Resulta que uno podría reducirse a un centro, con ramificaciones que te van expandiendo hacia afuera.
Desde la cabeza de alfiler donde se deciden las cosas, donde se siente, donde se piensa y se distinguen los colores y los olores, parte una señal que hace mover un dedo, una mano, un pie. Un párpado. En unas pocas células custodiadas por sangre, vísceras, glándulas, hueso, piel, pelo, se juega esta partida: si te empalmas o te duermes, si caminas o te rindes. Si sientes frío o calor, placer o dolor. Pero entonces, al estirar la mano, uno se da cuenta de que apresa el vacío. Y cierras el puño. Pero no hay nada dentro. Y da igual lo que decidan, sientan o reflexionen.
Resulta que las cosas más importantes quedan fuera de su competencia.
lunes, 19 de abril de 2010
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