Me despierto, desde hace meses, con una sensación extraña, una cierta incomodidad que me recuerda a cuando los zapatos no me encajan bien. Una malestar como de fin de ciclo.
Hasta hace poco, vivíamos en una sociedad de efectos sin causa. Y éramos felices.
Felices en la lógica de la abundancia que consiste en sustituir el producto por su sensación, por su placer. Es el efecto el que crea la causa; el acto de compra, de satisfacción de un impulso neuronal, el que genera la función.
Consumimos psicología: a cada marca, un valor diferente. A cada novedad, un estímulo antidepresivo. El mercado es una extensión de nuestro sistema nervioso, la proyección tasada de nuestro subconsciente. El consumo, una neurosis que devora la realidad, que tira de ella con su obsesiva ausencia de algo.
Y de repente, las causas se rebelan contra los efectos: el petróleo dice adiós, el plástico se encarece, el transporte se manifiesta.
Es como si todo el aparato productivo reclamase su existencia tras años de expulsión del sistema. Ahora nos toca a nosotros, parecen decir los elementos ocultos.
Tras un largo sueño plagado de miríadas de sensaciones, nos despierta una alarma con el aviso de que la realidad sigue esperándonos
PD: Lectura recomendada, “El país de las últimas cosas”, de Paul Auster.
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3 comentarios:
A lo Michi Panero en El Desencanto: "éramos tan felices"
Quizás, quizás. Sin embargo, viviendo en el país que tiene el copyright del consumismo, debo decirte que no he visto entrega más abandonada a los materialistas y desencarnados placeres del capital(ismo) que cuando veo españoles de compras en NY.
Saludos.
P.S. Tengo testigos.
Hola Max: Lo creo, lo creo. Un país mediterráneo y hedonista como España vive en la equizofrenia entre el afán irresisitible del consumo y la memoria de la miseria. Y así, somos ciclotímicos en cuestiones de capitalismo.
Saludos.
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