jueves, 6 de noviembre de 2008

Vuelta al Gris

Hacía frío este sábado noche, en mitad de Chueca, y Jesús y yo no sabíamos dónde meternos. Propuse ir al Gris. Con un poco de suerte aún pillábamos la "hora feliz" y nos tomábamos dos birritas por 5 €.

Algo, aparte de la música electrónica y la humareda habitual, me resultó muy familiar cuando entramos en ese antro oscuro y barato. Un antro que conocí hace ya unos 10 años, cueva de dispersos y heterogéneos angelotes urbanos que revolotean lejos del stablishment gay, tan del músculo y tan de la camiseta ajustada. Allí, todo es diferente: un poco siniestro, un poco emocionante y ambiguo. Una buena coctelera humana para empezar la noche.

Y pronto pude identificar a ese algo, familiar como un deja vu. En la planta baja, entre la espesa niebla de tabaco, me encontré al pequeño G. Su cuerpo menudo y frágil se perdía dentro de una camisa negra, rematada por una corbata fina metalizada, estilo "indie". Debía llevar algúna hora allí metido: lo delataban los pelos desordenados y sus ojos, ya cargaditos por algún porro.

G. es mi filósofo favorito, y lo digo en serio: es más joven que yo, más sabio, se ha leído todo Zizek y Foucault, y además, fue echador de cartas profesional (a mí siempre me averiguó el futuro con una precisión casi milimétrica), a lo que suma un post-grado en literatura comparada. O algo así. A pesar de eso, G trabaja para un ONG, informando en saunas y cuartos oscuros sobre cómo prevenir contagios de VIH.

Era el mismo trabajo que consiguió hace años, y por el que tuvo que rechazar una beca, que me pasó a mí, y que consistía en sentarme en un stand de El País, en la Facultad de Filosofía, y entregar ejemplares gratis a los alumnos.

Aquello me vino fenomenal, porque, a diferencia de los mil trabajos que había tenido para pagarme el carnet de conducir y la subsistencia en Madrid (cajero en un Pans&Company, repartidor de publicidad callejera, profesor de clases particulares), éste me permitía leerme los apuntes mientras los futuros filósofos cogían el BOE progresista.

Con una cerveza de 2,5 € en mano, recordamos aquellos días, y G. me dice: "Mira dónde has llegado..., y sin embargo yo, repartiendo condones y lubricante en las saunas".

Como si el tiempo no hubiera pasado para ninguno de los dos, le digo: "Lo que tú haces es más importante que lo que yo hago, pero está peor pagado". Efectivamente, él protege vidas humanas. Entre ellas, la mía. Y las vidas a salvo, las vidas que se viven, están hoy arriba y mañana abajo, son como globos que se inflan y se desinflan en cualquier momento.

Pasarán los años, subiremos y bajaremos, pero, mientras haga tanto frío en las calles de Chueca, nos quedará el Gris y su hora feliz.

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