Siempre que me preguntan (o, en soledad, me pregunto) cuáles son mis diez pelis favoritas, hay una que siempre aparece: París, Texas, dirigida por Win Wenders y con guión de Sam Shephard. Tiene mérito si tenemos en cuenta que mis gustos son erráticos, y que mi decálogo varía y fluctúa más que el precio de la vivienda de VPO en Marbella siendo concejala del ramo, pongamos por caso, Marisol Yegua (su cara tiene más de yegua que de yagüe). Las mismas películas cambian de posición. Otras que había visto hacía tiempo, suben a la lista, o desaparecen de este ránking mental. Uno que es así de friky.
París, Texas resiste. El desierto largo e inconcluso que atraviesa la película como un coche destartalado es una metáfora demasiado fuerte, demasiado sólida como para desaparecer. En él está la soledad y el amor, el desamparo y la amistad, la familia, el deseo, el recuerdo, el sueño, la esperanza… Todos, personajes que se resumen en uno: Travis. Éste hombre adusto, tímido y flaco, sencillamente, aparece un día en el desierto de Texas. Perdido. Recordando. Buscando. Y decide empezar la búsqueda por el principio: buscar a su hijo, y reencontrarse con la madre (por cierto, la mejor Natasha Kinsky vista jamás).
Travis somos todos. Supongo que hay una parte en él del adolescente que fui, del joven que se fue a Madrid, y ahora, del que volvió a Málaga. La vida, al cabo, podría ser un desierto filmado por Wenders, fotografiado por Robby Müller, musicalizado con riffs a la guitarra de Cooder y con los lacónicos, pero intrigantes, diálogos de Sam Shephard. La vida siempre es más prosaica que el cine, pero en la comparación salimos ganando.
Pero volviendo a nuestro personaje, Travis es, además –o tal vez-, un Ulises moderno que viaja torpemente hacia su Ítaca: la felicidad inasible y fugitiva que siempre anida en el recuerdo como un fogonazo del pasado. París, Texas no es una Odisea, sino una road movie tranquila, de largos atardeceres con cielos rojo-sangre, de música suave y penetrante (guitarra de Ry Cooder, que cogieron para la careta de Documentos TV, ¿recuerdan?).
Ítaca, como bien diría Kavafis, está en nosotros. Porque es a sí mismo a quien se busca Travis por el desierto tejano. París, ciudad explosiva, que simboliza la luz de Occidente, la belleza, la civilización, era un lugar imaginario del desierto de Texas donde él y su mujer concibieron a su hijo. A la postre, es el sitio donde está la felicidad, ubicado en un lugar inalcanzable del desierto de cada uno.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
6 comentarios:
Keki, por fín un proceso aleatorio desconocido hasta ahora para mí nos lleva a la misma película.
Ayyy las orientaciones y las veces!!!!
TKM
Ayyy Keki releyendo tus post me meo leyendo lo de cuando te preguntan o te preguntas tu solo en soledad, que me recuerda a la Cantudo.
No puedo con mi vida!
Jajajajaja
Yo haciendo esfuerzos por ser un cultuera profunsdo y gafapásticos y tú sólo fijándote en lo más banal y superficial... Ay que ver. Fíjate.
Nada más hermoso que ver a Travis ordenando zapatos en casa de su hermano. Nada más descorazonador y cierto que Travis y Nastasha hablando a través del cristal de un peepshow. El Ulises moderno, como Travis, no sabe a dónde va: sólo sabe que tiene que ir al lugar donde empezó todo, un sitio donde no hay nada. Ví en Madrid esta película el año de su estreno. La he vuelto a ver muchas veces. Recuerdo también en aquellos años de viaje madrileño El Sur, de Víctor Erice, echando de menos mi ciudad, no sé si mi origen. Años más tarde, pongo de de wallpaper a la Kinsky de cuando en cuando. Tengo un hijo. Nací en París. Me marcharon cuando apenas tenía un año. Fui a mi ciudad natal el año que mi madre agonizaba para grabarle el origen, como en aquella película también de Win Wenders, Hasta el fin del mundo.
Hace unos cuantos años, Lynch continuó aquella historia imaginaria en Una historia verdadera. Cuando Travis era Itaca y el camino era lento y sin sirenas. Todos somos Ulises e ïtacas para alguien. Todos hemos sido Circe de alguien, sirenas de alguien, Penélopes de un wallpaper que sólo existió en nuestra imaginación.
Lo siento, Mr. Kamosisa, no voy a hacer zumo de metáforas por correo. Aquí me limito a ver pasar los barcos. El suyo tiene luces que me recuerdan el viaje. La partida. El regreso. Las cartas en un apartado de correos. Seguiré así, si no le incomoda. Seguro que no le incomoda. Es usted un hombre en camino. Yo, ahora, estoy desandando mis pasos. Pero seguro que podemos lanzarnos señales de humo.
No hay nada más enriquecedor que las señales de humo entre dos desconocidos íntimos. Sepa usted, Mr. Anónimo, de que es bienvenido en este hogar kamosisa donde habita el kamosisa, es decir, el personaje que no rinde cuentas ante la luz del día, que se angustia, que recuerda, que emprende viajes virtuales que le conducen, a veces, al corazón de las tinieblas donde vive Kurtz, el horror. O a veces, a París, en Texas. O al país de las maravillas. O a las montañas de la locura. O Mulholland Drive. La vida aquí es un cortapega, son nuestros remiendos favoritos, el montaje loco de una película absurda. Aquí todos somos un poco Ulises, un poco Circes, un poco Sirenas.
Keki: es una hermosa película, la vi en el Ateneo de Caracas, con el entonces amor de mi vida, un antropologo trompetista, que ahora vive en San Francisco...
Yo queria ser la Kinsky aunque fuera la hija de Nosferatu.
Besos falleros
Bebi
Publicar un comentario