Retorno a este blog, como quien vuelve a un lunes. Precisamente, porque es lunes. Y los lunes, más que los miércoles de Carnaval, tienen algo de ceniza. De tierra quemada. El fin de semana, como siempre, minitó la promesa de placeres novedosos. Extraigo poco jugoso de ellos, más allá de lo que objetivamente puedo esperar. Nos aproximamos al viernes tasando el weekend con un exceso de optimismo que el sábado a mediodía ya es realismo; el sábado por la noche, "realismo sucio"; y el domingo, un agrisado pesimismo. Es un círculo mecánico, rutinario. El kamosisa está un poco harto de la evidencia que te impone el tercer Tanquerai con tónica: esto es lo que hay, my friend. No pidas cóckteles de fantasía en la barra libre del fin de semana. Y a pesar de ello, resulta agradable encallar con una cerveza en los arrecifes de Gran Vía, la Plaza de las Comendadoras y la Calle Fuencarral. Tiene algo de suave cataclismo.
Reflexión anotada mentalmente en el autobús. Probablemente, ya pasó el tiempo de los amores absolutos, esas pasiones totalizantes capaces de atenazar la integridad de nuestro espíritu y envolverlo trágicamente hasta diluir nuestra individualidad en la sombra del "otro". Era la pulsión autodestructiva de Ana Karenina, abocándose hacia su propio abismo al depositar fatalmente su destino en manos de Vronsky. Era la mortal locura de la terrateniente Cati por el gitano Heatchcliff, de Cumbres Borrascosas. Era la autoesclavitud elegida de Arianne hacia Solal, en Bella del Señor. Hay tantos ejemplos que parece que el Amor (con mayúsculas) fuese un invento de la literatura, o viceversa. Ya no hay espacio -ni tiempo- para los sentimientos omniabarcantes del siglo XIX. Pero el amor ni se crea ni se destruye, se transforma como la energía y ahora es una cartera de inversión diversificada en multitud de títulos. Con unos ganas algo, y con otros pierdes otro tanto. Es cuestión de márgenes de beneficio. No lo fías todo a un solo valor. Demasiado riesgo. Se trata de diferir daños, amortiguar posibles pérdidas y encontrar una ratio de retorno aceptable. Somos más parecidos a Patrick Bateman, el protagonista de American Psycho, de lo que nos creemos.
En la oficina. La banda sonora está formada por la "f" sorda del Aire Acondicionado, alguna llamada de teléfono y la esporádica y limpia cópula de las fotocopiadoras en el pasillo. El café y las tostadas, el apesadumbrado editorial de El País, las charlas sobre "La Roja" me abren el acceso a la conciencia de mí mismo. Aquí y ahora. Hic et nunc. Recupérate. Produce. Envía. Recibe. Lee. Escribe. Informes y más informes en la mesa, por leer. La realidad se anilla en un dossier. Siempre me gustó aquella canción de Radio Futura, "soy un hombre de papel". Y también un juguete del viento. Lo dicho, un lunes marrón. O un marrón de lunes.
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3 comentarios:
Anna es la heroína de la desesperación, una "ariadna" atrapada en su personal laberinto de inmesidad.
Me gustaría decirte que la vida es bella, ya verás... No te dejes caer en el realismo de asfalto. Mira al cielo, escúchate y cree. Ánimo!
Quién pudiera ser Anna y vivir aquella pasión... El martes, tras un duro arranque, se va despejando...
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