Esta mañana es aún anoche.
Anoche R, compañero de trabajo, guapo homólogo de mi edad, me llama para tomar unas copas. No me puedo resistir.
A R. lo conocía desde antes de llegar aquí. Lo conocí en Málaga enmedio del fragor de la última campaña electoral, y aparte de algún simpático cruce de e-mails y alguna conversación de trabajo, hablamos poco. Eso sí: nos llamamos mutuamente la atención. Por lo que fuera, por una cierta afinidad vital difícil de concretar, que va más allá de lo parecido de nuestras respectivas situaciones. Por una atracción personal solapada, sigilosa. Por lo que fuese.
Me presenta a su mejor amiga, M, y al novio de ésta, G. Ella, camiseta cara con una serigrafía de "pitufina", icono que fielmente la retrata. G, vaqueros correctos y camisa a rayas por fuera, à la mode Barrio de Salamanca. R lleva un polito de eterno joven, de colegial incandescente, como sus mejillas.
Son las 12 y empieza la noche a base de mojitos, se prolonga con dardos (quedé segundo sin haber tirado antes uno en toda mi vida) y se prorroga, trayecto en el mini de ella con Shakira a tope incluido, en un pub atestado del corazón pijo de Madrid, un bar sin demasiados aderezos donde se suceden canciones de Los Inhumanos, Hombres G, Amaral... y para mi sorpresa, U2. Una chica se contena a mi lado, ante mi sorpresa y evidente desinterés, fijado en otro sitio.
Pitufina y G deciden irse, no sé intencionadamente o no, y dejarnos solos en una discoteca que se llama... "Déjate besar" ("música pop para espíritus no codificados").
Y no, no hubo besos, pero sí una prolongada y agradable conversación que viró sobre temas tan interesantes como Madonna o Killy, y una vez decididos por Madonna, si Madonna primera o última generación. Y de ahí, al trabajo, Málaga, las amistades, los conciertos, la política.
Todo, menos nosotros.
Y tal vez, mejor así.
viernes, 30 de mayo de 2008
jueves, 29 de mayo de 2008
Y si cambio de idea...
Fue la primera llamada nada más llegar a Madrid. Era él. Con su voz de adolescente prolongado. Era él. Con su inocente capacidad de destrucción. Él. Llamando.
Alguien le dijo que me venía a vivir. Y yo ya me había olvidado.
El alegre e inocente generador de tristeza. Me llamó.
Y nos vimos ese día. Y otro. Y cenamos, y salimos. Y está ahora en mi vida. Sin estar. Sin papeles. Estamos improvisando. Hacia ninguna parte, es cierto. Me prometí que lo iba a olvidar. Pero él sabe cómo evitar que lo olvide. Le basta con estar.
Él.
Alguien le dijo que me venía a vivir. Y yo ya me había olvidado.
El alegre e inocente generador de tristeza. Me llamó.
Y nos vimos ese día. Y otro. Y cenamos, y salimos. Y está ahora en mi vida. Sin estar. Sin papeles. Estamos improvisando. Hacia ninguna parte, es cierto. Me prometí que lo iba a olvidar. Pero él sabe cómo evitar que lo olvide. Le basta con estar.
Él.
lunes, 26 de mayo de 2008
Pasillos
El pasillo es el papel, y el azar es el texto. El pasillo vacío es como el folio en blanco: Una suerte de miedo a lo desconocido que contiene potencialmente al infinito. Así aprendí a ser periodista: observando los márgenes, deteniéndome en los paréntesis, sabiendo que la información que vale circula por debajo de la mesa, en los excusados y reservados, lejos de la sólida oficialidad de lo preestablecido.
Me encuentro a J, en virtud del azar, en uno de esos pasillos. Es una larga mañana ministerial, con ecos de grandes puertas, plúmbeo cielo velazqueño por la ventana, y ordenanzas solícitos de aburrimiento.
J, par a mí, unos 45 años, varón clásico y solterón, vestimenta de protocolo cara, verbo de conspirador palaciego, risa de cotilla real, andares de pavo encuadernado, picaresca torcida de consorte descreído, educación morigerada y ampulosa, mirada de zarzuela madrileña, niño de Chamberises y barquillos en verano, tardes de horchata y zapatos nuevos, me pregunta, al salir del despacho de un tierno compañero de trabajo, si emerjo del cuarto oscuro, a estas horas, tan tempranas. Tan de café con churros servidos por Goyo en la cafetería de los subsecretarios que comentan el pedrojotismo de todos los días. Y el comentario me despierta más que un cortado doble con anfetas, aderezado de redbull y Coca-cola.
Observado por lóbregos lienzos cuarteados que ponen rostros eternos, aun a costa de lo estético, a lo efímero de los cargos del poder, me digo que aquella paradoja entre noche y día, antro y Ministerio, sordidez y suntuosidad es el claroscuro tenebroso y brillante que mejor define Madrid.
Pero debo callar. Se acerca un ordenanza con paso de largo de tarde de lunes. Ah, el pasillo indiscreto, texto de nuestros días.
Me encuentro a J, en virtud del azar, en uno de esos pasillos. Es una larga mañana ministerial, con ecos de grandes puertas, plúmbeo cielo velazqueño por la ventana, y ordenanzas solícitos de aburrimiento.
J, par a mí, unos 45 años, varón clásico y solterón, vestimenta de protocolo cara, verbo de conspirador palaciego, risa de cotilla real, andares de pavo encuadernado, picaresca torcida de consorte descreído, educación morigerada y ampulosa, mirada de zarzuela madrileña, niño de Chamberises y barquillos en verano, tardes de horchata y zapatos nuevos, me pregunta, al salir del despacho de un tierno compañero de trabajo, si emerjo del cuarto oscuro, a estas horas, tan tempranas. Tan de café con churros servidos por Goyo en la cafetería de los subsecretarios que comentan el pedrojotismo de todos los días. Y el comentario me despierta más que un cortado doble con anfetas, aderezado de redbull y Coca-cola.
Observado por lóbregos lienzos cuarteados que ponen rostros eternos, aun a costa de lo estético, a lo efímero de los cargos del poder, me digo que aquella paradoja entre noche y día, antro y Ministerio, sordidez y suntuosidad es el claroscuro tenebroso y brillante que mejor define Madrid.
Pero debo callar. Se acerca un ordenanza con paso de largo de tarde de lunes. Ah, el pasillo indiscreto, texto de nuestros días.
jueves, 22 de mayo de 2008
Nómada
Por arte de magia, un amigo me envía tres vídeos que son el mapa audiovisual de mi estado de ánimo. O eso pienso una vez que, habiéndolos visto, me siento como me siento. Hoy sobran las palabras:
viernes, 16 de mayo de 2008
Papel
Me instalo. Ocupo la celda correspondiente del panal. Soy una abeja, no sé si maya o azteca.
El encargo es confundirte, indiferenciarte, disolver tu identidad y producir la cera requerida para la abeja reina. Aquí se viene unidimensional y funcional. Aquí se viene soñado y llorado y reído. Todo eso debe quedar en las profundidades del subsuelo de tu inconsciente: esa caja negra de seguridad, impenetrable, que porta el ADN psicológico de cada uno de nostros.
El contra-objetivo es cercar bien ese instinto libre e impedir que la estructura devore tu identidad a base de tiempo, paredes y papel.
Sólo con los muros bien altos protegeré la casa de los Kamosisas, y no me convertiré en un "hombre de papel", en un "juguete del viento"
El encargo es confundirte, indiferenciarte, disolver tu identidad y producir la cera requerida para la abeja reina. Aquí se viene unidimensional y funcional. Aquí se viene soñado y llorado y reído. Todo eso debe quedar en las profundidades del subsuelo de tu inconsciente: esa caja negra de seguridad, impenetrable, que porta el ADN psicológico de cada uno de nostros.
El contra-objetivo es cercar bien ese instinto libre e impedir que la estructura devore tu identidad a base de tiempo, paredes y papel.
Sólo con los muros bien altos protegeré la casa de los Kamosisas, y no me convertiré en un "hombre de papel", en un "juguete del viento"
domingo, 11 de mayo de 2008
Hola
Más que volver a empezar, lo mío es empezar a volver.
Dice hoy ZP en El Mundo citando a Aristóteles que el comienzo es más de la mitad. De modo que ahora tengo ante mí más de la mitad de algo. De lo que sea. Pero es un comienzo que ha empezado ya otras veces: ¿una espiral, o una escalera de caracol? ¿Hacia qué? Las escaleras se recorren hacia arriba, o hacia abajo.
Esta tarde vuelvo a Madrid, después de tres años en Málaga. Y me acuerdo de un día hace más de diez años, cuando me fui por primera vez. La estación era la misma, igual de fría, igual de grande: los trenes son distintos. Ahora iré en AVE. Toda una metáfora.
Gracias Syal por esta canción:
jueves, 8 de mayo de 2008
Adiós
Hay placeres del "adiós" a los que me niego a renunciar.
Decir "adiós", no hasta luego, o hasta la vista, sino "adiós", como quien tira por el desagüe de su vida ciertas cosas. Pocas veces suelo utilizar una semántica tan definitiva. Pero aquel cuyo trabajo es "decir" ha callado demasiado. Y este "adiós" tiene la adrenalina de la presa rota, del bozal caído.
Por tanto: "adiós".
martes, 6 de mayo de 2008
Diálogo
Diálogo en la derecha española:
Acebes: "Le he dicho a Rajoy que no cuente conmigo".
Rajoy: "No lo olvidaré nunca".
Acebes: "Le he dicho a Rajoy que no cuente conmigo".
Rajoy: "No lo olvidaré nunca".
lunes, 5 de mayo de 2008
Puenting
El puenting doméstico tiene sus riesgos. Puedes romperte la cadera, y también puedes romper el jarrón chino que te regaló tu tío Pepe el solterón viajero-de-toda-la-vida a su vuelta del país de la pólvora. Pero la lógica del puenting es que bajas y subes impulsado por la inercia del elástico.
Esa misma lógica me mantuvo, entre las obligaciones laborales y las hedonistas, en un sinvivir entre el portátil y la pista de baile, en una dialéctica entre el Eros y la Civilización que ya describiera Marcuse.
La noche del día del trabajo acudí a mi tercera fiesta Bisturí. Por segunda vez, Carlos y yo estuvimos a punto de fenecer en el intento de llegar a la sala, a manos de un taxista cachondo que hacía carreras contra el crono.
Pero lo más interesante sucedió el viernes noche, en que firmé un armisticio con Torremolinos y volví a pasear mi desconsuelo por sus antros. Y hete aquí que, sacudiéndonos el aburrimientos a base de gin-tonics y malvados comentarios en la zona VIP's (así, en plural), doy con mi mirada, perdida en la nada, y buscando lo mismo que tú, con un chico de órdago, escapado de algún catálogo, como la escena en que Keanus Reeves habla desde la portada de una revista de moda.
He tenido que mirar en mis archivos ver para cuándo fue la última vez que ligué en la capital del merdelloneo gay. Debía ser, por aquellos entonces, un chico imberbe y casi impúber. Muy diferente de aquel que, tal vez equivocado o confundido por el alcohol, se fijó en mí el viernes: un tipo de unos treinta, moreno de ojos azules, cachas y un poco más alto que yo. Me ocultó, desde el primer momento, que había sido modelo profesional y que había quedado 2º en un certamen de Míster España. Pero sus intentos por hacerme creer que era médico anestesista dieron sus frutos y entablé con él una extraña conversación acerca de las costumbres de Massiel y de los veranos en la Costa del Sun.
Como no me gustan los modelos espectaculares (yo amo la belleza popular, espontánea, imperfecta que germina en los barrios de nuestras ciudades, en las obras y los talleres de coches y otras categorías del ser) lo paseé por la discoteca, lo despisté y pude volver a casa solo.
Pero antes, divisé en la salaz mirada de conocidos: vi en ellas la furia y envidia, el rencor y la degeneración que genera la endogamia. A veces, hasta ligar te granjea enemigos. Enemigos íntimos.
En fin, cosas del puenting.
Esa misma lógica me mantuvo, entre las obligaciones laborales y las hedonistas, en un sinvivir entre el portátil y la pista de baile, en una dialéctica entre el Eros y la Civilización que ya describiera Marcuse.
La noche del día del trabajo acudí a mi tercera fiesta Bisturí. Por segunda vez, Carlos y yo estuvimos a punto de fenecer en el intento de llegar a la sala, a manos de un taxista cachondo que hacía carreras contra el crono.
Pero lo más interesante sucedió el viernes noche, en que firmé un armisticio con Torremolinos y volví a pasear mi desconsuelo por sus antros. Y hete aquí que, sacudiéndonos el aburrimientos a base de gin-tonics y malvados comentarios en la zona VIP's (así, en plural), doy con mi mirada, perdida en la nada, y buscando lo mismo que tú, con un chico de órdago, escapado de algún catálogo, como la escena en que Keanus Reeves habla desde la portada de una revista de moda.
He tenido que mirar en mis archivos ver para cuándo fue la última vez que ligué en la capital del merdelloneo gay. Debía ser, por aquellos entonces, un chico imberbe y casi impúber. Muy diferente de aquel que, tal vez equivocado o confundido por el alcohol, se fijó en mí el viernes: un tipo de unos treinta, moreno de ojos azules, cachas y un poco más alto que yo. Me ocultó, desde el primer momento, que había sido modelo profesional y que había quedado 2º en un certamen de Míster España. Pero sus intentos por hacerme creer que era médico anestesista dieron sus frutos y entablé con él una extraña conversación acerca de las costumbres de Massiel y de los veranos en la Costa del Sun.
Como no me gustan los modelos espectaculares (yo amo la belleza popular, espontánea, imperfecta que germina en los barrios de nuestras ciudades, en las obras y los talleres de coches y otras categorías del ser) lo paseé por la discoteca, lo despisté y pude volver a casa solo.
Pero antes, divisé en la salaz mirada de conocidos: vi en ellas la furia y envidia, el rencor y la degeneración que genera la endogamia. A veces, hasta ligar te granjea enemigos. Enemigos íntimos.
En fin, cosas del puenting.
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