Entonces, ¿qué camino tomar? La pregunta que se hacía Alicia expresaba la gran cuestión del ser, del ser algo, del ser en sí, tal vez, y el enigma se reflejaba entre la lógica y el azar en un juego de espejos infinito.
Frente a existir, vivir es un verbo transitivo: vivimos algo. Lo vivimos. El problema entonces se desplaza, como siempre, al qué: qué vivimos, qué bebemos (yo prefiero ron Brugal, siempre, pero ¿qué va antes, mi preferencia o la existencia del ron Brugal? ¿Qué preferiría si este no existiera? ¿Preferiría Brugal en vacío, en abstracto?), qué soñamos, qué amamos. El qué es una x, pero no sabemos si esa x está en la ecuación de nuestra vida –como un código genético- esperando despejarse o simplemente reside en el entorno, en las circunstancias, y partiendo de esa x impuesta vivimos construyendo una eterna ecuación que nunca se resuelve.
Antes, el pensamiento lineal, cartesiano, racional (también, cristiano), nos expuso a pensar que nuestra vida era un lógico desarrollo: de abajo hacia arriba, de izquierda a derecha. De menos, a más. Ahora, el Árbol de Porfirio ha sido sustituido por el rizoma de Gilles Deleuze. La x del qué se va moviendo por la ecuación en direcciones imprevisibles: de un lado hacia el otro, de arriba abajo, del centro a la periferia. Creíamos ser ramas del árbol del sentido, pero tal vez no seamos más que fractales recursivos que se desvanecen en el aire.
En París confluyen las galerías del laberinto. Hace tres años. Un autobús nocturno parte de Georges Poumpidou hacia el Boulevard Jourdan. En él, un kamosisa, y un norteamericano se preguntan una dirección, y sin saberlo, se interrogan acerca del fractal que divide y gestiona nuestros destinos. ¿Está, en ese momento fugaz, el destino fuera del autobús, o está dentro, caminando sobre la cuerda floja –flojísima- de un encuentro azaroso, de una conversación imprevista? Se dan el número de teléfono y vuelven a quedar al día siguiente, antes de que el kamosisa vuelva a Madrid a seguir con su itinerario itinerante (e iterativo, e intermitente, e interminable). Y sin que pasase nada, pasó mucho. Y pasaron los años.
París es la ciudad en la que nunca sabemos si las elecciones nos escogen a nosotros o nosotros a ellas. En sus calles, Cortázar juega a encontrarse con la Maga, los personajes de Rohmer viven almacenando casualidades y la eterna señorita del Herald Tribune de Goddard recorre sus plazas a bout de souffle, enamorando a propios y extraños. También en París, ¿seguro que fue en París?, se pregunta Fabio, se encontraron dos maricas muertas, congeladas vivas. París, por eso, siempre ha sido una fiesta.
Y allí, el kamosisa, breve ontología del fracaso, de la imposibilidad de conjugar el pretérito con el presente, la posibilidad con la probabilidad, halló otra dirección que nunca se recorrió y que vuelve a través de los años, vía carta, vía llamada desde el otro lado del Atlático (que es el mismo que éste, porque nos une la OTAN, y el americano lo sabe).
Porque yo sueño, yo no existo, parce-que je rêve, je ne suis pas, decía Leolo. El sueño engulle la existencia: la anula. Cuando soñamos, no existimos, porque la existencia del sueño es infinitamente más fuerte.
Y en él, en el sueño parisino que amenaza con solidificarse en realidad, se cortocircuitan los destinos. Por eso, por vivir la amenaza de ese cortocircuito, merece la pena la pettit mort de la vida.
Fin del cuento de varios inviernos. Ahora, a esperar al cuento del verano.
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3 comentarios:
Yo creo que esa x reside en el entorno. Que se trata más de una adaptación bioquímica a un estímulo cualquiera (al Brugal en este caso) para engañar a nuestras endorfinas y creernos que el acto de vivir es bueno en su transitividad tal cual. Es algo darwiniano, de alguna manera.
Quizás por eso se mueve la x como zanahoria frente al burro que somos.
Todo esto es muy interesante.
Keki me preocupas...qué va a ser y estar de maria josé cantudo´s?
besos de tu anita
Sólo estoy curioseando por aquí. Estoy de visita. Pero soy una desconocida alguien que quiere saber qué se cuece en el mundo de los jóvenes de hoy. Perdonar la intromisión. Me estoy entreteniendo con la música. Lo que no me gusta es que no acabe ninguna canción. Saludos me voy. Volveré...
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