Tantos años oyendo que el heredero debía ser Solana, y luego Bono. Tantos años soportando que tratasen a los de mi generación como pijiguays de piercing y tatuaje, mileuristas pero modernos y con pasta como para comprarnos ipods, ponernos el peinado del cantante de Oasis y vivir en lofts de diseño (¿Pero de qué guindo se han caído los del EP3?).
Tantos años aguantando el tono paternal, soberbio y ejemplarizante de sus editoriales. Tantos años leyendo El País, que fue el periódico de mis padres, y ahora ya casi ni eso.
Y ahora, 3 años conviviendo a cara de perro con el único presidente de izquierdas que ha habido en España hasta la fecha.
Ahora, si sale bien, ha llegado el momento de que os den por el culo.
Porque ya no sois los únicos. Llegan otros.
martes, 25 de septiembre de 2007
viernes, 21 de septiembre de 2007
A prueba de muerte
Una vez vista la película, creo que todos podríamos haber soñado alguna vez, en una de esas pulsiones sexuales inconfesables, ser alguna de las protagonistas de "Death proof", la última película de Quentin Tarantino. Han pasado décadas desde que Christian Metz escribiese su "Psicoanálisis del Cine. El significante imaginario" pero su afirmación de que el poder de la imagen se basa en su capacidad letal para colonizar el subconsciente y estructurar la libido mediante la identificación sexual que el espectador proyecta sobre el personaje son ya universales.
Somos, en el fondo, una suerte de voyeurs, de antropófagos escópicos que devoramos con la mirada carne humana asada a la parrilla de un buen gore.
La verdad es que poco importa que el argumento de la película sea una payasada "trash" a más no poder, lineal y hasta previsible, en la encrucijada entre las películas malas de coches de los años 70 y el film de terror adolescente estilo Freddy Krugger.
Lo profundo es la piel, que diría Deleuze. Es decir, la estética, la superficie pringosa de la película, su porosidad capaz de absorber todos los ingredientes kitsch del cine: música de otra época, pósters de películas, coches imposibles, peinados anacrónicos, vestidos pasados de moda, personajes de cómic deformados hasta lo grotesco. Todo, al servicio de un festín pop donde la propia pérdida de límites estéticos construye su propia frontera, su propio y único universo.
Pon en una misma cinta tías buenas y jóvenes, alcohol y marihuana, un sádico asesino con un coche "a prueba de muerte" (Kurt Russell, memorable), escenas de carreras y porrazos, algo de sexo, tíos horteras, fetichismo pedestre -nunca mejor dicho- y te sale una basura de serie B.
Pon todo eso en las manos de Quentin Tarantino y te sale "Death Proof".
Somos, en el fondo, una suerte de voyeurs, de antropófagos escópicos que devoramos con la mirada carne humana asada a la parrilla de un buen gore.
La verdad es que poco importa que el argumento de la película sea una payasada "trash" a más no poder, lineal y hasta previsible, en la encrucijada entre las películas malas de coches de los años 70 y el film de terror adolescente estilo Freddy Krugger.
Lo profundo es la piel, que diría Deleuze. Es decir, la estética, la superficie pringosa de la película, su porosidad capaz de absorber todos los ingredientes kitsch del cine: música de otra época, pósters de películas, coches imposibles, peinados anacrónicos, vestidos pasados de moda, personajes de cómic deformados hasta lo grotesco. Todo, al servicio de un festín pop donde la propia pérdida de límites estéticos construye su propia frontera, su propio y único universo.
Pon en una misma cinta tías buenas y jóvenes, alcohol y marihuana, un sádico asesino con un coche "a prueba de muerte" (Kurt Russell, memorable), escenas de carreras y porrazos, algo de sexo, tíos horteras, fetichismo pedestre -nunca mejor dicho- y te sale una basura de serie B.
Pon todo eso en las manos de Quentin Tarantino y te sale "Death Proof".
martes, 11 de septiembre de 2007
La nada
A veces, sobre todo en septiembres sombríos, parece que viajásemos sin rumbo por una circunferencia cuyo perímetro demasiado es pequeño y demasiado conocido. Un perímetro que encierra un abismo justo al borde del otoño. Un año tras otro se repite la misma angustiosa ceremonia de incorporación a la vida "normal", una especie de artefacto de días laborables y festivos que hemos inventado para cubrir la nada existencial y tener algo que hacer que dé sentido al frío.
Es lo que tienen los finales del verano.
Por eso, propongo frases para soportar septiembre:
Max Stirner, célebre anarquista alemán: "He fundado mi causa en la nada".
Von Foester, científico austríaco: "La verdad es el invento de un mentiroso".
Arthur Schopenhauer, filósofo alemán: "Querer es esencialmente sufrir, y como vivir es querer, toda vida es por esencia dolor."
Sören Kierkegaard, filósofo danés: "La angustia es el vértigo de la libertad"
Woody Allen, cineasta norteamericano: "El universo se expande"
María José Cantudo, vedette visionaria: "He encontrado la fés".
Siempre me gustó mucho esta explicación de Antonio Ozores sobre el origen de la Vía Láctea:
Es lo que tienen los finales del verano.
Por eso, propongo frases para soportar septiembre:
Max Stirner, célebre anarquista alemán: "He fundado mi causa en la nada".
Von Foester, científico austríaco: "La verdad es el invento de un mentiroso".
Arthur Schopenhauer, filósofo alemán: "Querer es esencialmente sufrir, y como vivir es querer, toda vida es por esencia dolor."
Sören Kierkegaard, filósofo danés: "La angustia es el vértigo de la libertad"
Woody Allen, cineasta norteamericano: "El universo se expande"
María José Cantudo, vedette visionaria: "He encontrado la fés".
Siempre me gustó mucho esta explicación de Antonio Ozores sobre el origen de la Vía Láctea:
martes, 4 de septiembre de 2007
Let a Boy Cry
Fin de semana en Madrid. Revisitando el pasado, rediseñando el futuro.
Quedar con un ex -aunque, en principio, fuese para resolver temas logísticos- después de no verlo desde que cortaste es como coger una escalera doméstica y mirar en la tabla más alta de la estantería de tu habitación, esa que no ves, pero que sigue estando ahí.
De repente, encuentras el Quimicefa, polvoriento; los másters del universo, igual de cachas pero con algunos años más; el Trivial Pursuit versión de la época del parchís, no del juego, sino del grupo. Recuerdas las interminables tardes jugando con ellos y lo intensamente feliz que te hicieron. Te sorprende que esos cachivaches de sigan ahí, como desubicados, sin una infancia a la que proporcionar felicidad porque caray, tú ya no eres un niño. Y sin embargo, ahí permanecen, incrustados en tu identidad y en tu memoria, cogiendo polvo.
Con C. me ha pasado algo parecido. De repente, lo ves, oyes su voz, lo tienes cerca, casi puedes palpar su piel y es como si no hubiese pasado el tiempo, como si este momento perteneciese aún al día de antes de romper. Y recuerdas lo intensamente feliz que fuiste con él, una felicidad que en su momento creíste efímera, pero que ahora sabes que es eterna e irrepetible.
La tarde bien mereció sus llantos. Y después, sus risas. Y después, una despedida en paz. Madrid tiene muchas tablas altas de la estantería de mi vida. De una de ellas saqué esta comercial y petarda, pero hermosa, canción de Gala que tan buenos recuerdos me trae.
Quedar con un ex -aunque, en principio, fuese para resolver temas logísticos- después de no verlo desde que cortaste es como coger una escalera doméstica y mirar en la tabla más alta de la estantería de tu habitación, esa que no ves, pero que sigue estando ahí.
De repente, encuentras el Quimicefa, polvoriento; los másters del universo, igual de cachas pero con algunos años más; el Trivial Pursuit versión de la época del parchís, no del juego, sino del grupo. Recuerdas las interminables tardes jugando con ellos y lo intensamente feliz que te hicieron. Te sorprende que esos cachivaches de sigan ahí, como desubicados, sin una infancia a la que proporcionar felicidad porque caray, tú ya no eres un niño. Y sin embargo, ahí permanecen, incrustados en tu identidad y en tu memoria, cogiendo polvo.
Con C. me ha pasado algo parecido. De repente, lo ves, oyes su voz, lo tienes cerca, casi puedes palpar su piel y es como si no hubiese pasado el tiempo, como si este momento perteneciese aún al día de antes de romper. Y recuerdas lo intensamente feliz que fuiste con él, una felicidad que en su momento creíste efímera, pero que ahora sabes que es eterna e irrepetible.
La tarde bien mereció sus llantos. Y después, sus risas. Y después, una despedida en paz. Madrid tiene muchas tablas altas de la estantería de mi vida. De una de ellas saqué esta comercial y petarda, pero hermosa, canción de Gala que tan buenos recuerdos me trae.
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