Ayer, antes de ayer, mañana, la semana que viene. Hace 15 años. Y dentro de otros 15.
En noches sin referencias, más o menos oscuras, insomnes, largas, no necesariamente tristes, más bien reflexivas, acudo al Youtube de la misma manera que, cuando era adolescente, me iba de puntillas a la cocina de casa, para no despertar a mi madre, eterna vigilante de mis días, y sigilosamente abría la nevera, la gran caja de sorpresas cotidiana, esperando encontrar allí la botella de Coca-cola.
Un buche, un desafío a la autoridad. Un trago, una esperanza difusa. Y volvía a la cama aún con menos sueño, pero con más sueños y con el placer extrañamente victorioso de haber robado el fuego una vez más. El tránsito de la infancia a la adolescencia está lleno de esos pequeños actos de rebeldía espontánea, inmotivada; insumisiones cotidianas en las que uno empieza a trastocar el amplio mundo a su alrededor, y a ser consciente de sus poderes y sus límites. Luego volvía y me hacía el dormido, sin poder dormir, pero entraba en contacto con mi propio misterio: me ponía a escuchar mi lenta y absurda respiración. Y, con el mantra de mi insomnio, empezaba a pensar con intensidad los otros. En C o en M, ¿qué estarían haciendo en esos mismos instantes? ¿Robando Coca-Cola en casa? ¿Durmiendo? ¿Pensando en mí? La distancia que había desde mi casa al Cole era el perímetro que el mundo tenía para mí, el trayecto que me alejaba y acercaba a mis amigos. Ellos empezaron a serlo todo: sus cuerpos en formación -como si compitiéramos en crecimiento- eran el mapa del género humano; la sonrisa y el olor del compañero de clase o de pupitre, su presencia menuda, pero absoluta, era un reto a tu propio cuerpo, un ataque a la línea de flotación de tu identidad.
Cuando uno es la autoridad de su propia casa y el capataz de su vida, esa adrenalina del desafío, la joie de vivre, no deja deja extamente de existir. En realidad, se atenúa, se camufla, se presenta bajo nuevas fórmulas que, a veces, pasan desapercibidas. La identidad se conforma a los 13, 14, 15 años. Uno es siempre, pasen los años que pasen, ese ser amorfo, imperfecto, en tránsito, inacabado y proyectado al infinito de esas noches en vela; uno es el adolescente que se escapa a la cocina con paso tembloroso y excitado, sólo que lo vestimos con ropa buena, le damos un discurso, un relato y una serie de factores materiales (trabajo, sueldo, casa, circunstancias...).
Pero permanece.
Y a veces me voy al Youtube a buscar a aquel kamosisa.
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6 comentarios:
Me ha encantado tu post de hoy.me ha hecho reflexionar y pensar en quién he sido y en quién soy.
Gracias
BEING BORING
Gracias por seguir visitando esta casa... Me gusta compartir mi identidad y la de los demás.
Joe me ha encantado! La de veces que me he levantado yo a dar el buche prohibido... y hasta meterme en la cama de nuevo y decir... "¡pues le voy a dar otro!"
Jooo gracias Keki, millón de gracias. Estoy increiblemente orgullosa de tener un hijo varón y amigos varones.En el día internacional de la mujer reivindico la presencia de los hombres en mi vida, los que me protegieron, me ayudaron, me hicieron reir, disfrutar del sexo y en última instancia, ser feliz.
A mí lo del anuncio de la Coca-cola me ha parecido un poco truñazo...
Vivan las críticas, buenas y malas! un saludo a todos
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