sábado, 13 de enero de 2007

Laberintos

Todo parecía controlado hasta hace unos días. Pero los matices fueron complicando los caminos. No, no es que nada se haya torcido. Oficialmente, todo sigue igual, la vida mantiene su(s) protocolo(s), ese extraño artefacto al que nos aferramos con el anhelo de las certezas imposibes y que hace que el lunes se parezca al martes, y el 2006 al 2007. La letra de los convenios sigue "intacta". Pero el subtexto empieza aparecer.

No sé cómo, ni qué significa. Será el trabajo, las obligaciones, las barreras del tiempo y la distancia, el futuro, que es siempre un laberinto que nos lleva a Marbella, a conciertos o a manifestaciones. Pero que siempre parece esquivarnos a nosotros mismos, que raras veces hace que los caminos se encuentren mágicamente en el punto exacto que nos haría felices, en un centro del laberinto en el que hubiese un bello estanque de aguas tranquilas y un árbol frutal. "Si no sabes hacia donde vas, no importa qué camino elijas", le dijo el conejo a Alicia.

La gata está en su laberinto y yo en el mío, y parece que en los últimos días la haya perdido de vista. Mi madre está de baja con un extraño pesimismo que por primera vez sé que convierte en frágiles las palabras que le digo. Y el laberinto continúa. M, en un camino que parece alejarse del mío, o no, o eso temo, o eso temo creer, como un zorro que vaga buscando a su rosa en un cosmos al que soñé pertenecer. J, que empieza a caminar por el laberinto que la vida le impuso después de descubrir que su cuerpo fuerte y envidiado y deseado no estaba sólo regado por la sangre prevista (pero yo estaré siempre con él). Y España, que es en sí un laberinto inextricable y lleno de trampas, del que nunca saldremos cogidos de la mano.

O tal vez todo sean sensaciones, lecturas e interpretaciones, o momentos, remansos del tiempo, y todo vuelva a confluir. Quién sabe. Tal vez sólo hayamos llegado al corazón del invierno, donde se encuentran los cuarteles rigurosos donde debemos pararnos, combatir el frío y hacer acopio de provisiones. Y mi sensación general, entre la tristeza y la intensidad del placer, en este entramado de cruces que no se terminan de cruzar, es la que se me queda cuando oigo un himno premonitorio de estas semanas pasadas, Domino Dancing,... watch them all fall down. Unas semanas que fueron victoriosas y geniales, que tuvieron minutos y segundos que compensan el frío pasado y por venir de muchos meses.

Me acuerdo del final de una novela que metió un invierno entero en mi alma, Las Horas, de Michael Cunningham, que transcribo para ser un kamosisa feliz durante los segundos que invierto en escribir este post:

"El único consuelo que tenemos es esta hora o aquella en que nuestra vida, contra toda probabilidad y contra toda expectativa, se abre de pronto y nos da todo lo que hemos imaginado, aunque todos, menos los niños (y quizás ellos tambien), sabemos que a esas horas, inevitablemente, les seguiran otras, mucho mas oscuras y mas arduas. Apreciamos, no obstante, la ciudad, la mañana; por encima de todo, confiamos en que sigan existiendo. Sólo el cielo sabe por que las amamos tanto."

Feliz año del 2007, como todos, con su bello e irreemplazable laberinto.



1 comentario:

Anónimo dijo...

Esta tarde para mi fue primavera, pero por algun extraño motivo he vuelto a casa oliendo a invierno. No a castañas asadas y espumillón, no. A invierno.

Y veo que aquí también hace un frio que cala los huesos.

Si no sabes hacia donde quieres ir, no importa qué camino elijas. Todos los caminos llevan al mismo sitio.