Pasó por Madrid "el hombre". No fui a verlo. Lo lamentaré el resto de mi vida. Pero no se puede tener todo. Aunque Cohen ha dado mil conciertos en mi imaginación. Ha acompañado episodios de mi vida. Ha estado siempre ahí, con esa voz de transatlántico pesado y velas de seda, capaz de navegar por todos los mares: los vértigo del amor, de la alegría indómita, de la tristeza otoñal.
Así han tronado, en su ronquido exquisito, las más delicadas metáforas. Con la "energía de los esclavos", su primer libro de poemas, conocimos al creador adolescente. Emprendimos un viaje por los surcos de su voz, cada año más hondos. Con Suzanne nos fuimos a la orilla del río a beber té con naranjas. Hice el amor en el Chelsea Hotel. Grité aleluya, sobre un fondo azul del mar de Creta. Fui un pájaro en una alambrada. Tomé el vals de quebrada cintura (de sí, de muerte, y de coñac). Como todo el mundo, supe que los buenos chicos habían perdido. Pregunté quién estaba junto al fuego, quién junto al hambre. Fui tu hombre. Juntos conquistamos Manhattan, y luego, Berlín. Y no hallé cura al amor. Quién pudiera gritar como susurra él.
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