El puenting doméstico tiene sus riesgos. Puedes romperte la cadera, y también puedes romper el jarrón chino que te regaló tu tío Pepe el solterón viajero-de-toda-la-vida a su vuelta del país de la pólvora. Pero la lógica del puenting es que bajas y subes impulsado por la inercia del elástico.
Esa misma lógica me mantuvo, entre las obligaciones laborales y las hedonistas, en un sinvivir entre el portátil y la pista de baile, en una dialéctica entre el Eros y la Civilización que ya describiera Marcuse.
La noche del día del trabajo acudí a mi tercera fiesta Bisturí. Por segunda vez, Carlos y yo estuvimos a punto de fenecer en el intento de llegar a la sala, a manos de un taxista cachondo que hacía carreras contra el crono.
Pero lo más interesante sucedió el viernes noche, en que firmé un armisticio con Torremolinos y volví a pasear mi desconsuelo por sus antros. Y hete aquí que, sacudiéndonos el aburrimientos a base de gin-tonics y malvados comentarios en la zona VIP's (así, en plural), doy con mi mirada, perdida en la nada, y buscando lo mismo que tú, con un chico de órdago, escapado de algún catálogo, como la escena en que Keanus Reeves habla desde la portada de una revista de moda.
He tenido que mirar en mis archivos ver para cuándo fue la última vez que ligué en la capital del merdelloneo gay. Debía ser, por aquellos entonces, un chico imberbe y casi impúber. Muy diferente de aquel que, tal vez equivocado o confundido por el alcohol, se fijó en mí el viernes: un tipo de unos treinta, moreno de ojos azules, cachas y un poco más alto que yo. Me ocultó, desde el primer momento, que había sido modelo profesional y que había quedado 2º en un certamen de Míster España. Pero sus intentos por hacerme creer que era médico anestesista dieron sus frutos y entablé con él una extraña conversación acerca de las costumbres de Massiel y de los veranos en la Costa del Sun.
Como no me gustan los modelos espectaculares (yo amo la belleza popular, espontánea, imperfecta que germina en los barrios de nuestras ciudades, en las obras y los talleres de coches y otras categorías del ser) lo paseé por la discoteca, lo despisté y pude volver a casa solo.
Pero antes, divisé en la salaz mirada de conocidos: vi en ellas la furia y envidia, el rencor y la degeneración que genera la endogamia. A veces, hasta ligar te granjea enemigos. Enemigos íntimos.
En fin, cosas del puenting.
lunes, 5 de mayo de 2008
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3 comentarios:
"Yo amo la belleza popular, espontánea, imperfecta que germina en los barrios de nuestras ciudades, en las obras y los talleres de coches y otras categorías del ser."
Muy Carmina este comentario. Ya te vale. ;-)
Es que La Divina siempre fue uno de mis referentes culturales. Sólo espero no terminar como ella ;-)
El problema con la endogamia es que luego aparecen los problemas genéticos, por eso yo prefiero la exogamia, bien exo, además. De cualquier forma, eso de “enemigos íntimos” supongo que tiene sus ventajas, porque eso de andar odiando (o ser odiado) sin mayor conocimiento de causa no va. A fin de cuentas el odio (como el amor, al que prefiero infinitamente más) es un sentimiento muy intenso, y como que la confianza permitiría, por lo menos, vivirlo de en profundidad. Cosas de la vida.
P.S. Si sabré yo (pero no sólo yo) de taxis-con-complejo-de-coche-fúnebre. Acá en NY no es poco común, por lo que supongo que habrás oído historias parecidas…
P.P.S. Hablando de Marcuse, me quedo, más bien, con la desublimación no-represiva. Pero la verdad no me quedo con Marcuse, porque no es con él con quien me quedo.
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