Escribo desde la sala Vip de la British Airways del JFK, de NYC, esperando embarcar de vuelta a Madrid (se que suena fuerte y pretencioso pero es la verdad y no me iba a privar de airearlo a los 4 vientos... envidiosas!). El glamour sajon se rigne con las egnes y las tildes de modo que este post, ademas de una breve exposicion sobre un dilema que me aterra desde hace semanas, sera un breve insulto a nuestra queridisima gramatica, realizado paradojicamente desde un pais donde la mitad o mas habla el bello idioma cervantino o nebrijano, con acento tacomex, eso si.
Terminado el viaje por USA, finalizadas las interminables noches en Las Vegas, donde nos hospedamos en el hiperpetardisimo Bellagio (que, con su enorme piscina de saltos de agua al ritmo de Celine Dion, sus miles de maquinas tragaperras y sus cientos de ruletas y mesas de juego, atendidas por pechugonas camareras-rubias-de-bote que te sirven gratis cualquier cold-drink, evoca las escenas mas frivolas de Ocean's eleveny se disputa con los anexos -aunque les gana de calle- Caesar Palace y el historico Pink Flamingos el trono del hotel-casino par excellance, bajo la alargada sombra del magnate Steve Wynn), despues, decia, la realidad otognal arrecia como un viento frio, apaga las candilejas del feliz asueto y llama con fuerza atronadora y aterradora a nuestra puerta. Hay que volver a trabajar. La rutina se impone. No se si llegare arrastrandome o ayudado por Prozac.
En fin. Al dilema. Desde hace meses he experimentado un inquietante incremento de pequegnas vetas blancas mas arriba de las patillas. No es que me molesten demasiado, pero me ponen algo nervioso. A veces me las he recortado una por una. El problema es que tengo el pelo muy negro y se notan mucho y cada vez son mas...
Dejarse o no las canas? He ahi la cuestion. Para empezar, no se si estoy de acuerdo con ese rollo tan extendido de que hay que envejecer con naturalidad, que las canas te hacen interesante y blablabla. Por la misma regla de tres deberiamos dejarnos con naturalidad crecer la barriga, y no echarnos cremas hidratantes. La vida -moderna- es un continuo y agonico combate contra los ritmos de la naturaleza. Lo de las canas como algo atractivo es un rollo que suelen soltar tias que van precisamente tegnidas hasta las cejas. No. Ni Richard Gere ('Risha Geresis', segun lo pronuncia mi tia) ni George Clooney han sido nunca mis tipos. Y no seamos hipocritas, el Bradd Pitt que nos pone es el jovenzuelo de Thelma y Louse... Y ademas, no resulta un poco pretencioso pensar que las canas nos van a asemejar a estos tios? Ni por asomo. De modo que no se que hacer. Ayudenme! Es una decision estetico-estrategica que me marcara para los proximos agnos de mi existencia. Quitarselas, por ahora, es bien sencillo. Basta con comprar un botecito de Just for men ('foyus men', de nuevo, segun mi tia). Pero si me acostumbro y al cabo de los agnos lo dejo de usar sera como si hubiese envejecido una decada de golpe. Si las mujeres se tignen, por que no los hombres? Por otra parte, temo terminar convirtiendome en una version previsible de las grandes tegnidas, como Valentino o -salvando las estratosfericas distancias- Carlos Ferrando o el propio Marignas. Qu'el horreur. Help me... If you can.
domingo, 30 de agosto de 2009
miércoles, 19 de agosto de 2009
It sucks to be me...
A veces, pensamos que somos los únicos a los que algo les va mal... Este es el primer tema de Avenue Q, el musical que vimos en Broadway. Delicioso, divertido. Just enjoy it!
martes, 18 de agosto de 2009
Jo, qué noche
Cuando cumplí 6 años, mis padres superaron su temor a dejarme solo en casa, y comenzaron a disfrutar del cine o el teatro los viernes por la noche. Yo me quedaba viendo la tele hasta que me entraba el sueño y me iba a la cama (mis progenitores no eran conscientes de que, a determinada hora, ponían una ingenua serie erótica llamada "Serie Rosa" que, a pesar de su candor, prendió en mí para siempre la llama eterna de la lujuria). Uno de aquellos viernes pasaron por la segunda, Jo, qué noche (carpetovetónica traducción de "After hours", título original), de Martin Scorsese. Me fascinó la historia de un tipo "normal" que se extravía en el SoHo por la noche (pierde el dinero en un taxi y luego se deja las llaves de su casa en un bar) y empieza a ocurrirle todo lo extraordinario que su vida normal jamás podría depararle.
El SoHo que he conocido aquí, nutrido de peluquerías top, restaurantes de diseño regados con buenos vinos europeos y bares trendy, dista bastante de aquel barrio sórdido y off Manhattan que en Jo, que Noche, quedaba retratado como un mosaico humano ideal para noctámbulos y admiradores de lo ajeno, frecuentado por gays leather, escultoras sadomasoquistas o bandas callejeras. Hoy día es un barrio aburguesado, previsible y me atrevería a decir que seguro, seguro, vota mayoritariamente republicano (en fin, qué cosas!). Pero he recordado la película porque venir a Manhattan es algo así como bajarse del taxi de Jo, qué noche, perder las llaves, y adentrarse en una inmensidad urbana, de ecosistema tan variado y fauna tan salvaje, que hace que te sientas como una especie de "paleto global" (después de 3 días me duele el cuello y es de mirar hacia arriba, y hacia todas partes). La palabra delirio (que Koolhaas asoció para siempre a esta ciudad) se quede insuficiente.
Por otra parte, en el aspecto nocturno, me temo que Mecanno tenía razón. Y los jamones, son de York.
Colours of Manhattan
A Nueva York se empieza a venir desde que se abre la primera ventana al mundo, a la televisión, al cine, a los libros. Y cuando vas de verdad, tienes tantos recuerdos ocultos, latentes, y perfectamente vívidos, que sientes que hay trozos de tu vida desperdigados por casi todos sus barrios: Soho, Village, Tribeca, o Harlem. Porque has estado mil veces, en un viaje que empieza con los muppets de Barrio Sésamo, y atraviesa las pelis de Scorsese, o las canciones y los conciertos de Paul Simon en Central Park, y Woody Allen, y Paul Auster, y partidos de la NBA en el Madison Square Garden. ¡Es todo tan familiar que podría haberme quedado en Madrid! Aquí dejo una foto en el Subway. El color no lo pone la máquina. Acaso el obturador de nuestra mente. Kodachrome es una bella melodía.
domingo, 16 de agosto de 2009
Sinfonías
Avanzamos por Madison Avenue y nos acompañan varias sinfonías: el eterno zumbido de los miles taxix amarillos que son como abejas entre panales verticales, el rasgueo de las bolsas de papel de las compras de ropa contra los jeans de los peatones, los vendedores ambulantes de cualquier cosa, los gritos y susurros, en fin, de esta ciudad. A ratos Manhattan me parece atroz, a ratos me parece un pedazo del cielo en la tierra, o viceversa. Los pájaros cantan en la calle 53, y somos ángeles de Harlem. Aquí estoy junto al teatro Apollo, donde empezó Michael. Eso fue esta mañana. Ahora iremos a un musical de puppets en Broadway, donde silbaron las balas de Woody Allen. Un beso con sabor a ketchup.
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