Conforme la base de maquillaje fue creando sobre sus pómulos una capa rosácea, del grosor de un lienzo flamenco, que convenientemente ella matizó con sombras azules para emular la estética ochentera de Melanie Griffith en Doble Cuerpo, le volvió a la mente la eterna pregunta de ecos metafísicos.
- ¿Qué soy? ¿Quién soy? ¿Una mujer? ¿Un hombre? ¿Un monstruo?
Un monstruo, sin duda. Lo tenía claro. Pero un monstruo bello, ágil, sofisticado, una mutación del desarrollo humano, una andrógina peligrosa, ultradesarrollada, inteligente y letal. Alguien, en definitiva, admirable, y con un código moral único, sólo válido para ella.
Se subió las medias, e introdujo la Magnum Parabellum entre los testículos velludos y las bragas de seda Armani. El contacto frío y severo con el acero inoxidable del arma -cargada, como sus testículos- le provocó una súbita y agradable erección. Sus 20 cms en línea paralela con el cañón de aquella pistola constituían una de las sensaciones más sublimes y contradictorias que había experimentado jamás. El amor y la muerte, el dolor y el placer, el inicio y el fin de la vida juntos... Todo cabía en sus bragas, alfa y omega de la vida posmoderna.
Se miró al espejo. Vestido ceñido, plateado, Doce&Gabana. Zapatos Manolo Blahnik morados y brillantes. Pelo verde, lacio, reluctante. Ella, en sí misma, era un lujo galáctico.
-¡Guapa!
Antes de salir por la puerta de su ático "minimal" en la Gran Vía, como siempre, puso el himno de todas las noches, Bailando, pero no la intelectual y lejana versión de Astrud, sino la electrochochi de Paradisio, que siempre le parecía mucho más divertida y bailable. Y la bailó mirándose satisfecha y lasciva, contoneándose cual vedette decadente ante el gran espejo de su cuarto. Era verano. Se sentía inmensamente feliz, plena. Todo estaba en su sitio. Salió a la calle.
Le gustaba Madrid. Le gustaban sus calles ardientes bajo el sofoco primitivo del aire seco y estival, ese hálito mesetario que aniquilaba cualquier atisbo de humedad. Le gustaba el perezoso desamparo de sus mendigos y la irresoluta rebeldía de sus jóvenes, ahora en la moda europea del techno/house y las drogas de diseño. Le gustaban las noches en Xenon o Aliens, puesta hasta los ovarios de éxtasis, y enseñando su gran polla sin depilar en los baños, a cambio de algún favor sexual o algún tirito, a algún incauto moderno que quería ver aquel portento ya famoso en la noche capitalina.
En la esquina de Gran Vía con Fuencarral estaban Vladimirame'l Coño y Katrhina Chochova. Vladimirame'l iba elegantísima, pero demasiado barata, con un vestido negro con lentejuelas robado del Sepu y una gargantilla falsa comprada en el Todo a 100 de debajo de su casa donde tenía cuenta personal. La moscovita iba inclasificable, con un palabra de honor estilo leopardo y unos zapatos de tacón azules, y su cara hinchada y amable era una versión eslava de Maritrini.
- ¡Cosmética, tía! ¿Has visto que cutre y barata es mi amiga la Chochova?
- Sí. Me gusta. El lujo está reservado a mí...
- Si supiera invertir en el Ibex-35 como tú, iba yo a robar en el Sepu...
- Además de inteligente, fui lista. Hice ICADE, además de filosofía y letras, y el máster MBA antes de ponerme tetas. Ahora tengo tetas y dinero. El sueño de cualquier persona con dos dedos de frente.
- ¿Me estás llamando tonta?
- Anda rubia, no me malinterpretes. Por cierto Vladi, espero que tengas farlopa. Necesito un tiro antes de ir a ese antro que tanto te gusta. ¿La Chochova no dice nada?
- ¿Al Stars Café? Déjala, esta sólo habla Bielorruso. Pero la chupa de puta madre así que arrasará esta noche.
- Por cierto, te tengo que contar... me estoy tirando a un ejecutivo de banca de inversión que me lleva algunas cuentas... Tiene mujer e hijas.
- Qué suerte tienes, hija de puta. ¿Te folla él a ti o tú a él?
- Yo a él. Siempre fui activa. Y bisexual.
- ¿Bisexual? ¿Eso es que te comes dos pollas a la vez?
- Qué ordinaria eres, Vladi.
- No soy ordinaria. Soy judía.
- Pues viva Palestina. Esta noche me voy a comer a alguien... -la pistola se movió en sus bragas y medio huevo se enredó incómodamente con el gatillo. Temió provocar un accidentado suicidio genital. Se recompuso rápido.
- ¿Decías?
- No, nada. Que vámonos ya al Stars ese a empezar la noche. Tengo ganas de bailar un poco de tecno-house y conocer a algún educado varón al que mantener. Y échate crema hidratante de una vez, que pareces Rafael Alberti.
- Recuerda que llevo 3 operaciones y ya tengo 45 años.
- En cada labio del coño, puta.
Y las tres androides felices e inconscientes se dirigieron al Starss Café, ese glamouroso bar de finales de los 90, frecuentado por la beautiful people madrileña, por Almodóvar y Amenábar, por los camellos más modernos e influyentes, esos que cuando meten en la cárcel se va un trozo de la noche para siempre. Y allí entraron, cual cenicientas fluorescentes en el palacio de cristal, huyendo del calor de las calles, ajenas a todo lo que iba a pasar aquella noche...