martes, 5 de junio de 2007

Fin de semana en Barcelona

El primer fin de semana después de la batalla debía pasarse en una ciudad amiga y amable. Una ciudad sin derrota. Esa ciudad era Barcelona.

En Barcelona el metro abre todo la noche durante el fin de semana, con lo cual salir y volver a casa es un paseo. En Barcelona se da la extraña circunstancia de que las aceras son de varios metros, y no hay una zanja o un túnel por calle como en Madrid, con lo que pasear es posible. Y sobre todo, en Barcelona el PP no ganará nunca las elecciones, lo cual proporciona una extraña sensación de tranquilidad europea, como si estuvieses en una ciudad relajada y ajena a la crispación, sin discursos bíblicos sobre la unidad o la ruptura del país, la entrega de la voluntad a ETA y no sé cuántas desgracias más.

Una de las reglas que, efectivamente, deben cumplirse a la hora de salir por la noche es no hacerse acompañar de alguien más guapo que tú. O mejor dicho, de alguien especialmente guapo. Esa regla me la salté el viernes y salí con M, que fue el espectáculo de la noche barcelonesa. No sé cómo se debe sentir una persona cuando le entran en todos los locales a los que vas, pero, desgraciadamente, sí sé cómo se siente el que lo acompaña: FATAL. Bueno, en realidad yo también ligué algo, pero en una proporción que no me termina de convencer. En cualquier caso, el viernes de llegada a Barcelona fue divertidísimo, de bar en bar hasta terminar en un mauseleo de la música petarda llamado "Arena Classic", una versión mariliendre del G.A.Y. londinense. Hacia el final de la noche, nuestra forma de andar, de hablar y de bailar me recordaba a aquella canción de los Inhumanos que decía "...si tomo una cerveza más... si tomo una cerveza... al suelo me voy a caer...".

El sábado redimimos nuestro exceso etílico con una larga estancia en la librería Laia, en Pau Claris, con café incluido después de haber machacado la visa comprando libros imposibles. Y después, vuelta a las Ramblas comprando ropa. M y su compañera de piso, también M, hacen un dueto genial en la barcelona del Eixample: modernos, sencillos y con una gata que duerme todo el rato. M2 es lesbiana y su novia casi vive allí. M1 -mi amigo- ha aprendido a controlar sus hormonas entre tanto derroche de estrógenos.

Por la tarde quedé con A. Otro catalán: tranquilo, pausado, de conversación viva y polícroma, capaz de cambiar de rol, de papel, de discurso. Fue un gustazo incorporar a mi cartera de amigos un valor tan cotizado.

Y luego estuvo el sábado noche: el Razzmatazz. Con su locura post-adolescente, con su riesgo a toda calle, con su frenesí de estilos y tendencias. M1 y yo caímos rendidos pronto, y la vuelta a casa fue larga, dura y difícil.

El domingo: comiendo en el Poble Sec, en un antro de diseño con un buen menú. M2 y su novia, L, mantienen una entretenida conversación con M y yo sobre el amor, los derechos y el futuro. ¿Niños sí o no? ¿Adopción? ¿Matrimonio? Para todos los gustos.

Ese mismo domingo pude comprobar mi fuerza real en la noche barcelonsa, ya sin la sombra de M1. Y no me fue mal. Pero esa historia pertenece a la globalización de los flujos del deseo. Sin sede en Barcelona.

Y aterrizamos, por fin, en Málaga y en este blog.