De todos los chicos con los que me he acostado, sin duda A. es uno de los mejores. Lo conocí hace un par de años, una noche que se preveía aburrida en La Nogalera, en Torremolinos. Sin embargo, acabé con él en la cama y, a partir de ahí, nos hicimos amigos.
A. tenía entonces 20 años, y es marroquí. Su español era casi perfecto. Habla español mejor que muchos malagueños, a lo que hay sumar el francés y el inglés. Sin embargo, como mejor está es sonriendo. Es todo ternura. Tiene un físico impactante: alto y muy musculado para su edad, sin nada de grasa, pero con una sonrisa que parece quedarase pequeña en su cara de un niño y la piel suavísima. Dormir con él era todo un lujo, como abrazar una roca envuelta en seda oscura. Ha vivido en varios países, tiene un estatus ciudadano difícil de definir (siempre está arreglando papeles de residencia, arraigo y demás, tan vitales para tanta gente). Se mueve bien en la indefinición: es ágil, física y mentalmente. Tiene la experiencia de un hombre, y la ingenuidad de un chaval. Es irresistible.
Vive casi por la noche, trabaja en bares y discotecas. De día va al gimnasio y busca nuevos trabajos. No se prostituye ni se droga, para esos asuntos es muy musulmán. Pero se largó de casa porque es bisexual y no renuncia a vivir su vida. No piensa volver a Marruecos, aunque se emociona cuando habla de su nonagenaria abuela, que vive en un pequeño pueblo, creo de las montañas del norte.
A. es la libertad, la elección, la acción. Por eso me gusta tanto, y hablo con él a veces, desde Madrid. Su voz suena como un gran chorro de aire fresco, y evoca en mí la promesa de vernos algún día, otra vez, por tierras malagueñas.
miércoles, 26 de noviembre de 2008
miércoles, 19 de noviembre de 2008
El escudo
Tenemos miles de evidencias para no creer en el futuro, y sin embargo, nos obstianamos incomprensiblemente en hacerlo. Da igual el compañero de instituto que murió en un accidente de moto a los 17 años, el cáncer que tiene tu tía, la crisis, o simplemente, la idea de la vejez. Delante de ti, sólo hay azar, y la certeza de que, el día menos pensado, esto se acaba.
El hombre comete la torpeza de someterse a dioses que no ve y a verdades que toca. Demagogia de barra de bar: Alguien se inventó el concepto liberador, la tierra prometida del "futuro", para que caigamos en la tentación de querer encontrarlo, mientras pagamos hipotecas, trabajamos como burros, y se consume nuestra vida.
Los punkis se zafaron: No future.
Por eso me gusta tanto enfangarme en la nostalgia, la enfermedad de la memoria. Es mi escudo frente a la farsa. Un rebozado de recuerdos reinventados, e imágenes revividas con más fantasía que precisión. Contra la fantasía del sistema, sólo podemos oponer la nuestra. El poder es siempre simbólico, y también la insumisión.
Por eso escrbimimos, desde Homero hasta Proust. Da igual que sea un blog o un trozo de papel. Para recuperar lo que nos pertenece y protegerlo de las garras del naufragio. Crear un escudo de palabras: pequeño, pero resitente. Tal vez, suficiente.
Coda: Negar el futuro como dogma vital, no implica ser un nihilista. El progreso, existe.
El hombre comete la torpeza de someterse a dioses que no ve y a verdades que toca. Demagogia de barra de bar: Alguien se inventó el concepto liberador, la tierra prometida del "futuro", para que caigamos en la tentación de querer encontrarlo, mientras pagamos hipotecas, trabajamos como burros, y se consume nuestra vida.
Los punkis se zafaron: No future.
Por eso me gusta tanto enfangarme en la nostalgia, la enfermedad de la memoria. Es mi escudo frente a la farsa. Un rebozado de recuerdos reinventados, e imágenes revividas con más fantasía que precisión. Contra la fantasía del sistema, sólo podemos oponer la nuestra. El poder es siempre simbólico, y también la insumisión.
Por eso escrbimimos, desde Homero hasta Proust. Da igual que sea un blog o un trozo de papel. Para recuperar lo que nos pertenece y protegerlo de las garras del naufragio. Crear un escudo de palabras: pequeño, pero resitente. Tal vez, suficiente.
Coda: Negar el futuro como dogma vital, no implica ser un nihilista. El progreso, existe.
martes, 18 de noviembre de 2008
viernes, 14 de noviembre de 2008
Belleza
El domingo pasado -ojeras, olor a humo y sexo en mi piel- di con mis huesos en el Reina Sofía, en la exposición retrospectiva, ya casi mítica, de Alberto García-Alix.
Hace una década, cuando descubrí su fotografía, sentí lo mismo: que lo más admirable puede ser lo más desolado, cruel, e incomprensible; lejos de los cánones del equilibrio y las reglas púdicas de la belleza. En arrabales despreciados y mórbidos, lejos de la civilización, en los márgenes de la razón y la cultura, habitan esos destellos incapturables. Lo esencial no es invisible a su objetivo, dirían en el asteroide B612.
El último chute, la ausencia de Willy, esperando a un camello en La Latina. Alix es un narrador costumbrista: miró y retrató lo que veía, su mundo. Me invitó a asomarme a un Madrid que se extinguía entre las cenizas de la noche. Y del que ya sólo quedan estos frágiles reflejos. Un Madrid que veo, como un espejismo, cuando camino por la plaza de la Luna o la calle del Barco, y descubro, en los chaperos, los yonquis y las putas, la estética del mal, la insoportable atracción del infierno.
Pero no interpretemos, como diría Sontag. Sólo miremos.
Hace una década, cuando descubrí su fotografía, sentí lo mismo: que lo más admirable puede ser lo más desolado, cruel, e incomprensible; lejos de los cánones del equilibrio y las reglas púdicas de la belleza. En arrabales despreciados y mórbidos, lejos de la civilización, en los márgenes de la razón y la cultura, habitan esos destellos incapturables. Lo esencial no es invisible a su objetivo, dirían en el asteroide B612.
El último chute, la ausencia de Willy, esperando a un camello en La Latina. Alix es un narrador costumbrista: miró y retrató lo que veía, su mundo. Me invitó a asomarme a un Madrid que se extinguía entre las cenizas de la noche. Y del que ya sólo quedan estos frágiles reflejos. Un Madrid que veo, como un espejismo, cuando camino por la plaza de la Luna o la calle del Barco, y descubro, en los chaperos, los yonquis y las putas, la estética del mal, la insoportable atracción del infierno.
Pero no interpretemos, como diría Sontag. Sólo miremos.
lunes, 10 de noviembre de 2008
Los caminos de la ausencia
Querido X.
Me comentabas, el sábado por la noche, cuando salíamos de las Naves del Teatro Español de ver la magnífica obra Sutra, que hallas en la proliferación de mis amantes una pista sólida que explica la ausencia de amor. El amor, me decías, tiene algo de larga espera, y al parecer, no sé esperar. ¿Frivolidad? La excuso, la niego, alegando una brutal sinceridad. Nunca en mi tarjeta de presentación me defino como algo más que un mero entretenimiento carnal y/o intelectual, a quien le sirva. No engaño a nadie. Con las cartas hacia arriba, no se pueden echar faroles.
Y creo que los mecanismos de la ausencia son los mismos que los de la presencia: ajenos a nuestra voluntad. No elegimos querer o no querer. La querencia nos elige, como bien me envías en tu fragmento de hoy:
"Solo ahora puedo decirlo. En el centro de sí mismo, un hombre no escoge a quién amar. Puede escoger cómo vivir y puede ser fiel a la verdad de sí mismo donde sea posible. Pero no decide a quién amar, del mismo modo que no escoge su estatura ni su bondad. Uno puede ponerse unos zapatos de plataforma o hacer buenas obras, pero el corazón siempre tendrá la última palabra, y cuando la palabra es amor, podemos reconocer , podemos responder, podemos someternos, o tratar de ignorar, pero no podemos escoger. El amor no es una cuestión de elección, sino un obstinado acto de rendición".
Andrew O'Hagan, Quedate a mi lado.
Me comentabas, el sábado por la noche, cuando salíamos de las Naves del Teatro Español de ver la magnífica obra Sutra, que hallas en la proliferación de mis amantes una pista sólida que explica la ausencia de amor. El amor, me decías, tiene algo de larga espera, y al parecer, no sé esperar. ¿Frivolidad? La excuso, la niego, alegando una brutal sinceridad. Nunca en mi tarjeta de presentación me defino como algo más que un mero entretenimiento carnal y/o intelectual, a quien le sirva. No engaño a nadie. Con las cartas hacia arriba, no se pueden echar faroles.
Y creo que los mecanismos de la ausencia son los mismos que los de la presencia: ajenos a nuestra voluntad. No elegimos querer o no querer. La querencia nos elige, como bien me envías en tu fragmento de hoy:
"Solo ahora puedo decirlo. En el centro de sí mismo, un hombre no escoge a quién amar. Puede escoger cómo vivir y puede ser fiel a la verdad de sí mismo donde sea posible. Pero no decide a quién amar, del mismo modo que no escoge su estatura ni su bondad. Uno puede ponerse unos zapatos de plataforma o hacer buenas obras, pero el corazón siempre tendrá la última palabra, y cuando la palabra es amor, podemos reconocer , podemos responder, podemos someternos, o tratar de ignorar, pero no podemos escoger. El amor no es una cuestión de elección, sino un obstinado acto de rendición".
Andrew O'Hagan, Quedate a mi lado.
viernes, 7 de noviembre de 2008
Unplugged
Desenchufado. Así quiero pasar el fin de semana.
Me gustaría tener una vida paralela (que no doble), para quemarla, gastarla, pisotearla sin límites ni miedo. Pero soy un miedoso y pertenezco al stablishment. No puede desenchufarme del todo, como me gustaría. Drogarme. Perder el sentido del tiempo y del espacio. Mandar todo al carajo. Follar hasta caerme rendido. Despertarme el lunes sin acordarme de qué coño ocurrió. Hacer que mi cabeza convierta el papel oficial, la fotocopiadora, el PC, en papilla que alimente a los cuervos. Y quedarme sin una puta neurona en la cabeza. Antes que pensar para otros, no pensar. Pero no lo haré.
Me gustaría tener una vida paralela (que no doble), para quemarla, gastarla, pisotearla sin límites ni miedo. Pero soy un miedoso y pertenezco al stablishment. No puede desenchufarme del todo, como me gustaría. Drogarme. Perder el sentido del tiempo y del espacio. Mandar todo al carajo. Follar hasta caerme rendido. Despertarme el lunes sin acordarme de qué coño ocurrió. Hacer que mi cabeza convierta el papel oficial, la fotocopiadora, el PC, en papilla que alimente a los cuervos. Y quedarme sin una puta neurona en la cabeza. Antes que pensar para otros, no pensar. Pero no lo haré.
jueves, 6 de noviembre de 2008
Vuelta al Gris
Hacía frío este sábado noche, en mitad de Chueca, y Jesús y yo no sabíamos dónde meternos. Propuse ir al Gris. Con un poco de suerte aún pillábamos la "hora feliz" y nos tomábamos dos birritas por 5 €.
Algo, aparte de la música electrónica y la humareda habitual, me resultó muy familiar cuando entramos en ese antro oscuro y barato. Un antro que conocí hace ya unos 10 años, cueva de dispersos y heterogéneos angelotes urbanos que revolotean lejos del stablishment gay, tan del músculo y tan de la camiseta ajustada. Allí, todo es diferente: un poco siniestro, un poco emocionante y ambiguo. Una buena coctelera humana para empezar la noche.
Y pronto pude identificar a ese algo, familiar como un deja vu. En la planta baja, entre la espesa niebla de tabaco, me encontré al pequeño G. Su cuerpo menudo y frágil se perdía dentro de una camisa negra, rematada por una corbata fina metalizada, estilo "indie". Debía llevar algúna hora allí metido: lo delataban los pelos desordenados y sus ojos, ya cargaditos por algún porro.
G. es mi filósofo favorito, y lo digo en serio: es más joven que yo, más sabio, se ha leído todo Zizek y Foucault, y además, fue echador de cartas profesional (a mí siempre me averiguó el futuro con una precisión casi milimétrica), a lo que suma un post-grado en literatura comparada. O algo así. A pesar de eso, G trabaja para un ONG, informando en saunas y cuartos oscuros sobre cómo prevenir contagios de VIH.
Era el mismo trabajo que consiguió hace años, y por el que tuvo que rechazar una beca, que me pasó a mí, y que consistía en sentarme en un stand de El País, en la Facultad de Filosofía, y entregar ejemplares gratis a los alumnos.
Aquello me vino fenomenal, porque, a diferencia de los mil trabajos que había tenido para pagarme el carnet de conducir y la subsistencia en Madrid (cajero en un Pans&Company, repartidor de publicidad callejera, profesor de clases particulares), éste me permitía leerme los apuntes mientras los futuros filósofos cogían el BOE progresista.
Con una cerveza de 2,5 € en mano, recordamos aquellos días, y G. me dice: "Mira dónde has llegado..., y sin embargo yo, repartiendo condones y lubricante en las saunas".
Como si el tiempo no hubiera pasado para ninguno de los dos, le digo: "Lo que tú haces es más importante que lo que yo hago, pero está peor pagado". Efectivamente, él protege vidas humanas. Entre ellas, la mía. Y las vidas a salvo, las vidas que se viven, están hoy arriba y mañana abajo, son como globos que se inflan y se desinflan en cualquier momento.
Pasarán los años, subiremos y bajaremos, pero, mientras haga tanto frío en las calles de Chueca, nos quedará el Gris y su hora feliz.
Algo, aparte de la música electrónica y la humareda habitual, me resultó muy familiar cuando entramos en ese antro oscuro y barato. Un antro que conocí hace ya unos 10 años, cueva de dispersos y heterogéneos angelotes urbanos que revolotean lejos del stablishment gay, tan del músculo y tan de la camiseta ajustada. Allí, todo es diferente: un poco siniestro, un poco emocionante y ambiguo. Una buena coctelera humana para empezar la noche.
Y pronto pude identificar a ese algo, familiar como un deja vu. En la planta baja, entre la espesa niebla de tabaco, me encontré al pequeño G. Su cuerpo menudo y frágil se perdía dentro de una camisa negra, rematada por una corbata fina metalizada, estilo "indie". Debía llevar algúna hora allí metido: lo delataban los pelos desordenados y sus ojos, ya cargaditos por algún porro.
G. es mi filósofo favorito, y lo digo en serio: es más joven que yo, más sabio, se ha leído todo Zizek y Foucault, y además, fue echador de cartas profesional (a mí siempre me averiguó el futuro con una precisión casi milimétrica), a lo que suma un post-grado en literatura comparada. O algo así. A pesar de eso, G trabaja para un ONG, informando en saunas y cuartos oscuros sobre cómo prevenir contagios de VIH.
Era el mismo trabajo que consiguió hace años, y por el que tuvo que rechazar una beca, que me pasó a mí, y que consistía en sentarme en un stand de El País, en la Facultad de Filosofía, y entregar ejemplares gratis a los alumnos.
Aquello me vino fenomenal, porque, a diferencia de los mil trabajos que había tenido para pagarme el carnet de conducir y la subsistencia en Madrid (cajero en un Pans&Company, repartidor de publicidad callejera, profesor de clases particulares), éste me permitía leerme los apuntes mientras los futuros filósofos cogían el BOE progresista.
Con una cerveza de 2,5 € en mano, recordamos aquellos días, y G. me dice: "Mira dónde has llegado..., y sin embargo yo, repartiendo condones y lubricante en las saunas".
Como si el tiempo no hubiera pasado para ninguno de los dos, le digo: "Lo que tú haces es más importante que lo que yo hago, pero está peor pagado". Efectivamente, él protege vidas humanas. Entre ellas, la mía. Y las vidas a salvo, las vidas que se viven, están hoy arriba y mañana abajo, son como globos que se inflan y se desinflan en cualquier momento.
Pasarán los años, subiremos y bajaremos, pero, mientras haga tanto frío en las calles de Chueca, nos quedará el Gris y su hora feliz.
martes, 4 de noviembre de 2008
Un sueño hecho de millones de sueños
Anoche, millones de personas tuvimos un sueño... Un sueño tan antiguo como el mundo. El sueño de cambiar el mundo.
lunes, 3 de noviembre de 2008
La Reina habla
Me pedían un post sobre la Reina. He hablado sobre este tema en mi artículo semanal en El Plural. Ahí va.
La Reina habla
El error de la Reina no ha sido tanto expresar opiniones que la sitúan en el espectro más conservador de nuestra sociedad, como el mero hecho de expresarlas. En su caso, como en el caso de cualquier familiar real en una monarquía parlamentaria, la institución es la persona. Y la institución, en este caso, se define por su neutralidad política: se reina para todos, no para unos pocos. Por tanto, si la Reina se hubiera expresado en otros términos, si hubiera manifestado posiciones próximas a la izquierda, su error habría sido el mismo: hablar, tomar partido, extralimitándose de las funciones que le atribuye la Constitución. Por tanto, primer error.
El segundo, a mi juicio, ha sido ponerse en manos de una periodista nada imparcial ni neutral como es Pilar Urbano, miembro del Opus Dei, eso sí, lo suficientemente astuta como para conducir a la Reina por caminos peligrosos y hacerla meterse en charcos que sólo alimentan la polémica, aunque dañan considerablemente a la institución.
El tercero, es que, además de hablar, aparte de opinar, la Reina ha defendido sus posturas con unos argumentos sencillamente inaceptables en una sociedad moderna y democrática que se gobierna a sí misma. Para criticar el matrimonio gay, por ejemplo, ha dicho que las “leyes civiles” no pueden estar por encima de “las leyes naturales”. Y sorprende que, quien eso dice, es Reina en virtud precisamente de una ley civil, y no natural. A no ser que ella piense lo contrario, en cuyo caso deberíamos regalarle una Constitución Española y los capítulos en vídeo de la transición de Victoria Prego. Los homosexuales, les recuerdo, pagan sus impuestos como el resto de ciudadanos –en eso siempre han sido iguales-, y contribuyen al mantenimiento de la Corona.
En su defensa de la enseñanza religiosa, Doña Sofía argumenta que los niños deben recibir una explicación del origen del mundo, lo cual implica que el origen o la explicación científica de nuestra evolución que se enseña en las escuelas no es válida. Tampoco conocíamos la deriva creacionista de Doña Sofía.
Y para rematar, Doña Sofía alude a la violencia machista señalando que “ha ocurrido siempre”, y que la preocupación social por este tema tiene un efecto negativo ya que “se produce un contagio, se dan ideas que otros imitan”.
Estos tres errores, la decisión de hablar, la de hacerlo a una periodista parcial muy identificada con el sector más conservador de la sociedad española, y hacerlo ofreciendo opiniones y argumentos ampliamente discutidos y rechazados, han hecho un daño considerable a la Corona, y ha dado argumentos a los republicanos. Si la Reina habla, si toma partido, se cae definitivamente la barrera de silencio que la protegía de las críticas que, hasta este momento, habían sido minoritarias.
Artículo original en El Plural
La Reina habla
El error de la Reina no ha sido tanto expresar opiniones que la sitúan en el espectro más conservador de nuestra sociedad, como el mero hecho de expresarlas. En su caso, como en el caso de cualquier familiar real en una monarquía parlamentaria, la institución es la persona. Y la institución, en este caso, se define por su neutralidad política: se reina para todos, no para unos pocos. Por tanto, si la Reina se hubiera expresado en otros términos, si hubiera manifestado posiciones próximas a la izquierda, su error habría sido el mismo: hablar, tomar partido, extralimitándose de las funciones que le atribuye la Constitución. Por tanto, primer error.
El segundo, a mi juicio, ha sido ponerse en manos de una periodista nada imparcial ni neutral como es Pilar Urbano, miembro del Opus Dei, eso sí, lo suficientemente astuta como para conducir a la Reina por caminos peligrosos y hacerla meterse en charcos que sólo alimentan la polémica, aunque dañan considerablemente a la institución.
El tercero, es que, además de hablar, aparte de opinar, la Reina ha defendido sus posturas con unos argumentos sencillamente inaceptables en una sociedad moderna y democrática que se gobierna a sí misma. Para criticar el matrimonio gay, por ejemplo, ha dicho que las “leyes civiles” no pueden estar por encima de “las leyes naturales”. Y sorprende que, quien eso dice, es Reina en virtud precisamente de una ley civil, y no natural. A no ser que ella piense lo contrario, en cuyo caso deberíamos regalarle una Constitución Española y los capítulos en vídeo de la transición de Victoria Prego. Los homosexuales, les recuerdo, pagan sus impuestos como el resto de ciudadanos –en eso siempre han sido iguales-, y contribuyen al mantenimiento de la Corona.
En su defensa de la enseñanza religiosa, Doña Sofía argumenta que los niños deben recibir una explicación del origen del mundo, lo cual implica que el origen o la explicación científica de nuestra evolución que se enseña en las escuelas no es válida. Tampoco conocíamos la deriva creacionista de Doña Sofía.
Y para rematar, Doña Sofía alude a la violencia machista señalando que “ha ocurrido siempre”, y que la preocupación social por este tema tiene un efecto negativo ya que “se produce un contagio, se dan ideas que otros imitan”.
Estos tres errores, la decisión de hablar, la de hacerlo a una periodista parcial muy identificada con el sector más conservador de la sociedad española, y hacerlo ofreciendo opiniones y argumentos ampliamente discutidos y rechazados, han hecho un daño considerable a la Corona, y ha dado argumentos a los republicanos. Si la Reina habla, si toma partido, se cae definitivamente la barrera de silencio que la protegía de las críticas que, hasta este momento, habían sido minoritarias.
Artículo original en El Plural
domingo, 2 de noviembre de 2008
La cena de navidad
El elefante rosa, el peque, al que tanto quiero, y del que ya he hablado aquí otras veces, es uno de los creativos, -tal vez, el principal creativo-, de esta campaña de publicidad de Shackleton, donde es becario a sus 22 añitos, trabajo que completa con un empleo de fines de semana en un Starbucks.
Pensaba que sólo sus amigos disfrutaríamos de su sentido del humor surrealista y espontáneo. Desde que lo conocí, no ha dejado de sorprenderme. Le animé a que cogiese la beca en esta gran agencia. ¿Debo decir lo orgulloso que me siento de él?
Pensaba que sólo sus amigos disfrutaríamos de su sentido del humor surrealista y espontáneo. Desde que lo conocí, no ha dejado de sorprenderme. Le animé a que cogiese la beca en esta gran agencia. ¿Debo decir lo orgulloso que me siento de él?
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