miércoles, 21 de noviembre de 2007

No surrender

Ayer estaba yo en una entrega de premios a jóvenes empresarios. Los más importantes de la provincia. Como espectador, como institución o como gorrón de canapés. Nunca se sabe. Y ya sentados en las sillas, la mirada azul, tan lejana, tan cercana, de M., se clavó en mí, recordándome que hace 25 años que nos conocemos (desde preescolar) y unos 8 que no nos veíamos.

Era una de las finalistas. Estaba nerviosa. Pero el reencuentro fue emocionante.

María siempre fue una niña inteligente, inquieta, especial. Ausente a la incomprensión de otros niños y niñas. Comprensiva ante la ausencia de los demás. La mía, por ejemplo. Siempre nos entendimos. No hizo falta solidificar los lazos.

Estudió periodismo. Tuvo serios contratiempos familiares. Los superó. Montó una pequeña empresa de comunicación. Funcionó regular. Trabajó en una ONG y allí conoció a una chica más joven aún que ella. Se conocieron ayudando a los demás y decidieron ayudarse a sí mismas.

Hace tres años, M y su nueva amiga soñaban proyectos en el pequeño salón de un apartamento. Hoy dirigen una empresa de viajes con 50 trabajadoras, implantada en varios países y con 25o sedes franquiciadas.

Ofrecen viajes para mujeres discapacitadas, para el colectivo LGTB, tienen todo el material adaptado a cualquier discapacidad, hacen planes internos de conciliación y van a montar una guardería propia para sus trabajadores.

Quedaron en segundo lugar.

Luego, en el canapé, hablamos, interesados en quiénes somos ahora y cómo nos va. Veo lo que ha conseguido, y pienso en aquella niña de preescolar, brillante, pero silenciosa.

Se alegra, también, de mi trayectoria. Es una joven empresaria de izquierdas, comprometida. Entiende las políticas sociales de Zapatero mejor que muchos políticos que me rodean. Estamos en sitios diferentes, pero miramos hacia el mismo lado. Siento una punzada generacional: ¿Somos así? Me gustaría pensarlo.

Luego, en casa, agotado. A pesar de todo estoy algo triste. No termino de encontrarme: la soledad, el robo, el otoño. Llueve. Tengo una reunión a las 5:30. Ni remotas ganas de ir.

Me meto en la ducha, pongo a Bruce Springsteen, el carroza que mi padre me enseñó a adorar. Dejo que el agua corretee por mi cuerpo y que las palabras de El Jefe se escurran por mi tórax:

We made a promise we swore we'd always remember
No retreat no surrender
Like soldiers in the winter's night with a vow to defend
No retreat no surrender

Y conseguí que la tarde siguiera, sin rendición.

2 comentarios:

DaNieLo dijo...

El otoño es una putada, pero a ciertos lugares les confiere una magia especial...En algún momento de este fin de semana me acordé de ti :)

Kamosisa dijo...

En Italia, el otoño, y cualquier momento, adquiere una magia especial... Me alegra que te acuerdes de mí. Espero verte pronto-.