El arquitecto entra en la estancia. Ve un inmenso collage de fotografías de sí mismo: él paseando por Roma, él tomando café, él con su mujer en la entrada de un museo. Verse captado, como espiado por una mirada exterior de la que no tenía constancia, atrapado en ese estatismo, lo conmueve. Lo enfrenta a sí mismo. ¿Acaso el cine no es una sucesión de fotografías? ¿Un collage muy perfecto?
Tengo el vientre de un arquitecto de imágenes a mi lado. A diferencia de lo que ocurre en la película de Greenaway, no soy su mujer y no quiero envenenarlo con higos, como le sucedió a Augusto. Sólo quiero oír su respiración, porque es como la música de Win Mertens. A veces decidimos no hablar, y lanzamos mensajes dentro botellas que tiramos al océano. Y aquí va una...
miércoles, 28 de octubre de 2009
jueves, 15 de octubre de 2009
Eres buena... Mariel.
Supongo que todos nos hemos sentido un poco Muriel alguna vez. Esa sensación de ser el patito feo, o el diferente, o el apartado. Al final, uno se sienta al borde de una mesa muy grande, con las piernas colgando, se mira los zapatos y piensa, a qué hemos venido aquí? Por qué están todos tan felices? Qué me pasa? Qué les pasa? Por eso, la única solución es creernos nuestra propia fábula. Muriel era mejor que Mariel. Era más auténtica. Pero la paradoja es que lo que hacía única a Muriel, es que soñaba con ser Mariel. Es el precio de perseguir los sueños. Que a veces, hasta te tropiezas con ellos. Y entonces, dejan de ser sueños. Y volvemos al principio...
viernes, 9 de octubre de 2009
Mujeres y antimujeres
Veo a Madonna, a Divine, a Rocío Jurado, a Juanita Reina o a Alaska y me hago siempre la misma pregunta. ¿Y si el discurso de género, es decir, el discurso feminista, hubiese estado completamente equivocado, de raíz? Es decir, el feminismo explica su nacimiento por oposición, como crítica, a la hegemonía del paradigma masculino, patriarcal y falocéntrico. Esta teoría dice que el género es una prótesis cultural impuesta y autoimpuesta, y que hay que diferenciarlo del sexo, que es biológico (Judith Butler). Esto presupone que la feminidad ha sido construida por los hombres (la Eva que sale de la costilla de Adán); construida, se entiende, en oposición a la masculinidad, y por tanto, ha sido catalogada por éstos como débil, inferior, pasiva, sensible, irracional, etc. La mujer estaría incompleta y tendría envidia de falo (Freud, Lacan, toda esta peña).
La mujer postmoderna creo que desmiente esto. Veo a estas divas y llego a la conclusión de que la mujer es lo constitutivo del discurso de género. En el origen, hay una mujer. ¿Un pecado? Es la masculindad la que, acomplejada, incapaz de expresarse, débil en el fondo, se construye como un modelo austero, simple, fuerte, dominante, racional. El hombre es el que carece de género, porque se avergüenza de él. Quienes tienen y practican el género, quienes expresan su positividad sexual, son ellas. No hay más que verlas. Utilizan las prótesis que les da la gana (pelos largos, maquillajes, complementos...); moldean su ropa en función de sus atributos sexuales, como las tetas o los muslos, de las que están orgullosas; se contonean, se exhiben y se ocultan, llenan el espacio de símbolos de los que se han apropiado. Sus cuerpos, sus ropas, sus gestos, son un texto para el disfrute. Un texto poético. La imagen de los hombres es prosaica, neutra. Una constante autoanulación. Por eso, para encontrar hombres que positivicen su género, hay que ir a los barrios bajos, a la subcultura, porque la alta cultura los ha escondido. ¿Qué tío, en un escenario, o en cualquier parte, sabe marcar paquete, moverse de manera sexual, pintarse o mostrarse? Escasísimos. Sólo recuerdo a David Gahan y Freddy Mercury y tal vez Joe D'alessandro en las pelis de Warhol. Pero en general, hemos perdido la batalla, por débiles. Y tiene cojones que quienes hayan reivindicado el hombre como género propio, autóctono, creativo, orgulloso, sean los gays.
Mujeres y antimujeres demuestran que la feminidad es lo propio del género, al menos en nuestro tiempo. Aquí dejo tres magníficos ejemplos:
La mujer postmoderna creo que desmiente esto. Veo a estas divas y llego a la conclusión de que la mujer es lo constitutivo del discurso de género. En el origen, hay una mujer. ¿Un pecado? Es la masculindad la que, acomplejada, incapaz de expresarse, débil en el fondo, se construye como un modelo austero, simple, fuerte, dominante, racional. El hombre es el que carece de género, porque se avergüenza de él. Quienes tienen y practican el género, quienes expresan su positividad sexual, son ellas. No hay más que verlas. Utilizan las prótesis que les da la gana (pelos largos, maquillajes, complementos...); moldean su ropa en función de sus atributos sexuales, como las tetas o los muslos, de las que están orgullosas; se contonean, se exhiben y se ocultan, llenan el espacio de símbolos de los que se han apropiado. Sus cuerpos, sus ropas, sus gestos, son un texto para el disfrute. Un texto poético. La imagen de los hombres es prosaica, neutra. Una constante autoanulación. Por eso, para encontrar hombres que positivicen su género, hay que ir a los barrios bajos, a la subcultura, porque la alta cultura los ha escondido. ¿Qué tío, en un escenario, o en cualquier parte, sabe marcar paquete, moverse de manera sexual, pintarse o mostrarse? Escasísimos. Sólo recuerdo a David Gahan y Freddy Mercury y tal vez Joe D'alessandro en las pelis de Warhol. Pero en general, hemos perdido la batalla, por débiles. Y tiene cojones que quienes hayan reivindicado el hombre como género propio, autóctono, creativo, orgulloso, sean los gays.
Mujeres y antimujeres demuestran que la feminidad es lo propio del género, al menos en nuestro tiempo. Aquí dejo tres magníficos ejemplos:
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