sábado, 16 de febrero de 2008

Paco Vidarte

Ya ha pasado alguna semana desde que supiésemos de la muerte de Paco Vidarte. Desde estas navidades, cuando leí "Ética Marica", entraba en su blog a diario, recorría todos sus rincones saqueándolo de ideas, de momentos, de enlaces con los que luego me zambullía en Internet en busca de más sangre tan hirviente como la suya, tan difícil de encontrar. Paco actualizaba su página con frecuencia, metiendo fotos conmovedoras, pedacitos de texto que improvisaba a trancas y barrancas en los pocas treguas que le dejaba su enfermedad, chispazos de ternura arrancados a su genial mal genio: contaba, en su sección de "Linfomanías", las pequeñas alegrías y los grandes suplicios en su evolución -siempre optimista- contra el VIH. Pero los días en los que no actualizaba fueron espaciándose hasta quedarse clavados en el 15 de enero. Y ahí sigue.

Paco Vidarte, el Paco Vidarte virtual, irreal, la máscara de sí mismo, el grotesco personaje que se agitaba como una antorcha en la noche de los tiempos, sigue viviendo hasta un 15 de enero, como si la vida contiuase y él se hubiese ido de vacaciones; o Telefónica le hubiese quitado la conexión; o hubiese decidido tomarse un respiro. Nada en su página, salvo las palabras escritas en los momentos de mayor desesperación, hace pensar que el linfoma que le provocó el Sida avanzó deprendando tejidos, membranas, órganos enteros hasta terminar con su vida.

La vida de Paco Vidarte.

En pocos apellidos, como en el suyo, se explica la causa de la existencia de una persona: Vida y Arte. La vida como arte. Inseparables, indisolubles: la sangre y el artificio, siempre juntos, causándose mutuamente. El sacrificio y el concepto. Y el placer y el pensamiento, y el pensamiento como placer, y también como dolor, y como caricia, y como guantazo, y como llamada de atención, y como escupitajo, y como insulto, y como gemido. Paco era un filosofo sin más método que su propia vida y sin más vida que su cuerpo: su método era su cuerpo. Con él follaba y con él pensaba. Con él vivió hasta morir. En esta sociedad de pensadores con seguro a todo riesgo, poca gente es capaz de la escritura corporal que él practicaba, lanzando palabras desde los riñones, desde los párpados o desde el ano. Paco Vidarte escribía para mover: para moverse, y para movernos a los demás. Escritura política. Escritura-acción. Escritura-interruptor.

Algunos siempre tuvimos claro que en esta vida no cabe la equidistancia ni la indiferencia. Que desde que Esparta venció a Atenas, la guerra es siempre la de la barbarie contra la libertad: bajo formas distintas, en otras épocas y distintos lugares, y expresada de maneras insospechadas. Allá donde florece un atisbo de igualdad o de libertad, allá donde la Utopía cojonuda asoma la cabeza, el lobo que dormitaba agazapado afila sus colmillos con el objetivo ciego de cercenarlas, de desgarrarlas, de aplastarlas, como la escena de la flor, la niña y Frankestein. Y esta guerra es una guerra al completo, tan indivisible como la libertad: no vale luchar en este frente y dejar el otro descubierto. No vale denunciar la homofobia y hacer la vista gorda con la xenofobia o con el machismo o con el clasismo. La bestia, bien lo vio Paco, se alimenta de todas y cada una de las exclusiones, aunque se den por separado, aunque traten de hacernos creer que viajan solas y uno pueda ser xenófobo pero no homófobo o viceversa.

Supongo que ahora toca decir algo tan típico y tan manido como que murió el hombre, pero vivirán sus ideas. Pero nada de Paco vivirá si no lo hacemos vivir algunos pocos (algunos Pacos, otros no). Porque su obra no era un corpus íntegro de pensamiento, ni un bloque de doctrina sociológica, ni una reelaboración del pensamiento psicoanalítico de Lacan, pasado por Derrida y Foucault. Su obra es un "interruptor", una llamada de atención, un grito que sólo servirá si consigue llamarnos, despertarnos, agitarnos, abofetearnos, abrirnos los ojos.

En nosotros está el compromiso, el difícil testigo de trasladar al mundo esa pequeña ética de la que habló Paco. Tan pequeña, pero tan nuestra.

2 comentarios:

Max dijo...

Qué bonito post. Pienso en esa conjugación de términos—que es más que sintáctica—que estableces en la última oración: compromiso, testimonio, ética. Acaso todos aludan a distintas modalidades para este constante aprendizaje: aprender a vivir. Y vivir, ser-en-el-mundo, creo, adquiere sentido verdadero (es decir, produce su verdad), en el encarnamiento de ese último término, que no es ningún final, porque es todo principio: nosotros.
Gracias.

Antígona dijo...

No entro con mucha frecuencia en tu blog, ya se sabe, falta de tiempo, de costumbre. Y entro hoy por casualidad, con el debate político de fondo, y me encuentro con esta noticia... Conocí a Paco, apenas una tarde de congreso compartida y una cena de risas y Derrida. Pero su persona me impresionó. Tal vez por su frescura, por su absoluta falta de academicismo, por su irreverencia. En muchas ocasiones me he acordado de él, supe por otros de su trayectoria, pero nunca he leído nada de lo que escribió.

Creo que tu post, el conocimiento de su muerte, va a ser el detonante para que lo haga.

Un beso