Un chico musculoso camina hacia la Plaza de España, a unos diez metros delante de mí. Torso desnudo. Camiseta atada al cinturón de sus vaqueros ajustados. Parece un símbolo que encarna estos dos o tres días anómicos. Músculos, individualismo, exhibición.
Domingo 4 julio de 2010. Son las 7 de la mañana. Vuelvo a casa por la Gran Vía. La atmósfera parece haberse contagiado de la resaca ciudadana. Empieza a amanecer tímidamente, como sin ganas.
Decido seguir, prudentemente, al chico del cuerpo armonioso.
Hay miles de papeles, viseras, vasos de plástico y olor a alcohol derramado. La identidad, cuando se celebra a sí misma, adquiere trazas tribales. Es una conducta que nos define y nos vertebra en estos tiempos de melancolía nacional (más que en los preámgulos, que somos una nación se observa en el estado de las calles tras la fiesta). Desde la Feria de Abril hasta los San Fermines. Del Orgullo Gay a las fiestas en Gràcia.
Anoche pasó algo estimulante desde el punto de vista social. En unos momentos de conjunción planetaria se mezcló la voz de Kylie Minogue, la música house y los cánticos celebrando la victoria de España (agónico golazo de Villa). Sin embargo, a nadie se le ocurrió poner un toro de Osborne sobre la bandera del arcoiris. Luego la gente se guareció en locales, en chill-outs en hoteles o casas de amigos, en orgías organizadas por Internet. La libertad era esto.
Conforme nos aproximamos a la Plaza, me pregunto por qué lo estoy siguiendo... No son ganas de ligar. Ya tuve lo mío (por la tarde, con uno del gimnasio, lejos del scene de esta celebración). Lo sigo por simple curiosidad humana. Es la cadencia de sus pasos. Hay algo indiferente en ella. Como si el símbolo carnal de estos días no tuviera prisa por llegar a su destino. Como si no tuviera destino. Puede que sea el aire de su rostro. Me pareció percibir una neutralidad cercana a la abstracción.
El chico se detiene en la puerta del Edificio España. Se sienta en las escaleras. El chico ha perdido la mirada en el horizonte. Hay, de golpe, una brizna de leve desolación. Sentado, se notan sus dorsales. Se agarra a las rodillas gastadas del vaquero. Voy a pasar por la acera, a su lado. Y voy a intentar no mirarlo. Y olvidarlo. Y dormir.
Pero cuando paso delante de él, el chico abre la boca. Habla con acento de barrio.
- Perdona...
- ¿Sí? - me giro.
- ¿Sabes dónde hay una comisaría por aquí? No soy de aquí, y me han robado la cartera y el móvil.
- Muy típico de este tipo de noches. Hay una cerca. ¿Quieres que te acompañe?
- No estaría mal... pero, tengo otro problemilla...
- Cuéntame.
- Tengo la camiseta rota. Por eso no la llevo puesta. Ha sido una noche de mierda, en fin.
- Mira, no tengo nada que hacer. Yo vivo aquí arriba, si quieres, subes, te dejo una y vamos a comisaría.
- Joder, eres un tío legal.
- De nada. Por cierto, me llamo A.
- Yo A también.
- Encantado.
A me acompaña a casa. 25 años. Es de Parla. Tiene un pendiente en la oreja derecha y un pequeño tatuaje de un escorpión junto al ombligo, biselando un abdominal (¿tiene singular este músculo?).
A pesar de esta contundente gramática corporal, A es tímido, y le cuesta contarme que apenas lleva dos años saliendo esporádicamente por sitios gays, pero no baja mucho al centro. Que trabaja de segurata en un centro comercial de Parla. Que vive con su madre y su hermano mayor. Que su padre murió. Que en el barrio pocos saben que le molan los tíos, sólo su amiga Yoli y otro colega que también "entiende". Que esta noche estuvo en Ohm, pero que pasa mazo de "empastillarse", como hacen los demás. Que dentro, se dio cuenta de que le habían robado la cartera. Y que salió a buscar a un un segurata. Y alguien le empujó. Y No recuerda mucho más.
Le doy una camiseta limpia mía, que le queda ajustada, y lanzo una mirada última al abdominal del escorpión, junto al ombligo. Después de esperar en comisaría más de dos horas hasta poner la denuncia, sabe más de mí que la mayor parte de mi facebook. Puesta la denuncia, a las 10 de la mañana me dice:
- ¿Y ahora cómo coño vuelvo a Parla?
- Te dejo algo para el billete de metro tío.
- Joder tío ahora volver, qué pereza tronco. Me iba a haber ido con el Dani... que tiene coche.
Y con el abdominal del escorpión en mi mi mente, mi boca articula la respuesta inmediata.
- Quédate en casa y descansa, si quieres. Ya te vas después.
- ¿No molesto?
- Para nada.
En casa me preguntó, extrañado, si me había leído "todos esos libros". Le dije la verdad: casi todos. Pero el libro de su cuerpo me interesaba más que cualquier novela. Bajo aquellos renglones duros, había alguien frágil, que encontré a la deriva por la calle después de un fin de semana sin final. A veces, los ángeles descienden a la tierra. O emergen, del fondo del abismo.
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7 comentarios:
Me estás animando a escribir y retomar mi blog. Y, de paso, quiero un final de fiesta igual al que cuentas aquí. Pero igual. Si nos podemos ahorrar el paseo a comisaría, mejor.
Bss.
JL.
Jeje pero tú lo quieres todo muy fácil. Así no tiene gracia.
Con semejante portada no me extraña que quisieras devorarte el libro...
Es que hay libros que sólo con verle las tapas apetece abrirlos...
Hola Kamosisa, ¿qué tal? Me ha encantado tu comentario, es super real. Tan real que me resulta familiar y me trae recuerdos pasados en el tiempo, tan real que antes de que pasara esa historia te vi a lo lejos tomando una copa en un bar esa misma noche... Saludos
Genial!
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