lunes, 4 de enero de 2010

Strong

Pasan los años. Y el deseo -la calentura, estar hot como una perra- siempre está de moda. Cambian nuestros gustos musicales, la ropa que vestimos, y hasta nuestros estados emocionales amplios. Pero seguimos, cual perro de Pavlov, salivando al estímulo, al condicionamiento clásico del sexo por el sexo.

El sábado volví al Strong. O lo que es lo mismo, la discoteca gay con el cuarto oscuro más conocido del mundo. La única discoteca que conozco que gana la batalla del tiempo y de las preferencias de la comunidad homosexual, tal volátil, tan caprichosa. Y el sábado, comprobé -una vez más- que es el único local que, por encima de fronteras culturales, reúne a todos los subtipos de gays; en la pista me vi bailando en medio de osos, neopunks, pijos, alternativos, muscu-calvas, viejos y niñatos. Es la insoportable universalidad del morbo.

Un gusano. Eso es lo que es. El deseo compulsivo, irracional, casi obsceno, prohibido, oculto, sucio, pringoso, amorfo, irresponsable, el deseo sin motivo, oscuro, inevitable, abstracto es un gusano que tenemos en las tripas, como una solitaria adosada a nuestros tejidos adiposos que nos genera más y más hambre cuanto más comemos. Un hambre imposible de saciar porque cada comida alimenta más al monstruo de siete cabezas.

También se me ha ocurrido pensar alguna vez que el Strong es una especie de aparato digestivo.

La boca estaría en la entrada, por donde entra la carne humana. El estómago sería la pista de baile y las barras, donde la carne de hombre se prepara, macera y ablanda con los jugos gástricos (llámase alcohol, luces tenues, música tecno atronadora). La primera parte del cuarto oscuro, el laberinto, serían los intestinos, que finalmente desembocarían en el recto, las últimas salas, sumidas en una oscuridad absoluta, donde se expelen todos líquidos. Donde la carne ya no tiene forma y es una amalgama, una pasta que busca explotar hacia el final, hacia la salida. Dos o tres horas, desde que se entra, hasta que se eyacula al fondo del local.

Fui con J, I y unos amigos de I. Pensamos que el fin de semana de macro-fiestas chic para despedir el año dejarían un saldo interesante de gente cachonda con ganas de marcha. No nos equivocamos. El Strong estaba hasta los topes. Bailamos y bebimos, macerándonos con gin-tonics antes de ingresar en sus intestinos.

Y cuando entramos, cuando entré, fue como cuando Alicia cruza el espejo y se pasa al otro lado de la realidad.

Allí, dentro, muy dentro, muy al fondo, la estructura de las cosas se invierte. El mundo se ve al revés, como en un espejo cóncavo. No todos están preparados para esa inversión ontológica, para esa inmersión en el reverso de uno mismo. Porque allí está fuera lo que normalmente se queda dentro. Lo bello está supeditado a lo grotesco. La identidad, sometida a la voluntad. La individualidad al grupo. El placer al peligro. El bien al mal. Una ficción colectiva grotescamente democrática, donde no cuenta el mérito o la belleza, donde todo se comparte y se diluyen las jerarquías que nos dividen y dan una forma lógica, aceptable y cívica a nuestros deseos más íntimos.

El alcohol me había ablandado, pero tal vez no lo suficiente. Caminaba cerca de la tentación, bordeándola, pero con las alertas demasiado despiertas. Caminé , entre las sombras, persiguiendo en vano a un chico musculado de facciones simétricas y rotundas. Digo en vano, porque a los minutos lo vi sentado engullendo pollas sin pensar a quién pertenecían. Se me empalmó de golpe, pero no me atreví a colocar mi miembro en su boca y ser uno más. Hubiese sido fácil, pero no lo hice. Las malditas alertas. La ingesta insuficiente de alcohol.

Y seguí caminando y entre las caras que se ven difuminadas o borrosas distinguí a X, un amante de hace tiempo. Recordé de golpe su nombre, y que tenía un buen culo, y también que era filólogo árabe. Un tipo interesante con el que compartí más de un polvo y más de una conversación sobre el conflicto en Oriente Próximo. Me saludó tímidamente, incluso me dio dos besos, un signo de civismo en el centro de la selva que se cargó rápidamente de significado.

Aburrido, decepcionado, algo asqueado, volví a la pista y bailé con I.
J seguía perdido por los intestinos.
I me ofreció GHB, pero no quise, y recordé cuando lo conocí y me dio a probar el éxtasis, un domingo en el Space.

Cuando la pista se iba aclarando y la velada iba tocando a su fin, volví a ver a X, el filólogo árabe, sentado en unos de los laterales de la pista. Me miraba. Tenía la cara sombría y me acerqué.

-¿Qué tal fue?
- Eres el único que conozco aquí. Necesito hablar, A. Escúchame por favor. -En su mirada vi algo que tenía más que ver con la ansiedad, que con el miedo.
- Habla.
- Se ha perdido el condón. Se ha debido quedar dentro. O eso creo.
- ¿Se lo había puesto?
- En principio sí, pero cuando se sacó la polla, no lo tenía. Estábamos en una cabina. Tal vez se rompió, o a lo mejor no se lo puso. Estoy acojonado. No sé lo que ha ocurrido.
- ¿Y el tipo?
- Se subió el pantalón a toda hostia y se fue.
- ¿Quieres que salgamos?
- No quiero amargarte la noche. Demasiado estás haciendo. Tío perdona.
- No me cuesta nada. Debes estar pasándolo mal. Tú harías lo mismo.
- Jodidamente mal. Aquí sólo te conozco a ti. Esto es una mierda. No debí venir.
- No te preocupes. Tal vez el otro tío esté igual que tú, cagado de miedo, sin saber qué coño ha ocurrido. Lo más probable es que no haya pasado nada. Va, no te comas más el tarro, venga, anímate, salgamos a desayunar. Te invito a unos churros, que es Año Nuevo.

Y salimos. Y pensé en los intestinos de Madrid. En el sida (o en su idea) comprando billetes aleatoriamente para viajar en cada corrida y conquistar nuevos cuerpos para su causa global, para su guerra sucia e injusta, convirtiéndonos en víctimas y verdugos de nosotros mismos. Cada polla es una guadaña, una pistola con una bala en el tambor, más efectiva cuanto más grande o suculenta; la belleza tiene algo de venenoso. Qué débiles somos. Adictos a nuestra propia destrucción, o a la posibilidad de la misma. Cómo nos gusta caminar por delgada, finísima frontera que separa al infierno del paraíso. Cómo nos gusta mirar a ambos lados y reconocernos en los dos lugares, ciudadanos de ambos territorios.

Y miré a X. Casi no lo conocía y había, de repente, un vínculo renovado entre ambos. Comiendo churros, lo comprendí. Entendí lo que había hecho y sentí en carne propia las bromas de mal gusto que la vida siempre nos tiene preparadas. Y pesé que, a pesar de todo, (yo, pero tal vez él también) volvería a aquel lugar donde el deseo del otro, del desconocido es insoportable; un deseo extraño y directamente proporcional al miedo que nos da.

Porque el otro, en la oscuridad, es la promesa de algo nuevo, algo que no sabemos si será sublime u horrible, pero que necesitamos descubrir. Y si nos atrae tanto no es por nada, sino porque en el fondo misterioso y terrible de los demás, estamos nosotros mismos, apechugando con nuestro vacío.

6 comentarios:

Ernesto dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Ernesto dijo...

Hace justo un año, en Navidad, una alerta "amarilla", afortunadamente de tipo A, coincidente con la llamada de un ex- anunciándome la "mala nueva" del bicho a su cuerpo, no hizo otra cosa que replantearme seriamente mis deseos de deseo, siempre efímeros, y apostar más por realidades duraderas. Quizá no tan morbosas pero sí mucho más alentadoras que el relato que tan genialmente, como siempre, has escrito amigo.

Besos desde un Plutón cada vez más cercano a Sol.

Anónimo dijo...

La naturaleza es sabia. Nos mantiene en el término medio. Los excesos descontrolados traen consecuencias. Los placeres están delimitados. El sexo, la comida... Todo en su justa medida.

Kamosisa dijo...

Yo también tuve una alerta amarilla de tipo A, y créeme que es para pensárselo. Yo soy un habitual de Plutón, que es un planeta que me encanta... besos!

JoseLeGrand dijo...

Vaya vaya vaya. Esto como que se está volviendo interesante. Me gustan más estas vivencias mundanas y terrenales que el hastío y la pobredumbre de la política. Bravo !!!

Kamosisa dijo...

José, qué alegría verte por aquí. Bienvenido a mis vivencias mundanas. Un beso.