberinto de nuestra consciencia.

En Valencia, el insomnio se identifica al tic tac y la melodía tubular, que llegaba amortiguada por las paredes, del cambio de horas del reloj que había en el salón. 

En Málaga era algún lejano aullido de algún perro o animal nocturno que debía estar mis mismas. 

Ha habido insomnios en habitaciones de hotel, en camas de ligues, en trenes de medianoche.

El desfile de monstruos volvía a desfilar por su pasarela, con ropaje de temporada, con lo que hubiese en el momento, pero igual que hace muchos años. 

¿Qué hacer con los monstruos cuando aparecen? ¿Dialogar con ellos como en la película "A Monster calls in"? ¿Cerrar los ojos? ¿Contar ovejitas? ¿Darme al onanismo mecánico?



Algarabía

Algarabía nació en un tiempo remoto, pero solo recientemente adoptó forma y estructura de Estado. Sin embargo, algo diferencia la nación algárabe de todas las demás conocidas: su territorio, vasto y complejo, no se extiende en el espacio, sino en el tiempo.

Los algárabes pueblan llanuras peinadas por siglos, se abrazan a días que se repiten todos los días. Sus fronteras naturales no son cordilleras, sino horas encadenadas y minutos cosidos por hilos musicales.

Como no tienen espacio definido, pero sí un tiempo concreto, los algárabes se despiertan todos los días a la misma hora, aunque en diferentes sitios. Se acuestan a la vez, hacen el amor al unísono, se alimentan simultáneamente. Cualquier acto tiene lugar al mismo tiempo para los algárabes.

Como su patria está hecha de tiempo, su identidad es ratos melancólica, a ratos esperanzada.

Cuando miran al futuro, ven que su país es infinito.

lunes, 17 de octubre de 2016

El ruido de un trueno

Aburrido del domingo, me compré un billete y me fui de safari al pasado. Quería cazar tiranosaurios, tricerátors y ceratopsianos. Volver a ver aquellos animales imponentes, imposibles, impensables. Retornar a la región hipertrofiada del principio, donde empezó todo. Donde todo empezó a acabar, también.

Como en el cuento de Ray Bradbury, solo había una condición: no podía tocar nada que jugase un papel en la evolución. Hacerlo, podría modificar, tal vez trágicamente, el futuro. Es decir, en mi presente.

Pero el safari ha sido decepcionante: en lugar de suntuosos saurios, me he encontrado en un cementerio de elefantes. Un basurero espacial lleno de chatarra emocional oxidada, flotante, en descomposición. Restos de un mundo lejano y abstracto, estratificado en sedimentos digitales.

He aprendido la lección: cualquier arqueología del yo solo puede volverse en mi contra. La legislación kármica, bajo la cual me rijo desde los tiempos de Ashoka, se empeñará en refutar mi incauto narcisismo, y al fin, castigar justamente cualquier tentación de vanidad.

He aprendido la lección: No se puede hallar esperanza en la nostalgia, solo te escupe esqueletos sin carne: la sombra del vino y el aroma apagado de las rosas. Porque también el kamosisa, esa versión jurásica del ego, es un saurio extinto. No queda sino el reflejo de su sombra. No nos empeñemos en tener todo el pasado por delante, como decía Borges. Borremos, insumisos a la morfología, las conjugaciones malditas.

Volvamos con humildad y determinación, al desierto de lo real.

Porque en el hotel del tiempo todavía quedan habitaciones por abrir y salones por disfrutar. Nuevas y seductoras especies se acodarán en la barra de skay del bar, donde beberemos el licor añejo del porvernir. Si vienes, quien quiera que seas, no hallarás en mí un almanaque, solo una amnesia consciente. Tú serás el primero.

Porque sí, sucederá.

Porque aún no tengo la frente marchita.

Esto es solo la sala de espera del viaje.