Anoche no sabía qué ponerme. Tenía un concierto de Bryan Ferry en la playa del Peñón del Cuervo, y dudaba entre el traje de corte nazi con la cruz gamada y la gomina a un lado, el traje de New Romantic tipo Spandau Ballet, o unas bermudas y unas chanclas. Decantado por los sempiternos vaqueros, fui con la gata y compañía al encuentro del dandy, que presuponíamos clasicón, romanticón, sesentón... Bryan Ferry es todo eso, sí. Pero hay que decir en su favor que encaja los años dentro de un impecable formato de elegancia que él mismo creó y que parece irresistible al paso del tiempo. No lo neguemos: la música suena limpia, cuidada, robusta. El tipo en cuestión es un buen producto de márketing, un comodín de la cultura pop capaz de traspasar a varias generaciones, sin alardes pero con dignidiad, en la equidistancia perfecta entre lo clásico y lo moderno, acomodándose a todo tipo de oídos musicales gracias a un estilo pulcro, pegadizo y melódico.
Ferry es versátil. Vale por igual para un concierto en un teatro del West-End londinense, para rellenar con éxito un hueco en un festival de verano o para recalar decentemente en una de esas colecciones imposibles de música ochentera que anuncian a las 4 de la madrugada en el Teletienda.
En el Peñón ayer me encontré a mi padre y su pareja. A mi madre y su pareja. Supongo que, antes juntos, después por separado, esa voz sin aristas diseñó un amor inviable, pero civilizado. Pero lo que más me llamó la atención fue la cantidad de treintañeros interesantes -algunos de ellos gays- que había en el concierto, como si traspasado el umbral de los 30 se quisieran reconciliar con las generaciones anteriores. Como estoy avistando la treintena y mi lista de novios se fragua a base de adquisiciones exóticas de todo punto inamoldables a mí, ése es ahora mi público objetivo. Creciditos, ma non troppo, interesantes sin ser pedantes, guapos sin ser escándalos carnales, maduros sin ser pelmas. More than this. Por su puesto, no se dio el caso de entablar contacto con ninguno... There is nothing...
Pero creo que, sin duda, lo mejor de Ferry es su traje. Yo firmo lucir chaqueta, camisa blanca y corbata negra como él cuando tenga, como él, 62 -si llegamos. Bryan pasa automáticamente a engrosar la lista de maduros que me gustan, en la que el único participante hasta la fecha era Dominique de Villepin, al que le perdono hasta ser de la UMP francesa.
Por ahora, slave to love, me conformaría con alguna cosa más sencillita.
viernes, 27 de julio de 2007
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1 comentario:
love is the drug y todas las de Dylan
Qué noche!!!
te quiero Keki
anita
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