Tenía los mejores ojos que podían verse en una pantalla. Sus ojos eran otra pantalla, dentro del cine. Asomarse a ellos era contemplar un océano de fragilidad, o de belleza, o de miedo. Parecían huir por los campos de Idaho, por los mares de trigo, por los moteles de carreteras que no van a ninguna parte. Huir. Buscar. Un destino. O un refugio. Huir. Del mundo. De sí mismo. A través de sus ojos, podías ver el universo sin estereotipos; las cosas y su oscura colorimetría, las cosas y sus sombras, se imprimían en su iris como en una película virgen (marca Fuji). Aquel candor fue su pasaporte al infierno, donde sus alas se derritieron a la temperatura a la que arde el acetato de celulosa. Pero no se quemaron las imágenes. No todas. Y en el arrabal de la iconosfera el Fénix levanta a veces el vuelo para sacudirnos con un escalofrío de nostalgia.
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4 comentarios:
Lástima que no se aplicase para sí una memorable frase suya en "Running Empty"(Un lugar en ninguna parte; la que le decía al personaje de Martha Plimpton:
-¡No te mueras nunca!
Pues hay gente que no debería morir, efectivamente. Pero, al menos, la gran pantalla tiene un efecto eternizante.
Aún recuerdo con fascinación esta película.
BEING BORING
Creo que marcó a una generación. Al menos, a mí me abrió todo un universo emocional y estético por el que luego he transitado.
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