lunes, 26 de julio de 2010

Aventuras y desventuras de Cosmética González, la travesti caníbal. Parte I

Hacía un calor implacable aquella tarde de julio de 1997. Ya era hora de ir preparándose. Dejó la "Genealogía de la moral", de Nietszche, sobre la mesita de noche, junto a a la caja de Orfidal 1.5 mm y la Magnum Parabellum automática, y empezó a maquillarse indolentemente frente al espejo-tocador de su cuarto (ese espejo de camerino, bordeado de bombillas y capitaneado por una fila de Barbies sentadas en la parte superior), mientras oía un poutpourri de música donde no faltaban Mina, Nirvana o el himno del Real Madrid. La noche se las prometía apasionante. Su amiga del alma, la travelo rusa-israelí asentada en Madrid Vladimirame'l Coño tenía una invitada de deshonor, Katrhrina Chochova, que venía directamente de Moscú, y ambas querían salir a conocer los cutre-bares de la calle Fuencarral y tal vez alguna discoteca puntera, como Xenon. Seguro que las tres juntas lo pasarían bomba. Como en otras ocasiones, Cosmética González, la travesti caníbal, haría de cicerone y le enseñaría lo más glamouroso, hortera y también sórdido de la capital. Como ella solía decir, en Madrid no había mejor arqueóloga de los bajos fondos que ella. Lástima que, aunque ninguna de ellas se había extirpado el pene, no las dejaran entrar en Strong Center, el cuarto oscuro más grande de Europa. Sería un lugar perfecto para que Cosmética pudiera perpetrar uno de sus célebres asesinatos que traían de cabeza a la policía científica. Pero su faceta de psicópata caníbal tampoco la conocían sus amigas. Era su secreto mejor guardado. Hasta la fecha, había asesinado y devorado a tres hombres y dos mujeres, tirando luego los huesos relamidos y hervidos directamente a la basura sin que se hubiese levantado ninguna sospecha.

Conforme la base de maquillaje fue creando sobre sus pómulos una capa rosácea, del grosor de un lienzo flamenco, que convenientemente ella matizó con sombras azules para emular la estética ochentera de Melanie Griffith en Doble Cuerpo, le volvió a la mente la eterna pregunta de ecos metafísicos.

- ¿Qué soy? ¿Quién soy? ¿Una mujer? ¿Un hombre? ¿Un monstruo?

Un monstruo, sin duda. Lo tenía claro. Pero un monstruo bello, ágil, sofisticado, una mutación del desarrollo humano, una andrógina peligrosa, ultradesarrollada, inteligente y letal. Alguien, en definitiva, admirable, y con un código moral único, sólo válido para ella.

Se subió las medias, e introdujo la Magnum Parabellum entre los testículos velludos y las bragas de seda Armani. El contacto frío y severo con el acero inoxidable del arma -cargada, como sus testículos- le provocó una súbita y agradable erección. Sus 20 cms en línea paralela con el cañón de aquella pistola constituían una de las sensaciones más sublimes y contradictorias que había experimentado jamás. El amor y la muerte, el dolor y el placer, el inicio y el fin de la vida juntos... Todo cabía en sus bragas, alfa y omega de la vida posmoderna.

Se miró al espejo. Vestido ceñido, plateado, Doce&Gabana. Zapatos Manolo Blahnik morados y brillantes. Pelo verde, lacio, reluctante. Ella, en sí misma, era un lujo galáctico.

-¡Guapa!

Antes de salir por la puerta de su ático "minimal" en la Gran Vía, como siempre, puso el himno de todas las noches, Bailando, pero no la intelectual y lejana versión de Astrud, sino la electrochochi de Paradisio, que siempre le parecía mucho más divertida y bailable. Y la bailó mirándose satisfecha y lasciva, contoneándose cual vedette decadente ante el gran espejo de su cuarto. Era verano. Se sentía inmensamente feliz, plena. Todo estaba en su sitio. Salió a la calle.



Le gustaba Madrid. Le gustaban sus calles ardientes bajo el sofoco primitivo del aire seco y estival, ese hálito mesetario que aniquilaba cualquier atisbo de humedad. Le gustaba el perezoso desamparo de sus mendigos y la irresoluta rebeldía de sus jóvenes, ahora en la moda europea del techno/house y las drogas de diseño. Le gustaban las noches en Xenon o Aliens, puesta hasta los ovarios de éxtasis, y enseñando su gran polla sin depilar en los baños, a cambio de algún favor sexual o algún tirito, a algún incauto moderno que quería ver aquel portento ya famoso en la noche capitalina.

En la esquina de Gran Vía con Fuencarral estaban Vladimirame'l Coño y Katrhina Chochova. Vladimirame'l iba elegantísima, pero demasiado barata, con un vestido negro con lentejuelas robado del Sepu y una gargantilla falsa comprada en el Todo a 100 de debajo de su casa donde tenía cuenta personal. La moscovita iba inclasificable, con un palabra de honor estilo leopardo y unos zapatos de tacón azules, y su cara hinchada y amable era una versión eslava de Maritrini.

- ¡Cosmética, tía! ¿Has visto que cutre y barata es mi amiga la Chochova?
- Sí. Me gusta. El lujo está reservado a mí...
- Si supiera invertir en el Ibex-35 como tú, iba yo a robar en el Sepu...
- Además de inteligente, fui lista. Hice ICADE, además de filosofía y letras, y el máster MBA antes de ponerme tetas. Ahora tengo tetas y dinero. El sueño de cualquier persona con dos dedos de frente.
- ¿Me estás llamando tonta?
- Anda rubia, no me malinterpretes. Por cierto Vladi, espero que tengas farlopa. Necesito un tiro antes de ir a ese antro que tanto te gusta. ¿La Chochova no dice nada?
- ¿Al Stars Café? Déjala, esta sólo habla Bielorruso. Pero la chupa de puta madre así que arrasará esta noche.
- Por cierto, te tengo que contar... me estoy tirando a un ejecutivo de banca de inversión que me lleva algunas cuentas... Tiene mujer e hijas.
- Qué suerte tienes, hija de puta. ¿Te folla él a ti o tú a él?
- Yo a él. Siempre fui activa. Y bisexual.
- ¿Bisexual? ¿Eso es que te comes dos pollas a la vez?
- Qué ordinaria eres, Vladi.
- No soy ordinaria. Soy judía.
- Pues viva Palestina. Esta noche me voy a comer a alguien... -la pistola se movió en sus bragas y medio huevo se enredó incómodamente con el gatillo. Temió provocar un accidentado suicidio genital. Se recompuso rápido.
- ¿Decías?
- No, nada. Que vámonos ya al Stars ese a empezar la noche. Tengo ganas de bailar un poco de tecno-house y conocer a algún educado varón al que mantener. Y échate crema hidratante de una vez, que pareces Rafael Alberti.
- Recuerda que llevo 3 operaciones y ya tengo 45 años.
- En cada labio del coño, puta.

Y las tres androides felices e inconscientes se dirigieron al Starss Café, ese glamouroso bar de finales de los 90, frecuentado por la beautiful people madrileña, por Almodóvar y Amenábar, por los camellos más modernos e influyentes, esos que cuando meten en la cárcel se va un trozo de la noche para siempre. Y allí entraron, cual cenicientas fluorescentes en el palacio de cristal, huyendo del calor de las calles, ajenas a todo lo que iba a pasar aquella noche...

Continuará...

martes, 6 de julio de 2010

Desde Parla, con amor

Un chico musculoso camina hacia la Plaza de España, a unos diez metros delante de mí. Torso desnudo. Camiseta atada al cinturón de sus vaqueros ajustados. Parece un símbolo que encarna estos dos o tres días anómicos. Músculos, individualismo, exhibición.

Domingo 4 julio de 2010. Son las 7 de la mañana. Vuelvo a casa por la Gran Vía. La atmósfera parece haberse contagiado de la resaca ciudadana. Empieza a amanecer tímidamente, como sin ganas.

Decido seguir, prudentemente, al chico del cuerpo armonioso.

Hay miles de papeles, viseras, vasos de plástico y olor a alcohol derramado. La identidad, cuando se celebra a sí misma, adquiere trazas tribales. Es una conducta que nos define y nos vertebra en estos tiempos de melancolía nacional (más que en los preámgulos, que somos una nación se observa en el estado de las calles tras la fiesta). Desde la Feria de Abril hasta los San Fermines. Del Orgullo Gay a las fiestas en Gràcia.

Anoche pasó algo estimulante desde el punto de vista social. En unos momentos de conjunción planetaria se mezcló la voz de Kylie Minogue, la música house y los cánticos celebrando la victoria de España (agónico golazo de Villa). Sin embargo, a nadie se le ocurrió poner un toro de Osborne sobre la bandera del arcoiris. Luego la gente se guareció en locales, en chill-outs en hoteles o casas de amigos, en orgías organizadas por Internet. La libertad era esto.

Conforme nos aproximamos a la Plaza, me pregunto por qué lo estoy siguiendo... No son ganas de ligar. Ya tuve lo mío (por la tarde, con uno del gimnasio, lejos del scene de esta celebración). Lo sigo por simple curiosidad humana. Es la cadencia de sus pasos. Hay algo indiferente en ella. Como si el símbolo carnal de estos días no tuviera prisa por llegar a su destino. Como si no tuviera destino. Puede que sea el aire de su rostro. Me pareció percibir una neutralidad cercana a la abstracción.

El chico se detiene en la puerta del Edificio España. Se sienta en las escaleras. El chico ha perdido la mirada en el horizonte. Hay, de golpe, una brizna de leve desolación. Sentado, se notan sus dorsales. Se agarra a las rodillas gastadas del vaquero. Voy a pasar por la acera, a su lado. Y voy a intentar no mirarlo. Y olvidarlo. Y dormir.

Pero cuando paso delante de él, el chico abre la boca. Habla con acento de barrio.

- Perdona...

- ¿Sí? - me giro.

- ¿Sabes dónde hay una comisaría por aquí? No soy de aquí, y me han robado la cartera y el móvil.

- Muy típico de este tipo de noches. Hay una cerca. ¿Quieres que te acompañe?

- No estaría mal... pero, tengo otro problemilla...

- Cuéntame.

- Tengo la camiseta rota. Por eso no la llevo puesta. Ha sido una noche de mierda, en fin.

- Mira, no tengo nada que hacer. Yo vivo aquí arriba, si quieres, subes, te dejo una y vamos a comisaría.

- Joder, eres un tío legal.

- De nada. Por cierto, me llamo A.

- Yo A también.

- Encantado.

A me acompaña a casa. 25 años. Es de Parla. Tiene un pendiente en la oreja derecha y un pequeño tatuaje de un escorpión junto al ombligo, biselando un abdominal (¿tiene singular este músculo?).

A pesar de esta contundente gramática corporal, A es tímido, y le cuesta contarme que apenas lleva dos años saliendo esporádicamente por sitios gays, pero no baja mucho al centro. Que trabaja de segurata en un centro comercial de Parla. Que vive con su madre y su hermano mayor. Que su padre murió. Que en el barrio pocos saben que le molan los tíos, sólo su amiga Yoli y otro colega que también "entiende". Que esta noche estuvo en Ohm, pero que pasa mazo de "empastillarse", como hacen los demás. Que dentro, se dio cuenta de que le habían robado la cartera. Y que salió a buscar a un un segurata. Y alguien le empujó. Y No recuerda mucho más.

Le doy una camiseta limpia mía, que le queda ajustada, y lanzo una mirada última al abdominal del escorpión, junto al ombligo. Después de esperar en comisaría más de dos horas hasta poner la denuncia, sabe más de mí que la mayor parte de mi facebook. Puesta la denuncia, a las 10 de la mañana me dice:

- ¿Y ahora cómo coño vuelvo a Parla?

- Te dejo algo para el billete de metro tío.

- Joder tío ahora volver, qué pereza tronco. Me iba a haber ido con el Dani... que tiene coche.

Y con el abdominal del escorpión en mi mi mente, mi boca articula la respuesta inmediata.

- Quédate en casa y descansa, si quieres. Ya te vas después.

- ¿No molesto?

- Para nada.

En casa me preguntó, extrañado, si me había leído "todos esos libros". Le dije la verdad: casi todos. Pero el libro de su cuerpo me interesaba más que cualquier novela. Bajo aquellos renglones duros, había alguien frágil, que encontré a la deriva por la calle después de un fin de semana sin final. A veces, los ángeles descienden a la tierra. O emergen, del fondo del abismo.