Alguien que me gusta mucho me ha regalado una entrada para ver a Pet Shop Boys el 5 de enero. También actuarán Fangoria y las Nancys rubias. Hace unos 7 años fui a otro concierto de PSB en el Palacio de Deportes que luego se quemó.
Ese concierto fue doblemente afortunado porque me reconcilié con un gran amigo del Colegio Mayor que, paradojas de la vida, era el que me habia aficionado a los PSB al llegar a Madrid. Y fue espectacular: Neil Tennant y Chris Lowe son ya dos fetiches de la cultura gaypop, y de la cultura en general. De modo que este 5 de enero, 20 días antes de cumplir 28 tacos, a bailar como locos... Incluso, como locas.
Y esto, gracias a ese hombre que me espera con una buena entrada para el 2007. Nunca mejor dicho: "One a million men can change the way you feel", decía un single del "Very".
Integral
If you’ve done nothing wrong
you’ve got nothing to fear
If you’ve something to hide
you shouldn’t even be here
Long live us
the persuaded we
integral
collectively
to the whole project
it’s brand new
conceived solely
to protect you
One world
One reason
Unchanging
One season
If you’ve done nothing wrong
you’ve got nothing to fear
If you’ve something to hide
you shouldn’t even be here
You’ve had your chance
now we’ve got the mandate
If you’ve changed your mind
I’m afraid it’s too late
We’re concerned
you’re a threat
You’re not integral
to the project
Sterile
Immaculate
Rational
Perfect
miércoles, 20 de diciembre de 2006
martes, 19 de diciembre de 2006
Ella, tan amada
Ella, tan amda,
tanto, que una lira se desbocó en lamentos
nunca oídos antes de labios de plañideras;
lamentos que conformaron un mundo
en el que todo volvía a esar presente: bosque y valle
y camino y pueblo, campo y río y animal;
y que en torno a este mundo-lamento, igual
que en torno a la otra tierra, iba un sol
y un silencioso cielo estrellado,
un cielo-lamento con estrellas deformadas:
Ella, tan amada.
Rainer María Rilke
Orfeo y Eurídice Hermes
El libro que me acabo de comprar lleva este título. Está encima de la mesa, esperando a que su dueño llegue a casa y ser descubierto, desbrozado, destrozado. ¿Será el mejor momento para leerlo? Temo que sea un agente infeccioso, una causa agravante, un cristal de aumento.
Este kamosisa teme, teme, teme... Pero ahí va, kami-kaze.
tanto, que una lira se desbocó en lamentos
nunca oídos antes de labios de plañideras;
lamentos que conformaron un mundo
en el que todo volvía a esar presente: bosque y valle
y camino y pueblo, campo y río y animal;
y que en torno a este mundo-lamento, igual
que en torno a la otra tierra, iba un sol
y un silencioso cielo estrellado,
un cielo-lamento con estrellas deformadas:
Ella, tan amada.
Rainer María Rilke
Orfeo y Eurídice Hermes
El libro que me acabo de comprar lleva este título. Está encima de la mesa, esperando a que su dueño llegue a casa y ser descubierto, desbrozado, destrozado. ¿Será el mejor momento para leerlo? Temo que sea un agente infeccioso, una causa agravante, un cristal de aumento.
Este kamosisa teme, teme, teme... Pero ahí va, kami-kaze.
miércoles, 13 de diciembre de 2006
Historia de dos kamosisas en el Metro de Madrid
Un kamosisa iba al trabajo en Metro todos los días. Normalmente, se echaba un poco de gomina y se levantaba el pelo hacia arriba –estilo puercoespín-, se ponía una camisa bonita del Zara, y una cazadora vaquera. Alguna vez, algún amigo le dijo que se parecía a Daniel Day Lewis en “Mi hermosa lavandería”, película que al kamosisa en cuestión le evocaba sueños de amor y noches de pasión que nunca llegaban (aunque no por ello se convirtió en un kamosisa huraño adicto a las canciones de Camela o Emmanuel). Se subía en la parada de Noviciado, hacía intercambio en Canal y de ahí iba hasta Cartagena, donde estaba la oficina. Allí, administrativo de una entidad bancaria, echaba las horas por el váter del futuro a cambio de mil euros mensuales.
Era un kamosisa joven y precario, triste a veces, pero luchador siempre. Normalmente, el kamosisa aprovechaba los minutos de trayecto para leer algún libro que llevaba entre manos: en aquellos vagones había devorado títulos como “Las horas”, “La señorita Dalloway”, “Los tipos duros no bailan” y hasta había llorado con “Los versos del capitán”, que se leyó cuando su pareja kamosisa lo había dejado repentinamente por alguien perteneciente a una especie desconocida que se había encontrado en el cuarto oscuro del Strong Center de Madrid, en la calle Venera (o era Venéreas?).
Pero aquel día no llevaba ningún libro y se dedicaba a mirar las caras del resto de personas, e incluso de otros kamosisas soñolientos. Antes de montarse en el tren, al pasar un vagón, vio a un kamosisa rubio, joven y guapo. Automáticamente, sin razonar demasiado, se subió a ese vagón, siguiendo el tórrido latido de su corazoncito. Y con el mismo lacónico automatismo (ese que ve en la rutina una realidad imposible de atacar, un bloque inabordable) se sentó delante del kamosisa rubio. Advirtió que vendría de juerga, que era de otro país, que vestía de negro, elegante y moderno, y que tenía los rasgos finos y atractivos. Se percató con gracia de que tenía una deformación en la mano que lo convertía, aún más, en un ser de otro planeta, un kamosisa único y poderosamente intrigante. Entonces, lo sorprendió mirándolo, clavando sus ojos en él. Y sonriendo. Hubo palpitaciones rápidas, respiraciones intensas y colores subidos a las mejillas. Y ambos kamosisas, el español y el extranjero, el que empezaba el día y el que terminaba la noche, se rieron y se pavonearon, desplegando todas las plumas que ni ellos sabían que tenían. Si alguien presenció aquel espectáculo de seducción universal, debió pensar que aquel par de mari-ka-mosisas hacían el ridículo. Pero lo cierto es que ellos no se hubiesen enterado, ni les hubiese importado. Sólo tenían ojos para sí.
Y a la siguiente parada (Canal, donde habrían de hacer trasbordos), salieron del vagón, y se pusieron a hablar, nerviosos, balbuceando idiomas y retorciendo palabras de amor.
- ¿De dónde eres?
- De Holanda. ¿Tú?
- De aquí., bueno de... de aquí vaya..
- Eres muy guapo...
- Gracias... Tú también.
- ¿Cómo te llamas?
- X, ¿tú?
- XII... Encantado... Estoy de visita con mis padres, en un hotel... Dame tu teléfono y te llamo hoy o mañana.
- Por supuesto... aquí tienes -garabateó su móvil en un pedacito de cualquier papel-... Me gustaría verte, en serio.
- Nos veremos, porque pasado mañana me voy. Si puedo, te llamo antes.
- Entonces debemos vernos, fijo. No tendremos otra ocasión. Será nuestra última oportunidad.
- No seas tan drástico. El Metro sigue aquí. Y sigue circulando. Y Holanda, mi país, seguirá en pie. Las cosas duran.
- Pero hoy es el último hoy que existirá para nosotros dos. Y es irrecuperable. El Metro seguirá circulando, las paradas serán las mismas, pero con otros kamosisas, que se mirarán... o no, como dice Rajoy, y nada será igual. Ya no estaremos tú y yo en ese vagón, ¿comprendes?
- Es verdad... Nada permanece. Panta rei.
- No sé quién eres. Pero llámame y nos fugamos de la realidad durante unas horas. Seremos cómplices de una misma estrategia fatal, de un crimen perfecto.
- Si no volase tan pronto...
- Debo irme. Mi trabajo de ETT me espera.
- Te llamaré. Pero...
Los dos kamosisas, el español y el holandés (aunque los kamosisas no tienen nacionalidad, su única patria válida es una casa casi sin amueblar y con decoración militar) se besaron en aquella estación de Metro, nerviosos, excitados, inexpertos, sin importarles ser vistos, quemando el único chispazo que aquel cruce fugaz de destinos les depararía. Porque cogieron trasbordos distintos, y nunca más se volvieron a ver. Y así termina esta pequeña historia de un kamosisa que trabajaba en unas oficinas bancarias de la zona de Avenida de América en Madrid, mientras terminaba su carrera universitaria. Pudo haber significado mucho en su vida, pero no fue nada. El caos barajó su vida en otra dirección, repartió otras cartas.
Llegaron otras estaciones y otros kamosisas. Pero hoy, recordó aquel vagón de Metro y aquellos besos en el andén a primera hora de un duro día de trabajo.
Era un kamosisa joven y precario, triste a veces, pero luchador siempre. Normalmente, el kamosisa aprovechaba los minutos de trayecto para leer algún libro que llevaba entre manos: en aquellos vagones había devorado títulos como “Las horas”, “La señorita Dalloway”, “Los tipos duros no bailan” y hasta había llorado con “Los versos del capitán”, que se leyó cuando su pareja kamosisa lo había dejado repentinamente por alguien perteneciente a una especie desconocida que se había encontrado en el cuarto oscuro del Strong Center de Madrid, en la calle Venera (o era Venéreas?).
Pero aquel día no llevaba ningún libro y se dedicaba a mirar las caras del resto de personas, e incluso de otros kamosisas soñolientos. Antes de montarse en el tren, al pasar un vagón, vio a un kamosisa rubio, joven y guapo. Automáticamente, sin razonar demasiado, se subió a ese vagón, siguiendo el tórrido latido de su corazoncito. Y con el mismo lacónico automatismo (ese que ve en la rutina una realidad imposible de atacar, un bloque inabordable) se sentó delante del kamosisa rubio. Advirtió que vendría de juerga, que era de otro país, que vestía de negro, elegante y moderno, y que tenía los rasgos finos y atractivos. Se percató con gracia de que tenía una deformación en la mano que lo convertía, aún más, en un ser de otro planeta, un kamosisa único y poderosamente intrigante. Entonces, lo sorprendió mirándolo, clavando sus ojos en él. Y sonriendo. Hubo palpitaciones rápidas, respiraciones intensas y colores subidos a las mejillas. Y ambos kamosisas, el español y el extranjero, el que empezaba el día y el que terminaba la noche, se rieron y se pavonearon, desplegando todas las plumas que ni ellos sabían que tenían. Si alguien presenció aquel espectáculo de seducción universal, debió pensar que aquel par de mari-ka-mosisas hacían el ridículo. Pero lo cierto es que ellos no se hubiesen enterado, ni les hubiese importado. Sólo tenían ojos para sí.
Y a la siguiente parada (Canal, donde habrían de hacer trasbordos), salieron del vagón, y se pusieron a hablar, nerviosos, balbuceando idiomas y retorciendo palabras de amor.
- ¿De dónde eres?
- De Holanda. ¿Tú?
- De aquí., bueno de... de aquí vaya..
- Eres muy guapo...
- Gracias... Tú también.
- ¿Cómo te llamas?
- X, ¿tú?
- XII... Encantado... Estoy de visita con mis padres, en un hotel... Dame tu teléfono y te llamo hoy o mañana.
- Por supuesto... aquí tienes -garabateó su móvil en un pedacito de cualquier papel-... Me gustaría verte, en serio.
- Nos veremos, porque pasado mañana me voy. Si puedo, te llamo antes.
- Entonces debemos vernos, fijo. No tendremos otra ocasión. Será nuestra última oportunidad.
- No seas tan drástico. El Metro sigue aquí. Y sigue circulando. Y Holanda, mi país, seguirá en pie. Las cosas duran.
- Pero hoy es el último hoy que existirá para nosotros dos. Y es irrecuperable. El Metro seguirá circulando, las paradas serán las mismas, pero con otros kamosisas, que se mirarán... o no, como dice Rajoy, y nada será igual. Ya no estaremos tú y yo en ese vagón, ¿comprendes?
- Es verdad... Nada permanece. Panta rei.
- No sé quién eres. Pero llámame y nos fugamos de la realidad durante unas horas. Seremos cómplices de una misma estrategia fatal, de un crimen perfecto.
- Si no volase tan pronto...
- Debo irme. Mi trabajo de ETT me espera.
- Te llamaré. Pero...
Los dos kamosisas, el español y el holandés (aunque los kamosisas no tienen nacionalidad, su única patria válida es una casa casi sin amueblar y con decoración militar) se besaron en aquella estación de Metro, nerviosos, excitados, inexpertos, sin importarles ser vistos, quemando el único chispazo que aquel cruce fugaz de destinos les depararía. Porque cogieron trasbordos distintos, y nunca más se volvieron a ver. Y así termina esta pequeña historia de un kamosisa que trabajaba en unas oficinas bancarias de la zona de Avenida de América en Madrid, mientras terminaba su carrera universitaria. Pudo haber significado mucho en su vida, pero no fue nada. El caos barajó su vida en otra dirección, repartió otras cartas.
Llegaron otras estaciones y otros kamosisas. Pero hoy, recordó aquel vagón de Metro y aquellos besos en el andén a primera hora de un duro día de trabajo.
Media pastilla, media pesadilla
Ayer, otra vez, peleado con el sueño. Aunque tal vez, con motivos. Dioses y monstruos empiezan a desfilar por mi cabeza nada más cerrar los ojos. Cruces de ideas, de presagios, de sentimientos. Los kamosisas colonizaron mi subconsciente e hicieron de las suyas. Os daré un consejo: si queréis drogaros para dormir, hacedlo bien. Anoche tomé medio orfidal y fue desastroso. O uno, o nada. Para que a uno le metan la puntita, que se la metan entera, ¿no? Recuerdo "Yonqui", el visionario libro de William Bourroughs, en el que hablaba de los peligros de la "infradosis".
Hay desánimo generalizado (y transitorio) a mi alrededor. Los tiempos políticos tienen remansos en los que las aguas se estacan y, a veces, se pudren.
El sol pegajoso de Málaga, desde El Puerto, atraviesa las palmeras, las plantas tropicales, el dulce ramaje del exotismo. Se condensa en el cristal de nuestro despacho produciendo un extraño efecto invernadero. Y nos lame la ropa dejando una película de sudor fino en nuestros cuerpos un poco indolentes.
Hoy pienso sin pensar en: aquella sonrisa tímida, cálida, generosa que espero ver pronto, que se dibuja en un fondo de nada tal y como surgía la sonrisa del gato de Alicia, casi sigilosa, casi callada. La imagino en el fondo del Gris, mientras suena "Nowhere girl", de B-movie.
"Y como los mares, según parece, también los amigos se comunican en la distancia".
Odisseas Elytis.
Hay desánimo generalizado (y transitorio) a mi alrededor. Los tiempos políticos tienen remansos en los que las aguas se estacan y, a veces, se pudren.
El sol pegajoso de Málaga, desde El Puerto, atraviesa las palmeras, las plantas tropicales, el dulce ramaje del exotismo. Se condensa en el cristal de nuestro despacho produciendo un extraño efecto invernadero. Y nos lame la ropa dejando una película de sudor fino en nuestros cuerpos un poco indolentes.
Hoy pienso sin pensar en: aquella sonrisa tímida, cálida, generosa que espero ver pronto, que se dibuja en un fondo de nada tal y como surgía la sonrisa del gato de Alicia, casi sigilosa, casi callada. La imagino en el fondo del Gris, mientras suena "Nowhere girl", de B-movie.
"Y como los mares, según parece, también los amigos se comunican en la distancia".
Odisseas Elytis.
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martes, 12 de diciembre de 2006
Igualdad
Allí estaba la gata, con su vestido de Desigual, hablando de la Igualdad y del Equal (paradoja socio-textil). Dando una conferencia, guapa y glamourosa, a sindicalistas duros de pelar, de los de antes, en un hotel de Torremolinos en primera línea de un mar muy agitado hoy. Sabía que no iba a convencerlos (nadie, salvo Pepe Stalin, puede convencerlos.../as), pero hablaba tranquila, segura de sí misma, pareciendo flotar ligera entre conceptos como sesgo de género, transversalidad, conciliación y más. Les regalamos un minicosturero a ellos, y una navaja multiusos a ellas, con nuestro logotipo.
Luego, volver a Málaga mirando las vallas, en los descampados, con la cara de nuestra candidata: maternal, sonriente, madura y joven al mismo tiempo.
Y de vuelta en la oficina: ¿qué es una mujer? Una mujer es una mujer, como diría Goddard. Y a la hora de la comida, a la gata le arañaron otras gatas, digamos, tigresas más poderosas que ella, envidiosas de la belleza y la sencillez, de la astucia y la naturalidad de la gata. Así ocurrió hoy, entre mentiras institucionales y sillas vacías.
¿Cuándo el feminismo logrará poner delante de todas las mujeres una mirada blanca, sin receleos mutuos, una mirada al fin fraternal, llena de esa empatía que luego sí son capaces de mostrar con el mundo?
Luego, volver a Málaga mirando las vallas, en los descampados, con la cara de nuestra candidata: maternal, sonriente, madura y joven al mismo tiempo.
Y de vuelta en la oficina: ¿qué es una mujer? Una mujer es una mujer, como diría Goddard. Y a la hora de la comida, a la gata le arañaron otras gatas, digamos, tigresas más poderosas que ella, envidiosas de la belleza y la sencillez, de la astucia y la naturalidad de la gata. Así ocurrió hoy, entre mentiras institucionales y sillas vacías.
¿Cuándo el feminismo logrará poner delante de todas las mujeres una mirada blanca, sin receleos mutuos, una mirada al fin fraternal, llena de esa empatía que luego sí son capaces de mostrar con el mundo?
lunes, 11 de diciembre de 2006
Y efectivamente, fue lunes...
En este blog, por ahora no hay sombras aún. No hay intrusos. Esperaremos tranquilamente a que lleguen. Y cuando lleguen, seremos más y más kamosisas. Los kamosisas se reproducen al ritmo al que son vistos. Cuando alguien mira a un kamosisa, éste se desdobla y salen dos kamosisas, con la consiguiente posibilidad de que se vean entre sí y se vuelvan a multiplicar. Calculo un crecimiento exponencial de población kamosisa por encima de la china de aquí a pocos años. Llegarán a dominar el mundo. Los kamosisas son, a la vez, la unidad y la multiplicidad. Lo mismo y lo otro. Tú y yo. Él y él.
Ayer fue un domingo habitado por una ausencia creada a la velocidad del vértigo. Una ausencia que se nos agarra a los pies hoy lunes. El viernes llegó (él todo es viernes), y ayer se fue, como decía la canción de Perales, cogió sus cosas y se puso a navegar... Y la noche, casi en vela con visitas continuas al lavabo, a la cocina, comiendo desordenadamente onzas de chocolate y vasos de leche caliente, poniendo y quitando la estufa, entrando y saliendo del duermevela. Hoy tengo los ojos irritados. Una de mis jefas, que bajaba a la máquina de merchandising, me sugirió otro vaso más de café makinero.
Mi respuesta ha sido: "No sé si prefiero estar muerto de sueño o tener diarrea".
Cambiando de tema. Uno de mis mejores amigos se ha abierto una página en algún sitio. Su descripción comienza así:
"Busco un complice, alguien con quien cometer el atraco perfecto. Un esforzado caballero que se atreva a alzar los adoquines de la realidad. Un poeta que no se entretenga en contar sílabas. Un pirata de mares en calma. Un secuestrador de voluntades. Un filósofo de esquinas en sombra. Un actor a la deriva. Resumiendo: Un héroe de causas perdidas. Un hombre que tiemble ante las nubes y se sonroje ante la belleza de las rosas."
No daré más pistas. Él sabe que busco lo mismo. Lo que él no sabe es que su página está habitada por kamosisas. Y tal vez él sea uno de ellos.
Ayer fue un domingo habitado por una ausencia creada a la velocidad del vértigo. Una ausencia que se nos agarra a los pies hoy lunes. El viernes llegó (él todo es viernes), y ayer se fue, como decía la canción de Perales, cogió sus cosas y se puso a navegar... Y la noche, casi en vela con visitas continuas al lavabo, a la cocina, comiendo desordenadamente onzas de chocolate y vasos de leche caliente, poniendo y quitando la estufa, entrando y saliendo del duermevela. Hoy tengo los ojos irritados. Una de mis jefas, que bajaba a la máquina de merchandising, me sugirió otro vaso más de café makinero.
Mi respuesta ha sido: "No sé si prefiero estar muerto de sueño o tener diarrea".
Cambiando de tema. Uno de mis mejores amigos se ha abierto una página en algún sitio. Su descripción comienza así:
"Busco un complice, alguien con quien cometer el atraco perfecto. Un esforzado caballero que se atreva a alzar los adoquines de la realidad. Un poeta que no se entretenga en contar sílabas. Un pirata de mares en calma. Un secuestrador de voluntades. Un filósofo de esquinas en sombra. Un actor a la deriva. Resumiendo: Un héroe de causas perdidas. Un hombre que tiemble ante las nubes y se sonroje ante la belleza de las rosas."
No daré más pistas. Él sabe que busco lo mismo. Lo que él no sabe es que su página está habitada por kamosisas. Y tal vez él sea uno de ellos.
domingo, 10 de diciembre de 2006
La casa de los kamosisas
Empezar un blog, cuando ya tienes otro, es como empezar una nueva vida. Aunque en realidad, aquí escribiré yo. Me pongo una máscara para ser yo. Por eso aquí no pongo mi nombre, porque voy a contar verdades. Medias verdades, digamos. La técnica consiste en liberar a mi blog personal del tedioso mundo de lo íntimo, y lo dejo para lo oficial, para las verdades oficiales, para el yo visto y percibido por todos (y todas). Así, aquí, podré ser libre.
Pero empezar un blog, decía, es empezar una nueva vida, es inventarte un estilo, y el personaje que lleva mi nombre ya tenía uno. Aquel blog tiene una personalidad propia, un bagaje, unos asiduos. Me siento un poco traidor. Esta impostura perseguirá a "La casa de los kamosisas" para siempre. Será una casa habitadapor fantasmas. Pero no puedo dejar de invitaros.
Pero empezar un blog, decía, es empezar una nueva vida, es inventarte un estilo, y el personaje que lleva mi nombre ya tenía uno. Aquel blog tiene una personalidad propia, un bagaje, unos asiduos. Me siento un poco traidor. Esta impostura perseguirá a "La casa de los kamosisas" para siempre. Será una casa habitadapor fantasmas. Pero no puedo dejar de invitaros.
El lunes...
Puede que leas esto mañana, lunes. Cuando estés en Madrid, en el trabajo, y la rutina nos haya engullido con su garganta implacable de papeles, llamadas de teléfono y pasillos. Málaga y Sevilla te quedarán muy al Sur.
Ahora mismo, duermes. Y no sabes que yo me tomo un café lento, pensando en ti, aunque casi no te conozca. Te diré que estoy despierto, como siempre. Electrizado: descargaría mi batería y me metería en la cama contigo, pero quiero que descanses. Anoche me dormí junto a ti con Sugar Love en la cabeza sonando (después de ver el vídeo en el Youtube), mientras me hablabas del sexo y del amor. Y esa melodía azucarada aún me acompaña. Mañana mismo me busco "La boda de Muriel".No sé cómo interpretarás tu lunes. Ni yo el mío. Los lunes son siempre la parte más difícil del asunto, ¿verdad? No pasa nada: lo borramos del almanaque, y punto. Aún quedan algunas horas y escribo esto pensando en ellas. Mañana será martes, ya lo verás.
Un beso desde esta pequeña república en la que los lunes están prohibidos.
Ahora mismo, duermes. Y no sabes que yo me tomo un café lento, pensando en ti, aunque casi no te conozca. Te diré que estoy despierto, como siempre. Electrizado: descargaría mi batería y me metería en la cama contigo, pero quiero que descanses. Anoche me dormí junto a ti con Sugar Love en la cabeza sonando (después de ver el vídeo en el Youtube), mientras me hablabas del sexo y del amor. Y esa melodía azucarada aún me acompaña. Mañana mismo me busco "La boda de Muriel".No sé cómo interpretarás tu lunes. Ni yo el mío. Los lunes son siempre la parte más difícil del asunto, ¿verdad? No pasa nada: lo borramos del almanaque, y punto. Aún quedan algunas horas y escribo esto pensando en ellas. Mañana será martes, ya lo verás.
Un beso desde esta pequeña república en la que los lunes están prohibidos.
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