viernes, 10 de agosto de 2012

...terra promessa

Aún está reciente, pero si no lo cuento podría olvidarse, perderse.

No fue en un pueblo con mar, una noche, ni después de un concierto. Fue en una ciudad italiana, a los pies de los Alpes, después de un encuentro universitario de varios días en el que participé como conferenciante.

Era viernes, a las 5 de la tarde. Volvía a mi hostal con mi diploma y muchas manos apretadas. Al día siguiente: Ryannair y vuelta a España, al paro, a la búsqueda de trabajo. Un doctor que da conferencias en universidades italianas pero que cobra un subsidio de desempleo expresa un fracaso social difícil de medir.

Sí, me adentraba en el ecuador de los treinta con más dudas que certezas. Pero las horas que me quedasen en Italia me olvidaría de todo, hasta de mí mismo.

Las calles se animaban de gente. Las montañas brillaban de nieve radiante al fondo, ya acariciadas por el sol de la primavera. Poco antes de enfilar la calle de la fonda en la que me hospedaba (un piso cutre  arriba de una trattoria, junto a las vias del tren; 35 euros la noche), me encontré la gelateria y entré.

No me podía ir del país alpino sin probar el más suculento e irredimible de los pecados: un gelato de nocciola y stracciatella. Me costó un año viviendo en Milán y tal vez algún kilo de más averiguar que esa combinación era la que me mataba.

Hasta horas después, cuando en un bar con wifi logré abrir el Grindr y ver su mensaje, no supe que se llamaba Marco. En ese momento sólo vi dos ojos azules, una barba de varios días que enmarcaba una sonrisa color vainilla, y unos brazos con varios tatuajes que me servían mi pecado cremoso en una tarrina de cartón.

Sí, claro que reparé en su belleza. Cómo no. Pero en Italia la belleza abunda tanto que uno termina por darla por hecho, por no distinguirla. No es una cuestión de guapos o feos (tal vez en España la gente sea aún más guapa). Es una cuestión de actitud ante la vida. Hay belleza en formas de vivir, de vestir, de hablar, de moverse. Hay belleza en el estar.

- Sei tu il ragazzo che è venuto oggi alla gelateria? (Eres tú el chico que ha venido hoy a la heladería?)
- Si, sono io. Sono spagnolo. Parto domani. (Sí, soy yo. Soy español. Me voy mañana)
- Mi sembri bello. Cosa fai questa sera? (Me pareces guapo. ¿Qué haces esta noche?)
- Tu sei veramente bello! Non so. No conosco nessuno qua. (Tú eres verdaderamente guapo. No sé. No conozco a nadie aquí).
- Ci troviamo ed andiamo in disco? (Quedamos y nos vamos a una disco?)
- Certo! (Claro!).

Duramos una hora aproximadamente en la discoteca, y nos lo bebimos todo. A nuestro alrededor, muchos tíos no sólo italianos, sino centroeuropeos y jóvenes erasmus de todo el continente, bailaban los temas house y techno del momento.

Marco era de Bologna, y estudiaba ciencias políticas. Le conté que acababa de dar una conferencia en su facultad. No le impresionó lo más mínimo. No creía en la universidad. Estudiaba, hablaba idiomas (aún no el español), pero trabajaba en una heladería. En sus ratos libres, ensayaba como trapecista en un circo. Era el único pero eficaz deporte que hacía. Soñaba con volver a la India. Con viajar más. Con salir de Italia.

Fui sincero y le dije que mi vuelo partía domani mattina, pronto. Allora ci andiamo a casa, vuoi? Sí, claro que quería ir a su casa. Un trayecto que hicimos borrachos, en su bici, a punto de matarnos o estrellarnos contra un tranvía nocturno. Nos besamos en el ascensor de hierro forjado, en el rellano de su casa, en su habitación. Su cuerpo de trapecista era un mapamundi de tatuajes, de experiencias bien marcadas, a pesar de su juventud. Alguien que hacía curiosas piruetas entre sus emociones y la realidad, siempre a punto de caerse, pero sin renunciar a la altura que dan los ideales a esa edad.

Por la mañana, me hizo un café, antes de salir. Aún olíamos a sexo, a abrazos, a cariño. Dormimos abrazados, sin renunciar a caricias, como dos perfectos desconocidos que han cruzado destinos divergentes pero compatibles en otras circunstancias.

No sé qué habrá sido de él ni si encontrará su Tierra prometida. Yo la sigo buscando.

Al montarme en el avión puse la canción con la que Ramazzoti, a la edad de Marco, se dio a conocer en el Festival de San Remo. No es gran cosa, pero tiene la virtud de rimar con la vida:




2 comentarios:

Ernesto dijo...

Bravíssimo!

Anónimo dijo...

Es el trailer de Shame?