Era la 1 de la madrugada de un sábado de primavera de 1995. Estábamos en la puerta del Bobby Logan, y yo tenía 16 años. Frente a los forzudos porteros, se había formado un enorme barullo de chicos de mi edad o mayores que querían entrar en la disco más de moda en Málaga desde finales de los 80. M, con su timidez adolescente, su delicioso rostro empollón de ángulos simétricos y su camisa hiperbólica que resbosaba por encima de los vaqueros, era recriminado por J., pelo largo, aspecto macarra, ojos grandes y azules.
- M. a ver si te comes a una tía de una puta vez.
- Vete a tomar por culo. Ya me he comido muchas.
- Eso no te lo crees ni tú.
- ¿Alguien me da un cigarro? -intervine para romper el haz de testosterona hiperconcentrada que distanciaba a mis amigos como se repelen los polos de un imán de la misma carga.
- Mira, ahí viene L. Será pijo. -tercia M.
- No más pijo que tú -contraataca J.
- Tú qué sabrás, gilipollas.
- Qué mierda, ¿nadie tiene algo que no sea Fortuna?
El Fortuna me producía un leve picor en la garganta y prefería el Chesterfield, que además era más masculino. El Bobby Logan ya estaba lleno cuando entramos. Buscamos nuestro sitio en la pista, cerca de tres tías buenas. Los láser descomponían los colores de nuestras camisas y ajedrezaban el suelo con flashes fluorescentes. Miré a mi pandilla. ¡Qué extraños, esquizos y bipolares éramos! De día escuchábamos Nirvana y llevábamos camisetas negras, con fetos sumergidos en piscinas, con rayos que partían el cielo, o con cementerios. Por la noche nos poníamos camisas pijas de RL y nos lanzábamos a la pista de baile. De día éramos oscuros, y por la noche, luminosos. De las tres tías buenas, conocía a una, que iba a mi instituto. Era rubia y de ojos azules, vestía con una sobriedad nórdica, por lo que pensé que sería medio guiri, y tenía un precioso cuerpo alto y desarrollado.
Ahora me parece mentira que, a partir de aquella noche, P. y yo estuviéramos dos años juntos. Casi mi récord sentimental. Y cuando se está discutiendo, en el Ayuntamiento de Málaga, qué hacer con el Bobby Logan, que lleva años cerrado y decrépito, abandonado y tapiado, he pensado en lo que significan algunos lugares en nuestra biografía; qué peso exacto tienen en nuestros recuerdos. Al leer la noticia me ha venido a la mente que años después, cada vez que he pasado por delante del Boby Logan, he imaginado que aquella noche continuaba dentro, que en la pista seguíamos estando los mismos, que yo besaba a P. y que J. y M. se disputaban el territorio que quedaba. Y que la música seguía y seguía y seguía... con CoRo cantando Because the night, con Ace of Base y Pet Shop Boys, y que aquella madrugada adolescente de 1995 no terminaba nunca y continuará en algún sitio -de nuestra alma- aunque echen abajo la discoteca.
miércoles, 23 de junio de 2010
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2 comentarios:
Magnífico viaje al pasado. Aunque parezca mentira yo no llegué a pisar Bobby Logan y es que yo era más de Piper´s Monsterdisco, en Torremolinos, sería que la cabra tiraba pal monte...
Jeje ya estabas "viajando al futuro" tú... Besos!
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