Dicen que segundas partes nunca fueron buenas. Pero a veces esto no es verdad. Si Caños de Meca fuese una película invertiría con tanto rigor este dicho que me haría hacer cola una y otra vez, y ver la misma película infitamente, como me pasaba en la adolescencia, como le pasaba a la protagonista de La Rosa Púrpura del Cairo, de Woody Allen. Cuando una ficción te embauca, te abre los poros, te llena el iris de imágenes capaces de anestesiar tu continuo choque contra la realidad, esa ficción termina por convertirse en una necesidad. El placer irreal que te subyuga se transforma en una soga que asfixia tu capacidad para enfrentarte de nuevo con la verdad.
Con la verdad de una Málaga peinada de edificios y ladrillos que estrangulan el horizonte. Con la verdad de estas playas que son un almacenamiento masivo de descansos, un relax prèt-a-porter para mesetarios medios y guiris despistados, una mesocracia de hamaca y desastre ecológico.
Y allí me fui: infraclase turista.
Hostal y bocata. Toalla amarilla. Protección 8. Arrecife. Cormorán. Acantilado. Caño. Musgo. Pinar. Marea. Sandalia. Marruecos.
Duna.
Toro.
Luna.
Gazpacho. Caballo. Trafalgar. Faro. Luciérnaga. Adiós. Sombrilla. Patera.
Y como en todos estos casos, hubo un sirenito que salió de las rocas para descubrirme el nexo de todo aquello con la tierra, con Cádiz, con el mar, con mi propio sistema nervioso.
martes, 24 de julio de 2007
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4 comentarios:
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Caños es fantástico, Kamosisa. Yo hago en breve lo mismo (porque ya estoy en Malaka de vacaciones) pero en el Cabo de Gata. Lo que no sé es si allí habrá sirenos...Qué más quisiera yo.
Cabo de Gata es aún más desértico, más misántropo aún si cabe. Pero Caños tiene ese puntito tímido de sorpresa y locura que aún necesitamos los... ¿jóvenes?
Yo no quiero sirenos..tanta cola me hará daño, seguro.
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