lunes, 18 de enero de 2010

Culminación

Viaje a Málaga. Objetivo, concluir la tarea en la que he invertido 5 años de mi vida. Una tesis doctoral que no puede ser el final de nada, sino el principio de todo (o de muchas cosas). No es un parto, pero sí una parte y una puerta, un pasaje intelectual y administrativo hacia futuras opciones.

Cuando te juegas el resultado de cinco años de esfuerzo en poco más de una hora, la experiencia del tiempo puede ser muy desestabilizadora. La clave está en que no hay una relación proporcionada entre el coste y el beneficio de la operación. Si sale bien, tendrás un pedigrí académico incuestionable, prestigio, auto-satisfacción y un papel oficial que dice que eres doctor y puedes dar clases en la Universidad. Si sale mal, además de la ignominia y la cicatriz imborrable en tu autoestima, habrás perdido 5 años que bien hubieras invertido en otra cosa. Nada ni nadie podrá devolverte ese periodo de dedicación y desvelo. O sumas o restas, pero ya no te puedes quedar como estabas. Ya no.

Durante los días previos se produce -admitámoslo- una crisis generalizada del yo. Hay una vanidad autocuestionada (no sirvo para esto), que se amplifica gracias a una inevitable y repentinamente descubierta inclinación hacia el pensamiento catastrófico. Resulta que uno, futuro doctor con una tesis sobre un complejísimo y sesudo sociólogo alemán, posee una íntima tendencia a creer en turbios presagios. Falla la cafetera, y ah, ¡es una señal clarísima de la inminencia del fracaso! Muy racional. Por no hablar de las manifestaciones clásicas de la superstición, que parecen acumularse durante esos días, como si hubieran esperado todo el año para aparecer juntas. Nunca habías visto un gato negro en la Plaza de los Cubos, hacía meses que no se te caía el salero, y resulta que el espejo del baño tiene una grieta que deforma picassianamente tu rostro.

Sí, uno no cree en esas cosas, pero y si, y si, y si. Todo, hasta el más leve indicio, pronostica un desenlace fatal. Maldiciones y augurios, barruntos y vaticinios se mezclan con leyendas negras que hablan de doctorandos que se quedaron en blanco, o de tribunales impíos que despellejaron a la víctima de turno delante de su propia familia con comentarios mordaces y escalofriante desprecio.

De nada sirve que te hayan dicho que eso no pasa casi nunca, que casi siempre dan cum laude y que la hora de angustia no es más que un trámite necesario. En el fondo, eso es peor. La minimización de las posibilidades de fracaso convierten a éste en algo verdaderamente terrorífico. Uno se imagina casi solo en una especie de club apestoso de doctores fallidos, junto a los peores parias del planeta, tomando un Bitterkás y comentando cada uno sus circunstancias específicas (¿Y a ti qué te pasó, por qué estás aquí? Eemmm, bueno, parece que a los miembros del tribunal no les interesaron mis investigaciones sobre el cambio de hábitos sexuales de las moscas zulús a raíz de la colonización africana. Otro: yo me quedé bloqueado, según mi director de tesis, el trabajo era magnífico, pero llegué allí y no sabía qué decir, ¿te lo puedes creer? Yo que me tengo por un tío elocuente y extrovertido, que nunca tuve problemas para entrar a una tía en un pub).

Pero llega el día, la hora, el minuto, el tiempo parece detenerse, y uno se sitúa en el centro, ante el gran tribunal docente, solo ante uno mismo, y ya sólo te queda romper las barreras del silencio, tomar la palabra, dejar correr al río, olvidar al gato negro y el salero y las improbables leyendas urbanas. Y te das cuenta de que hay un discurso, un texto, un sentido. Que todo sale a la perfección. Que eres un máquina. Un puto hacha. Que te vas a comer el puto mundo.

Llegan los halagos, los aplausos y felicitaciones, que son un narcótico de la hostia, la mejor droga. En fin... que pasas de la crisis generalizada del yo, a un superátiv de autoestima, una inflación de vanidad, un crecimiento exponencial de la egolatría.

Entonces, dos días después, te subes en el AVE, te quedas dormido, y al levantarte te das cuenta de que te han robado el móvil.

Y sí, el mundo vuelve a ser jodidamente real... Afortunadamente.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Aqui me hayo ante el umbral de tu casa sin saber muy bien si llamar a la puerta o seguir admirándola desde la distancia. Me he quedado fascinado por la belleza y se nota que tiene muy buenos cimientos pero... no quiero empañar o ensuciar tu casa con un simple ¿hola, que tal? y es bien sabido, que las visitas sorpresas nunca son bien recibidas. Asi que ya que he llegado hasta aqui llamarè al timbre y mientras tanto esperarè con mi mejor sonrisa a que me abras la puerta.

Hefestiòn dijo...

soy hefestion

Ernesto dijo...

Enhorabuena.