M. llamó justo el día después de que le diese el número de la casa donde me quedaba en White City mientas íbamos en un autobús de dos pisos hacia el Oeste. Nos acabábamos de conocer en el G.A.Y. de los jueves, que era más pequeño y más cutre que el de los güiquends. Primero, vi sus ojos blanquísimos. Luego, su sonrisa blanquísima. Y después, cuando se acercó, su piel negrísima. Gorra de béisbol, camiseta de la selección de brasil y pantalones ajustados. Un bombón, amos. Él vivía en West-Ealing (era un west end boy...).
Al día siguiente, ya sin alcohol en las venas y sin el pardo que nos pone la noche a los gatos, su voz sonó educada, cálida, tímida, alegre. Como era él. May I speak to Tony, please? En 20 minutos, se pasó a por mí en el coche de un amigo, me llevó a una fiesta en una casa victoriana llena de maricas que cantaban las obras completas de Madonna y de Culture Club, y terminamos, como era de prever, durmiendo y follando en una habitación de invitados.
Yo nunca había tenido novio y no había pasado de rollos en el Colegio Mayor y alguna noche en el Refugio y me puse bastante nervioso.
Vivimos tres meses juntos. Me enseñó a hablar black english y me puso canciones de Jeannette Jackson todos los días (y yo a él lo martiricé con largas sesiones de Pet Shop Boys). Él se quedaba en casa cuando yo no estaba, normalmente dormía conmigo y me recogía cuando terminaba de trabajar en el Burger King de Leicesters Square donde aprendí a hacer todas las variantes existentes de whopper y big king. Salíamos casi todas las noches, al G.A.Y., al Heaven, al Limelight (discoteca instalada en una iglesia gótica). Él tenía más dinero que yo y me solía invitar a copas hasta que terminábamos bastante borrachos. Entonces, me besaba sin parar. Donde fuese, me besaba y agarrábamos unos calentones tremendos.
Una noche, en Heaven, durante una sesión muy petarda llamada Pop’s Corns o algo así, Boy George, gordo como una foca y maquillado como Marujita Díaz, trató de ligar con él delante de mis propias narices. M. me miraba y reía (entre los dos tal vez no sumábamos la edad de B.G.). Yo creo que B.G. intuía algo de lo que nosotros no éramos muy conscientes: lo felices que éramos. Felices hasta caer rendidos y llorar de risa u otras cosas.
Cuando llegó el momento, tomé la decisión de volver a Madrid y reanudar los estudios. Nunca había sentido tanto dolor, como allí en el aeropuerto, el día de la despedida. M. quería que me quedase, quería que volviese pronto, quería él irse a Madrid. No me arrepiento de aquella decisión, pero hoy me doy cuenta de que mi vida ha sido siempre un avión despegando y diciendo adiós. Y, de alguna forma, empieza a pesar.
Llevo volando demasiado tiempo. Pero sé que cuando aterrice, el lugar merecerá la pena.
Hoy me he acordado de esos meses en londres viendo el vídeo de una de mis canciones favoritas, Weak become heroes, de The Streets.
Mañana o pasado posteo sobre este finde, que ha sido la mar de divertido.
domingo, 11 de febrero de 2007
London beat, o cómo aterrizar
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1 comentario:
Keki si no caminásemos en direcciones distintas (en sentidos sexuales distintos) te pediría que te casases conmigo.
La persona que, finalmente, se que quede contigo será muy afortunada.
Nunca encontré en un amigo tanta protección, respeto, solidaridad y compromiso.
Beba dice que también te quiere pero que a lo de casarse le tiene que dar una seginda vuelta!
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